martes, 3 de septiembre de 2013

El invierno de las pruebas


Francisco Aular

Lectura devocional: Eclesiastés 3:1-8

Un tiempo para llorar y un tiempo para reír. Un tiempo para entristecerse y un tiempo para bailar. Eclesiastés 3:4 (NTV)

El sabio Salomón, en su autobiografía del libro de Eclesiastés, con un estilo muy personal nos habla sobre los afanes humanos, la búsqueda de la felicidad, el poder, la fama, en fin, la gloria. Su conclusión no tiene desperdicio, siendo el gran hombre que fue en su tiempo, dijo que todo “…es vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 2:26; RV60). El sabio nos dice también, en sus escritos, que existe en esta vida un orden establecido por el Creador, un límite de tiempo para cada cosa, sea que el ser humano lo crea o no, tarde o temprano se verá forzado a aceptar. En efecto, los acontecimientos más importantes de nuestra vida, como el nacer o el morir, se entremezclan con otros: “…Un tiempo para callar y un tiempo para hablar” (Eclesiastés 1:8; NTV). Aunque el rey Salomón -haciendo honor al significado de su nombre en hebreo- fue un hombre pacífico, nos advierte que existe: “…Un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz” (1:8).
Las estaciones del año se suceden unas tras otras, y según mi óptica de más de dos décadas viviendo en Toronto: ¡Todas las estaciones del año son bellas! Mi favorita es el otoño que sirve de inspiración a muchas pinturas y poemas; la más temible es el invierno. La belleza del otoño, de repente, se transmuta en la tristeza del invierno. Hasta el sol parece que le diera la espalda a esta estación. Es la estación de la prueba, pero ninguno que viva aquí y respire, escapa a ella, así es el sufrimiento humano, negarlo es traspasar los límites de la necedad.
Por otra parte, en este mundo sufren los violentos y los pacíficos; los que mandan y los que obedecen; los oprimidos y los opresores; los pobres y los ricos; el recién nacido y el anciano, en fin, la lista es inmensa. En la Biblia tenemos una larga lista de hombres y mujeres que pasaron por el invierno de las pruebas, me referiré a algunos de ellos. Allí desfilan el justo Abel, que sufre en su cuerpo la violencia de Caín, su hermano, el patriarca, prototipo de los sufrimientos de JESÚS, José, quien sufre las injusticias de sus hermanos, es decir, de alguien que, aunque todo lo hace bien, todo le sale mal. Qué diríamos de David y el acoso gubernamental del rey desquiciado Saúl. La hermosa, noble y prudente Abigail y sus sufrimientos causados por su esposo, el insensato Nabal. En todo esto vemos, que al final, tanto el malo como el bueno, sufren. Los malos no estarán allí para siempre, y no tendrán paz en medio de las pruebas: “No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57:21; RV60).
Aunque todos los seres humanos, tarde o temprano, tendremos que enfrentar al invierno de las pruebas, y hasta llegar a lo más temido por todos, la muerte, debemos tener esto en cuenta, en el concepto bíblico, lo que nosotros llamamos muerte natural no es el fin definitivo de nuestra existencia, sino una mudanza de lugares. El ser humano, en virtud de su naturaleza espiritual, formado a imagen y semejanza de Dios, es un ser eterno. JESÚS bajó desde el cielo a ser nuestra nueva vida, no la “bíos” que es temporal, sino la “zoé” que es para siempre, por ello, dijo: “Yo soy el camino y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6); también afirmó: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). ¡La vida eterna no es algo que Dios nos da sino alguien: JESÚS!
De esta manera, comprendemos que el miedo paralizante del ser humano a la muerte no es otra cosa que la ignorancia y la inseguridad de lo que lo aguarda después. Solo la fe cristiana nos ofrece la seguridad de nuestro nuevo nacimiento en JESÚS, y con esta realidad nos ayuda a superar la angustia y nos pone en la ruta segura de la esperanza que tendremos vida después de la muerte, así podemos decir como el Apóstol:Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:54,55). Ciertamente aquí el invierno es duro y muy frío, todo lo verde se marchita, los árboles secos exhiben tristemente la aparente ausencia de la vida, pero llega la primavera, y nuevamente, la vida escondida se hace realidad. Eso nos debe recordar siempre en nuestro invierno de la pruebas, que lo mejor, la primavera celestial, ¡está por venir!
Es posible que en este momento estés pasando por el valle del dolor y el invierno de las pruebas. No permitas que la aflicción te llene de amargura; no le preguntes a Dios inútilmente, ¿por qué a mí?, sino lleno de fe y optimismo, ¿qué quieres Señor que yo haga para usar esta prueba con propósito para ti y tu Reino? Levanta al cielo tu mirada y contempla con los ojos de la fe el fabuloso mañana del paraíso y la gloria de la vida eterna, vestida de un cuerpo glorificado inmortal, donde no habrá tribulación, ni el invierno de las pruebas. ¡Vuela en las alas de la esperanza! ¡Volemos!
Oración:
Padre eterno, gracias por dejarnos el consuelo inmenso de tu Palabra, y la seguridad de la vida eterna en tu Hijo amado JESÚS. Ningún invierno por duro que sea podra detenerme de vivir una primavera del Espíritu Santo en mí. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
El duro invierno de las pruebas no puede paralizarnos cuando el sol de la presencia del Señor nos abriga con su justicia, su amor y su paz.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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