miércoles, 31 de agosto de 2016

¡Hoy no seré indiferente!

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Lectura devocional: Eclesiastés 9:1-10

¡Hoy no seré indiferente!, porque tomo conciencia de mi deber como ser humano en un ciento por ciento. Sé que mis manos han sido capaces de hacer mucho bien, pero a veces la hija del miedo, que es la indiferencia, me ha estorbado. Hoy mis manos harán esa carta que lleva tiempo pensada en la cual expreso gratitud a un amigo que nunca me olvida; es posible que mañana él no pueda leerla; hoy mis manos acariciarán a mis nietos que están en mi casa por un poco de tiempo, nada más, mañana se irán como yo también lo haré; hoy visitaré a un amigo necesitado y mis manos se posarán sobre su cuerpo para orar por él y con él; mañana tal vez sea tarde para mí también; hoy mis manos aplaudirán al hombre público de bien, al que ha arriesgado todo por el bien de la patria, porque el coraje cívico que poseo, me lo exige; es ahora o nunca, porque como dijera el libertador Simón Bolívar: “la salud de la Patria consiste en no ahorrar sacrificios”.
¡Hoy no seré indiferente!, porque el incremento de la injusticia y la opresión de la minoría que gobierna una nación, se basa en la mayoría silenciosa que lo permite, como decía Martin Luther King -aquel brillante pastor bautista pacifista, que se levantó desde su púlpito y tomó las calles, y hoy su pueblo goza de la libertad por la cual aquel hombre luchó- en medio del fragor de la lucha, dijo: Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”; hoy me levanto de mi temor y procuro que mi voz se proyecte a favor de la justicia, la unidad en la diversidad, y de la esperanza de un mañana mejor para mi pueblo; un día habré salido para siempre del  espacio que Dios me dio, y la indiferencia e insensibilidad de un cuerpo sin vida indicarán mi final, pero, ¡mi tiempo todavía no ha llegado y estoy aquí!
 ¡Hoy no seré indiferente!, me pondré la armadura espiritual que Dios me dio y buscaré su rostro en oración, porque reconozco que existen poderes espirituales de maldad: “Pues no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos de los lugares celestiales” (Efesios 6:12; NTV), sin embargo, la oración sin acción es ilusión. La oración no puede ser una excusa para no ir a la batalla, sino que me prepara para la batalla y el triunfo.
¡Hoy no seré indiferente!, porque la historia de los grandes momentos de la democracia y de la libertad, tuvo sus héroes, pero ya no están; no es el tiempo de adorar sus cadáveres, sino de emular sus hechos grandiosos mientras estuvieron entre nosotros. Veamos:
Se cuenta que durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña estaba pasando por los días más oscuros de su larga historia frente a las amenazas de Hitler, el país tenía serias dificultades en mantener a sus hombres trabajando en las minas de carbón. Muchos querían abandonar sus sucios e ingratos trabajos en las peligrosas minas para unirse a las fuerzas armadas donde podrían tener más reconocimiento público y apoyo. Pero el trabajo de las minas era determinante para el éxito de la guerra. Sin carbón, los soldados y la gente en sus casas tendrían serias dificultades. Los mineros se declararon en huelga.
Por eso un día el ministro Winston Churchill -con aquella cualidad innata en él de sacar lo mejor del ser humano a través de sus discursos- se enfrentó a miles de mineros y les habló de la importancia de defender la patria y ganar la guerra, y de cómo sus esfuerzos podrían hacer que la meta de mantener a Inglaterra libre se alcanzara. Churchill les pintó un cuadro completo de lo que ocurriría cuando la guerra terminara y del gran desfile con el que se honraría a los que habían hecho la guerra. Primero vendrían los marinos, luego vendrían lo mejor y más brillante de Gran Bretaña, los pilotos de la Real Fuerza Aérea. Detrás vendrían los soldados que habían peleado en Dunquerque. Los últimos serían los hombres cubiertos del polvo de carbón con sus cascos mineros. Churchill dijo que quizás alguien gritaría en la multitud: "¿Y donde estaban ustedes durante los días difíciles de la guerra?" Y las voces de diez mil gargantas responderían: "En las entrañas de la tierra con nuestros rostros hacía el carbón". Las lágrimas comenzaron a bajar por las mejillas de aquellos hombres endurecidos por el trabajo. Regresaron al trabajo humilde que desempeñaban con resolución firme, después de habérseles recordado el papel que estaban desempeñando en la lucha por alcanzar la gran meta de preservar la libertad del mundo occidental. ¡Ellos cumplieron!
Pues bien: ¿Qué exige esta hora angustiosa en la cual vivimos de cada uno de nosotros? ¿Qué le diremos a nuestros hijos y a nuestros nietos en el futuro, cuando ellos nos pregunten que dónde estábamos aquel día en que se perdió nuestra libertad y la patria? ¡Hoy no seré indiferente!
Oración:
Amado Padre Celestial:
Hoy mi oración llega ante ti, pidiéndote perdón por mis pecados y los pecados de mi nación; te confieso el pecado de nuestra indiferencia ante el clamor de los que sufren las injusticias, y te pido valor para predicar tu Mensaje de amor y perdón. En el nombre de JESÚS. Amén.
La oración no puede ser una excusa para no ir a la batalla, sino que me prepara para la batalla y el triunfo.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe agluna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento a obedecer?
¿Existe algún pecado a evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?

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