martes, 29 de enero de 2013

Qué hacer con nuestra “grandeza”


Francisco Aular

 
Alábate el extraño, y no tu propia boca; El ajeno, y no los labios tuyos. Salmo 27:2 (RV60)

Entusiasmado por la recepción que le iban a ofrecen en su honor, don Federico Presumido le dijo a su esposa: “¡Qué te parece Sincera, somos muy pocos los hombres de éxito en este mundo!”,  A lo que doña Sincera le respondió: “Sí, Federico, mucho menos de lo que tú piensas”…
¿Cómo hemos de reaccionar frente a nuestros logros y a los elogios de los demás? Un sabio aconsejó: “La gente te alaba por algo que supone que hay en ti. Pero tú debes criticarte porque sabes lo que tienes”. Nosotros no tenemos que alabarnos, sino, más bien, examinarnos a nosotros mismos, y seguir trabajando en lo que hemos emprendido para la gloria de Dios. Puesto que nuestra meta suprema es crecer hasta la estatura de la plenitud de JESÚS (Efesios 4:3), nunca podremos considerarnos superiores a los demás seres humanos. JESÚS dijo: “…de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34).  Debemos pedirle al Señor que ponga nuestro corazón a su servicio, y lo llene de Él para que todo lo que hablemos, lo honre.  
Hace mucho tiempo, don Quijote de la Mancha dijo: “La alabanza en boca propia envilece”. Salomón lo había dicho de esta manera, hablando de la mujer sabia: “¡Que todo el mundo reconozca  los frutos de su esfuerzo!  ¡Que todos en la ciudad la alaben por sus acciones!” (Proverbios 31:31; TLA). Sí, dejemos que nuestros hechos hablen. A no ser que se nos pida contar los logros que hemos obtenido como requisito para rendir un mejor servicio en la obra de Dios, no andemos hablando de ello por todas partes.
Lo mejor que podemos hacer con nuestra “grandeza” es dar la gloria a Dios cuando nos alaban, y cuando nos critican, también. No tenemos que buscar los aplausos para brillar para la gloria de Dios. JESÚS nos aconsejó que cuando hagamos algo grande para Dios, pensemos en esto: Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:10).
Les confieso que lo más difícil de manejar sabiamente son los elogios o las alabanzas que nos ofrecen, porque he aprendido que los seres humanos nos movemos muy fácilmente en nuestros sentimientos, y por ello, algunos de los que nos alaban hoy por nuestros éxitos y nos dicen: “¡Hosanna!” “¡Hosanna!”, mañana gritarán: “¡Crucifíquenlo!” “¡Crucifíquenlo!”.

Oración:
Amado Padre Celestial:
¡Oh, nuestro Dios cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Ayúdame a reconocer que no tengo la fuerza de los leones ni tampoco su valor; no poseo la gracia del águila para elevarme hacia donde tú estás. Soy un humilde vaso de barro que por tu misericordia y tu gracia he visto el fuego ardiente, incomprensible e inextinguible y vivo de tu amor. Gracias por tu paciencia conmigo. Vislumbro el día en que llegue delante de Ti para entregarte el arado que me diste, y para darte el honor y la gloria por lo Tú me permitiste hacer con él. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Serás todo éxito en la obra de Dios si eres fiel en donde Él te ha colocado. No esperes que alguien te felicite por ello.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?

 

 

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