viernes, 15 de junio de 2012

Parábola del amor paterno

Francisco Aular
     
Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Lucas 15:20,21 (RV60)

Hoy tenemos delante de nosotros el conocido relato del Evangelio de Lucas, llamado comúnmente la parábola del hijo pródigo. He oído hermosos sermones al respecto, sin embargo, hacemos una mayor justicia al bello texto, si consideramos que el personaje central es el padre y su actuación amorosa, frente a la actitud desleal de sus dos hijos. Los estudiosos de las parábolas bíblicas la han elogiado de la siguiente manera: “Corona y perla de todas las parábolas”; “el evangelio dentro del evangelio”; “divinamente la historia más tierna y humanamente la más conmovedora que se haya contado en toda la tierra”; el famoso escritor de cuentos Charles Dickens lo describió como “el más bello cuento jamás escrito”.
De entre todas las parábolas, esta es mi favorita; suelo ir a ella con frecuencia para alimentar mi alma con esta historia real, y su incomparable expresión de amor de un padre humano que soporta la ingratitud, la obstinación y la insensatez de sus dos hijos, y triunfa sobre ellas. Algunos maestros ven aquí el amor de Dios en acción y lo comparan con el amor de Dios Padre, pero, mi sentir que es al contrario es el amor de este padre humano que debe compararse con el amor de Dios. En efecto, este padre humano hace un derroche de la gracia de Dios que salta como una fuente inagotable del corazón paterno hacia sus hijos. Es incondicional y leal. Todo lo da, todo lo espera, nada pide para sí mismo; lo da todo sin medida y sin protesta.
En este próximo fin de semana, en muchos países se celebra el Día del Padre. Me uno de todo corazón a dicha celebración, y con esta parábola del amor les rindo un sencillo homenaje a los hombres de carne y hueso, a nuestros padres que han manifestado amar a sus familias con esta clase de amor.
Tracemos algunos pasos que conducen a ser padres amorosos y ejemplares, en medio de las dificultades de un mundo postmoderno.
El primer paso para ser un padre amoroso se da cuando asumimos ser la cabeza espiritual de la familia, “un hombre tenía dos hijos”. Esos hijos ya eran jóvenes entre la segunda y tercera década de la vida. Toda la enseñanza que un padre amoroso da a sus hijos, ya habían sido dadas. Nos podemos imaginar que los había criado a ambos con el mismo amor y cuidado, pero, como es sabido, cada hijo es diferente. Así, mientras uno resultó aventurero, el otro resultó casero. Uno se convierte en delincuente público, y el otro en un “delincuente honrado”. Uno regresa de la corriente del mundo y el otro amenaza con irse al mundo. Uno pone su confianza, y arrepentido, busca el perdón del padre para seguir adelante en la vida y el otro confía en sí mismo. Uno alcanza la madurez a través del sufrimiento que le trae su insensatez, y el otro permanece en las actitudes infantiles de la vida. Sin embargo, el padre amoroso nunca pierde la oportunidad que le brinda cada tiempo en familia para mostrar que su amor y posición, dados por Dios, lo hacen permanecer firme como cabeza del hogar.
El segundo paso para ser un padre amoroso se da cuando respetamos las decisiones difíciles de nuestros hijos adultos: “y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes”. Comoquiera que veamos esta escena, la veo como una falta de respeto, y es como si dijera: ¡Tengo urgencia de irme a hacer mi propia vida, tengo derecho a ser feliz y no puedo esperar a que te mueras! ¿Qué clase de hijo es este que puede hablarle así a un padre amoroso? Sin duda, el padre sabía que con aquella actitud el joven no podría tener un final feliz. Sin embargo, no vemos al padre persuadir al hijo porque como es sabido, a veces los hijos tienen que aprender por el camino dificultoso de la vida, al no oír ni poner práctica las enseñanzas y valores aprendidos en el hogar. Este hijo, en aquella etapa de la vida, no hizo caso a lo que tanto había escuchado, y tal vez, leído y que, luego, el apóstol Pablo, resumiera magistralmente: Hijos, obedezcan a sus padres porque ustedes pertenecen al Señor, pues esto es lo correcto. «Honra a tu padre y a tu madre». Ese es el primer mandamiento que contiene una promesa: si honras a tu padre y a tu madre, “te irá bien y tendrás una larga vida en la tierra” (Efesios 6:1-3 NTV).
El tercer paso para ser un padre amoroso se da al sufrir y experimentar el abandono de los hijos a las enseñanzas y valores del hogar paterno: “No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente”. Ningún dolor puede compararse al que sufre un padre por la desobediencia de un hijo, cuando se va de mala manera del hogar paterno. ¡Hijos, cuántas lágrimas y cuantas noches en vela se han gastado por la crueldad de un hijo con sus padres! ¡Y todavía hay hijos desobedientes a sus padres en el mundo postmoderno! Así que, muy poco podía hacer aquel padre amoroso con este hijo desobediente, excepto orar, confiar y esperar en el SEÑOR para algún día verlo retornar a su hogar. Cuando un hijo se va a “una provincia apartada” no es una decisión sensata porque involucra, dejar a Dios con su mesa servida para ir a comer en los basureros del mundo, sin embargo, este es un tiempo para que un padre amoroso descanse en las promesas de Dios: “Los hijos de tus siervos habitarán seguros, y su descendencia estará firme delante de ti” (Salmo 102:28 RV60).
El cuarto paso para ser un padre amoroso se da al perdonar al hijo desobediente: “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”. Mi madre, cuando yo la iba a visitar, siempre tenía una arepa lista para que cuando yo llegara la disfrutara. Bueno, no iba a verla todos los días, pero ella tenía la mesa lista todos los días para mí. ¡Cuánto me duele ahora que no la tengo pensar que muchas veces la dejé esperándome! Pienso que el padre amoroso de la parábola, siempre tenía la mesa lista para su hijo porque su corazón de padre le decía todos los días que él vendría. Así que me imagino verlo todos los días en la ventana de su casa, a un venerable anciano judío vestido con sus ropas finas, cuando de pronto, a lo lejos, ve a un joven vestido de harapos y descalzo. Esa mirada y esa forma de caminar que tiene el hombre joven le producen un pálpito difícil de explicar. ¡Es él mi hijo!, exclama y las lágrimas de gozo sustituyen a las lágrimas de la larga ausencia del hijo. Abre la puerta, y corre al encuentro del hijo que vuelve arrepentido; por un instante se olvida de que correr no era propio, no era digno para un judío de edad avanzada salir así, sin embargo, el amor hacia aquel hijo, pudo ir mucho más lejos que “el que dirán” los vecinos y obreros. Allí, estrechados en un abrazo filial, el padre y el hijo, y entre lágrimas, el padre lo besa, mostrando de esta manera su misericordia y perdón total.
El hijo ha ensayado un discurso para decírselo a su padre cuando llegara la ocasión, esto, entre los cerdos que cuidaba, pero un día despertó de su locura espiritual “y volviendo en sí…”, el hijo arrepentido no deseaba otra cosa que ser tratado como un jornalero más, pero el padre tiene mucho más para aquel hijo que arrepentido regresa: “Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta”. Ah, mis amigos, aquí tenemos una historia de la vida real. ¡Gracias JESÚS por hablar a nuestros corazones¡ Mis ojos casi no pueden ver el teclado cuando escribo. ¡Qué bella historia! Usted y yo, cuando venimos a nuestro Padre Celestial, Él nos trata de igual manera. Dios nos viste con la mejor ropa para estar en su presencia; nos viste con la justicia de su Hijo JESÚS, con la cual nos compró un lugar en el cielo, y nos la ofrece gratuitamente; puso un anillo en nuestros dedos, la señal de autoridad y seguridad de nuestra realeza, somos sus Hijos, tan hijos como JESÚS; y calzado en nuestros pies, solos los hijos tenían calzados y no los siervos o esclavos, esta sandalia es nuestro distintivo de nuestra filiación. ¡Somos de la familia de Dios¡

Una palabra final: Padre, hazte el propósito de amar a tu familia, pase lo que pase. Nunca es tarde para retomar el camino para ser un padre amoroso y representar a Dios mismo ante nuestra esposa e hijos. Tarde o temprano moriremos, y si de todas maneras vamos a morir, dejemos un legado como padres de familia: Haber vivido para la gloria de Dios. ¡Feliz día del Padre!

Oración:
Bendito Padre eterno:
Hazme brillar con tu luz admirable para que mis seres amados vean y encuentren el Camino, la Verdad y la Vida. Dame tu amor para amar, fe y valor para servirte en mi casa primero, y a lo ancho y largo del mundo que me rodea. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
La actitud que tengamos frente a nuestro hermano menor y su arrepentimiento, nos revelará si amamos como nuestro Padre.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?


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