jueves, 16 de julio de 2020

¿Cuánto vale un misionero? (3-3)

Francisco Aular                                            
faular@hotmail.com 
Lectura devocional: Hechos 13:1-12
Pero el Señor le dijo: «Ve, porque he escogido a ese hombre para que hable de mí a la gente de otras naciones, y a sus reyes, y también a los israelitas. Yo le mostraré lo mucho que tiene que sufrir por mi causa.» Hechos 9:15,16 DHH).
Los misioneros pioneros, son seres humanos con un doble llamamiento: Llamados para ser salvos y luego un llamado para ser misioneros. Son hombres y mujeres de pasión que avanzan en todo terreno pensando en el triunfo de su fe. Uno puede pensar que la Iglesia del SEÑOR, que vemos nacer como la agencia del reino de DIOS, tendría el mismo empuje misionero de sus primeros años. Lamentablemente, no fue así. Muchos análisis respecto a esa paralización misionera de la Iglesia del SEÑOR por más de un milenio, se pueden hacer; pero lo lamentable es que fue muy cierta.   

El despertar misionero mundial que conocemos se inicia con el misionero inglés y pastor bautista: Guillermo Carey (1761-1834). Carey es conocido como el padre de las misiones modernas. En 1793, cuando él sale como misionero a la India, se inicia con el aquel humilde zapatero “remendón” se inicia una nueva era de la evangelización y obra misionera global. Se inician las primeras juntas misioneras, en la cual varias iglesias se unen para lograr lo que una sola iglesia, no puede.   

¿Cómo fue mi primer contacto con un misionero? Aquí voy, y no puedo evitar que un nudo se me haga en la garganta y se me nublen los ojos. 

Una de las cosas más importantes de nuestros recuerdos infantiles es que para bien o para mal, algunos de ellos influyen en nuestra vida para siempre. Menciono con especial agrado un recuerdo: quizá tendría como seis años y era el mes de mayo, porque en el lugar donde nací, llamado El Pozón, había llovido mucho, me veo saltando descalzo en un charco mientras los árboles se mecen y algunos chocan entre sí haciendo un ruido muy particular. Mi madre me está llamando para bañarme y vestirme porque han llegado unas visitas, y están hablando con mi papá debajo de las matas del limón dulce y del agrio. Obedezco al llamado de mi madre y me acerco, en efecto, hay dos hombres desconocidos para mí, con un libro en sus manos y están haciendo que mi papá lea algo de aquel libro.

Los hombres están vestidos de caqui y usan extraños sombreros. Dos caballos y una mula cargados con cajas de libros, comen al lado de nuestro burro El Mohíno. Al otro lado José, mi hermano mayor, de diez años, prepara los instrumentos de la agricultura para el siguiente día. Yo admiraba a mi hermano porque todos los días salía con mi papá, y yo sólo anhelaba crecer rápido para ser como él.

En ese mismo recuerdo veo a mi mamá junto al fogón, está haciendo café y saca el mejor juego de tazas que tenemos, cuatro tazas de vidrio pequeñas con sus respectivos platos. Mamá me pone tres tazas llenas de café en una bandeja y la deposita con cuidado en mis manos mientras me dice: “¡Cuidado están muy calientes! Llévelas. Diga buenas tardes, con su permiso, aquí les traigo el café”, repito lo que me dice y ella está de acuerdo. Me veo caminando poco a poco; llevo en mente tres cosas importantes: el saludo encomendado por mamá, no caerme en el barro y quemarme con el líquido caliente, y no romper el único lujo de nuestra casa, aquellas tazas. Por fin, llego. No tuve que decir mucho.

Los tres hombres detienen la conversación y mi papá, deja que yo haga lo que tengo que hacer y decir, pero los visitantes con un acento que yo nunca había oído, corren hacia mí, me quitan las tazas, y uno de ellos me toca la cabeza se inclina (porque era muy alto para mi estatura), mientras me pregunta: “¿Y tú, cómo te llamas?” le respondo, “Francisco”, él me dice: “Me llamo don Guillermo”. En este recuerdo, observo que los tres hombres se toman su respectivo café, y yo espero. Se me había enseñado que los muchachitos como yo, no participaban en las conversaciones de los adultos. Entonces veo que mi papá se pone en pie, recibe las tazas de café vacías de los hombres y coloca su taza también sobre la bandeja que yo sostengo, me besa y me dice: “Negro Chico, llévele las tazas a su mamá y dígale que muchas gracias”. Mi mamá recibe todo lo que llevo de vuelta, y se sonríe, como ella no es como mi papá, sino que es una mujer de pocas palabras, interpreto aquella sonrisa como diciendo: “¡Gracias hijo, lo hiciste bien!”

Aquel “me llamo Don “Guillermo” era el misionero William Williams (Aberdeen, Escocia 1882, Puerto Cabello, Venezuela 1961). En esta ciudad que lo vio llegar murió, y allí mismo está enterrado, aguardando la Segunda Venida del SEÑOR. Fue el fundador del movimiento de iglesias de la sana doctrina desde aquel 25 de abril de 1910 en que llegó en barco desde la ciudad de Nueva York a Puerto Cabello, enviado por la Asamblea que se reúne en el nombre del Señor, en la calle Brock de Toronto, Canadá, el 10 de abril de 1910. 
Don Guillermo Williams, dejó un legado que permanecerá muy firme en Venezuela. Usted, puede entrar en cualquier ciudad grande o cualquier pueblo de mi país, y podrá ver a un templo o como don Guillermo prefería llamarlo: “Un local evangélico”. Don Guillermo y sus discípulos en forma silenciosa han sembrado el Evangelio en todo el territorio nacional. Sin embargo, en lo personal, sembró por primera vez, el Evangelio en mi pueblo, Albarico, Estado Yaracuy un 10 de octubre de 1920… ¡Este año se cumplen 100 años de esa fecha! 100 años de obra evangélica en mi pueblo! Y si usted se da cuenta también, DIOS mediante, en esa misma fecha, yo estaré cumpliendo 75 años. ¡Gloria a DIOS!
¿Cuánto vale un misionero? Vale mucho a los ojos de DIOS, como aquel primer gran misionero llamado Pablo de Tarso. Predicó y fue asesinado por el terrible Nerón. Sin embargo, la gloria humana no puede empañar el avance incontenible del reino de DIOS. Hoy cuando a usted le nace un niño, lo llama Pablo en honor al misionero. Si le compra un perro bien bravo, usted lo llama Nerón. La gloria humana es efímera, la gloria del SEÑOR es para siempre.
¡Adelante, siempre adelante!
Perla de hoy:
No importa en dónde nace el misionero, sino el Mensaje de la Palabra que lleva a las naciones. 

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