jueves, 28 de julio de 2016

Pasión evangelizadora: Su Espíritu

Francisco Aular
Lectura devocional: Hechos 8:26-40      
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Hechos 1:8 (RV60)
Hoy tenemos en este versículo de nuestro devocional en el libro de los Hechos de los Apóstoles -también llamado los Hechos del Espíritu Santo-, la Gran Comisión. Es el hermoso relato de los inicios y expansión del Camino, como fue llamado en la historia de aquellos primeros años del cristianismo. La pasión evangelizadora que JESÚS había modelado para sus discípulos,
hace irrupción en aquellos hombres, como consecuencia de la venida del Espíritu Santo sobre ellos. Se ve la actuación de la pasión evangelizadora en aquellos hombres, tanto por el alcance masivo de nuevos discípulos: “eran como ciento veinte en número” (1:15); “se añadieron como tres mil” (2:41); “y el número de los varones eran como cinco mil” (4:4), como también, por el alcance “uno a uno”. ¡Dios está interesado en que alcancemos a multitudes pero también a cada individuo para su Reino!
Mis capítulos preferidos, en cuanto a este tema, de los Hechos son el de la conversión de Saulo, el nueve, y el ocho, que encierra una ilustración de lo que significa la pasión evangelizadora, tanto de Dios -quien siempre toma la inciativa para salvar al pecador- como de su discípulo Felipe, el instrumento humano. Recuerde que al principio del capítulo ocho, el evangelista Felipe está inmerso en un movimiento de las multitudes hacia Dios; está en un avivamiento y Felipe es figura principal allí. Dice la Escritura que: “Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur…”, allí, un hombre, con una gran necesidad espiritual está atravesando el desierto. La historia termina feliz, ante la presentación del Evangelio por parte de Felipe y la conversión del etíope que es bautizado.  Ahora bien, interrumpo con una pregunta: ¿Quién es aquel servidor del Señor que cambia las multitudes por ir a buscar a un perfecto desconocido? Se explica, solamente, por la influencia del Espíritu Santo, poniendo en Felipe una pasión evangelizadora. ¿Quién ira al rescate de los seres humanos que atraviesan por el desierto de la vida, perdidos y sin esperanza? Solamente, los apasionados por llevarles el Mensaje de fe, amor y esperanza y que están dispuestos y disponibles para ir a recoger la cosecha. ¡En eso andamos con el poder del Espíritu Santo!
Ahora bien, viene a mi mente una anécdota personal que ilustra, esto:“Aular -me llamó una enfermera aquella mañana cuando vino a buscarme al laboratorio fotográfico de Anatomía Patológica del Hospital Vargas de Caracas-, tenemos un paciente en nuestra sala del Hospital en estado de coma profundo, ha sido desahuciado, pero no ha muerto. Un religioso vino para darle auxilio espiritual y no reaccionó, sin embargo, sus familiares nos dijeron que hace muchos años en su juventud, él asistía a una iglesia evangélica. Sabemos que tú eres un cristiano evangélico: ¿Pudieras hacer algo por él?”, “¡claro! -fue mi respuesta inmediata-, pediré permiso, e iré”. Era evidente que el mismo Espíritu que guió a Felipe para que hablase al etíope según se encuentra en Hechos 8:26-39, guió a esa enfermera -a quien yo tantas veces había hablado sin resultados aparentes-, y, luego, ella acudía a mí pidiendo ayuda espiritual para un moribundo. Oré pidiéndole al Señor sabiduría para aquel caso entre la vida y la muerte, y fui. Cuando llegué a la sala, la enfermera me esperaba para conducirme a la cama del enfermo. Tenía pasadas las cortinas alrededor de su cama, y sus familiares sollozantes estaban allí. Me dieron su nombre, me acerqué y le dije: “José, te voy a tomar de la mano, si puedes, intenta apretarme la mano o dame otra señal de que me has oído, y estás de acuerdo con lo que te pregunto”; así continué hablándole. “Sé que estás al borde de pasar a la eternidad, y sientes que no estás preparado para ello.  Quiero que sepas que nuestro amado JESÚS murió por tus pecados y ahora yo quiero que tú lo invites a tu corazón. José, ¿te arrepientes de tus pecados, depositas toda tu confianza en JESÚS como tu Señor y Salvador? Cerré mis ojos y oré la oración del pecador arrepentido. También recité de memoria Romanos 8:35-39. Mientras yo hacía esto, sentí un murmullo de asombro entre los que allí estaban. Abrí mis ojos, y vi las lágrimas de gratitud en los ojos de José. Entonces, expiró.
Es evidente que el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, había preparado el corazón de aquel hombre como lo había hecho con el etíope. Y también, como lo hizo con aquel malhechor a quien vino a JESÚS, diciéndole: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23:42), y escuchó la promesa más maravillosa que un moribundo pueda oír: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
Son innumerables las ocasiones a lo largo de mi vida cristiana que he visto el obrar del Espíritu de Dios. Esto es así porque JESÚS prometió en la Comisión final a sus discípulos que Él enviaría al Espíritu Santo, y que nos daría poder para ser sus testigos. El gran expositor bíblico del siglo pasado, el doctor J. E. Orr, nos dejó unas palabras que resumen y describen la obra del Espíritu Santo en la evangelización: “El Comandante en Jefe del Ejército de Jesucristo. Señor de la Siega, supremo en avivamiento, evangelización y estrategia misionera. Sin Él, todo está destinado al fracaso. Es nuestra responsabilidad, como cristianos, ajustar nuestros métodos y procedimientos a su estrategia, cuyo fin es despertar y dar vida a la iglesia y la evangelización del mundo”.
Oración:
Padre amado: ¡Gracias por enviarnos el Espíritu Santo! Estoy unido a Él y Él a mí. Como resultado de esta relación tu Espíritu me guía para testificar de lo que tú has hecho en mi vida y vivir una vida de victoria sobre mi pecado. Ayúdame a ser un evangelizador y mentor eficaz de los recién nacidos espiritualmente. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
El Comandante en Jefe nos envía a llevar el Mensaje; desobedecerlo es rebelión.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento a obedecer?
¿Existe algún pecado a evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?

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