miércoles, 11 de abril de 2018

Mi encuentro con Dios

MIÉCOLES, 11 de abril de 2018
perlasdelalma@gmail.com
Lectura devocional: Juan 17:1-26
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Juan 17:20 (RV60)

Me correspondió hacer un largo viaje, todo un peregrinaje desde la primera vez que escuché el evangelio en la calle de La Trilla, un pueblito en el estado Yaracuy, Venezuela, cerca del caserío donde nací. Yo tendría cinco o seis años de edad.  Ocurrió en los primeros años de la década del cincuenta se abrió una obra nueva en aquel lugar; los misioneros  viajaban desde Barquisimeto, algunos de ellos eran estudiantes del Instituto Bíblico de las Asambleas de Dios. Una camioneta con un parlante pasó anunciando que el Señor Jesús venía otra vez y preguntaba: “¿Estás preparado para recibirlo?” Me encontraba jugando con otros niños en la calle principal,  y corrí adonde estaba mi madre y le pregunté, ¿Mamá, estamos preparados para recibir a Jesús? 

Mi mamá me narraba este acontecimiento, y decía que yo fui corriendo adonde ella estaba, y le pregunté: “¿Mamá estamos preparados para recibir a JESÚS si Él viene hoy?”. Como pudo, me contó que ciertamente ella había escuchado de unos misioneros el relato de que algunas personas estarían del lado derecho, y otras del lado izquierdo en el Juicio Final. Los que están a la derecha serían salvos y lo que están a la izquierda se perderían. Entonces, mi mamá me decía, “tú estabas en la edad de hacer muchas preguntas, así que preguntaste todo angustiado: “¡Mamá! ¿Nosotros de qué lado estamos?”

La oportunidad de tener un encuentro personal con el Señor se me presentó seis meses después de la muerte de mi hermano José,  en la Semana Santa -me convertí al Señor el 11 abril de 1963 cuando tenía 17 años-, sucedió así, toda mi familia se fue a disfrutar a la playa y yo me quedé solo en casa;  en la mañana busqué un libro para leer en los estantes de una pequeña biblioteca que teníamos, que era del esposo de una prima mía que vivía con nosotros, allí encontré la Biblia que alguien le había regalado a él y me puse a leerla, yo sabía de antemano que ésta se dividía en dos grandes partes, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En realidad, en los planes de Dios estaba determinado, que el mensaje de la Biblia fuera para mí. Volví en la tarde a leer el evangelio de San Juan, la historia se iba haciendo realidad poco a poco, con la convicción producida por el Espíritu Santo, todo me parecía tan claro, ¿por qué no lo había entendido antes?, me preguntaba, con esas interrogantes en mi mente llegué al capítulo 17, el versículo 20: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por lo que han de creer en mí por la palabra de ellos.”

Me conmovió de tal manera que no lo puedo describir en un idioma terrenal, el gran hecho de que JESÚS, el SEÑOR, había orado por Sus discípulos, ¡y también por mí; yo estuve en la mente del Señor JESÚS todo el tiempo! ¡Él, aquel hombre extraordinario y santo había orado por mí! Sí, todavía hoy no lo puedo comprender, a más de cinco décadas de conocerlo, menos aún en esa tarde allí en la azotea frente al majestuoso Ávila, la montaña que identifica a Caracas. Sin embargo, el Espíritu Santo estaba haciendo su trabajo en mí: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.” (Juan 17:8,RV60).

No pude más, me arrodillé y oré pidiéndole perdón al SEÑOR JESUCRISTO; luego de hecha la oración me levanté con la certeza de que mi amado SEÑOR me había escuchado; excepto por mis lágrimas, que fueron la única muestra externa de aquel inolvidable momento, tuve la seguridad de que a partir de ese momento, el Jesucristo religioso que yo había conocido, “…se me había vuelto carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Efesios 5:30). En ese día, me di cuenta que yo no merecía la salvación, sino que era un regalo de Dios.

La salvación es por gracia y usted puede estar seguro de que Dios tomará la iniciativa para llevarlo al punto del arrepentimiento, a la confesión de sus pecados y a la fe salvadora para confiar absolutamente en Él para su salvación eterna; puede confiar que Dios ha hecho provisión para que su transitar por este mundo tenga el significado más grande de todo: ser un hijo de Dios. Con todo gozo, hoy celebro mi encuentro con Dios que me dio un propósito para vivir.
Soli Deo gloria
Oración:
Padre eterno:
No puedo narrar ese primer encuentro contigo sin que mi corazón salte de gozo y mi espíritu y mi alma se eleven en gratitud hacia ti, mi amado Dios. Ayúdame para seguir proclamando tu salvación. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
El amor de Dios y la intercesión del SEÑOR JESÚS hacen posible la salvación del ser humano.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento por obedecer?
¿Existe algún pecado por evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo? 

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