martes, 22 de diciembre de 2015

Una canción inmortal

Francisco Aular
faular@hotmail.com       
Lectura devocional Lucas 2:1-20
Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Lucas 2:7 (RV60)

A mediados de un caluroso mes de julio, un miércoles por la noche, al iniciar el servicio de oración, sorprendí a la congregación preguntándole cuál era su himno favorito de nuestro himnario, y a quién le gustaría que lo cantáramos en esta oportunidad; sin pensarlo mucho, la mano de un niño de ocho años se alzó primero que la de los demás; era Pedrito, y desde su asiento, al lado de su madre, dijo a voz en cuello: “¡Pastor el número 58!”… Conociendo la secuencia numérica y los énfasis del himnario, pensé: “¡Ese es un himno de Navidad!”… Cuando algunos de la congregación se dieron cuenta comenzaron a sonreír. Era evidente que para aquel niño, la Navidad no era asunto de temporada como lo es para los mayores, así que invité amablemente a la congregación a que se pusiera de pie; la pianista empezó a tocar y cantamos aquel bello himno navideño en pleno verano…, pero, les digo algo, pocas veces uno se conmueve tanto al cantar como lo hicimos aquella noche; algunos de los integrantes del coro de la iglesia estaban allí y por eso lo entonamos a cuatro voces la inmortal canción: “Noche de Paz”.
La historia de este precioso himno tuvo su inicio la noche del 24 de diciembre de 1818 en el pueblecito Hallein, en los Alpes austríacos, cuando al joven sacerdote José Mohr, leyendo el relato evangélico para su sermón, le vino la inspiración repentina y compuso el poema; al día siguiente, Día de Navidad, el músico de la parroquia Francisco Javier Gruber le puso la melodía. Así que en aquella tarde navideña, el párroco y el maestro cantaron por primera vez aquella canción, allí en la capilla. ¡Aquellos dos hombres estaban muy lejos de saber que en pocos años esa melodía iba sonar con categoría de himno inmortal en todo el mundo! Los niños del pueblo al escuchar la nueva canción se acercaron, y si algo natural poseían los habitantes en todo aquel extenso valle de Zillertal en el Tirol austríaco, eran buenas voces, así que el maestro empezó a ensayar con ellos inmediatamente  la canción a cuatro voces. En aquel tiempo se consideraba que el único instrumento digno para los himnos en las iglesias era el órgano, pero este instrumento se había dañado. Sin embargo, los cantores no se detuvieron y resignadamente ensayaron con lo único que disponían: sus voces y una guitarra que Francisco Javier tocaba muy bien; él dijo: “Después de todo, Dios nos oirá con órgano o sin él”, así, el coro de niños estrenó la canción el domingo después de Navidad.
Pues bien, entre aquellos niños, se encontraban los hermanitos Strasser: Carolina, José, Andrea y la pequeña Amalia. En el pueblo se decía de ellos: “Esos Strasser…, parecen unos ruiseñores”. Al año siguiente, aquellos niños fueron invitados a un concurso de cantos navideños en donde estarían el rey y la reina de Sajonia. Desde luego que estaban muy nerviosos, así que cuando les llegó su turno, lo primero que cantaron fue Noche de Paz. Cuando terminaron, los oyentes, sobrecogidos y emocionados, guardaron silencio, pero los reyes rompieron el protocolo, se pusieron de pie y empezaron a aplaudir. Lo demás es historia, aquella sencilla melodía dejó de ser un villancico para volverse himno, y ahora es para el mundo cristiano y, aun, para el profano: Una canción inmortal.
¡Cantémosla nosotros también!
                    I
¡Noche de paz, noche de amor!
Todo duerme en derredor,
Entre los astros que esparcen su luz
Bella, anunciando al niñito JESÚS,
Brilla la estrella de paz,
Brilla la estrella de paz.
                 II
¡Noche de paz, noche de amor!
Oye humilde al fiel pastor,
Coros celestes que anuncian salud,
Gracias y glorias en gran plenitud,
Por nuestro buen Redentor,
Por nuestro buen Redentor.
                III
¡Noche de paz, noche de amor!
Ved que bello resplandor
Luce en el rostro de niño JESÚS
En el pesebre, del mundo la luz,
Astro de eterno fulgor,
Astro de eterno fulgor.[1]
Oración:
SEÑOR JESÚS:
A ti que viniste a Belén a nacer, y que sangre y vida diste por mí, te consagro de nuevo mi ser. Tal como soy mísero y pecador, me entrego a ti, ¡recíbeme, SEÑOR!, y por favor, que nunca me canse de proclamarte. Haz de mi vida también, una canción inmortal para tu honra y gloria. Amén.
Perla de hoy:
Si lo único que tienes como regalo para JESÚS es el poema de tu vida, dáselo y Él hará de ti una canción inmortal.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento por obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?

[1].  Himnario de Alabanza Evangélica, #58. El Paso, Texas: EMH, 1997

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