viernes, 15 de marzo de 2013

Confío en Dios, a pesar de todo


Francisco Aular
 
Dichoso el que pone su confianza en el Señor y no recurre a los idólatras ni a los que adoran dioses falsos. Salmo 40:4 (NVI)
Un joven poeta llegó a la casa de Stéphan Mallarmé para consultarle su opinión sobre un poema que se proponía escribir sobre Dios. “¡Hermoso asunto!”, opinó Mallarmé. “¿Verdad, maestro?, pero usted, ¡casi no me atrevo a preguntárselo!, usted, ¿cómo lo ve?, ¿cómo lo concibe?”. Tomó Mallarmé una hoja de papel en blanco, y en medio de la hoja, con aquella caligrafía segura y elegante que poseía, escribió: “Dios”. Después, dejó la pluma y permaneció en silencio. “¿Y qué, maestro?”, interrogó, al cabo de un instante, el joven poeta. “¿Y qué?, pues nada más. No cabe agregar nada a esa palabra”. Las consideraciones más variadas y profundas, las disertaciones más sutiles, y el poema más grandioso que pudiera concebirse, dirían menos que esas cuatro letras: cuando se escribe Dios se ha dicho todo y se ha escrito todo. Por esa razón, aunque algunos digan que se puede triunfar en la vida sin Dios, yo confío en Él.
Aunque algunos me digan que confiar en Dios y depender de Él es signo de debilidad, yo confío en Dios.
Aunque mis amigos me desamparen y me dejen abandonado en el camino a mi propia suerte, yo confío en Dios.
Aunque ruja la tempestad y los fuertes oleajes me amenacen y el peligro me rodee en medio de la oscura noche, yo confío en Dios.
Aunque mi cama esté llena de dolor, y las lágrimas hayan mojado mi almohada, yo confío en Dios.
Aunque la miseria haya tocado la puerta de mi vida y no tenga el pan de hoy, yo confío en Dios.
Aunque mi esperanza se esfume y mis ilusiones no sean satisfechas, yo confío en Dios.
Aunque mis planes fracasen y se trunquen todos mis propósitos, yo confío en Dios.
Aunque vea el triunfo de los malos y el aparente fracaso de los buenos, yo confío en Dios.
Aunque los impíos se enseñoreen y los piadosos sean menospreciados, yo confío en Dios.
Aunque la enfermedad me abata y el duro proceso de salir de este mundo me sea doloroso, yo confío en Dios.
Aunque mi enemigo, la muerte, me cerque y tenga fuerzas solamente para decir una frase, diré: ¡Yo confío en Dios!
Oración:
Padre y Dios nuestro:
Hoy te siento en mi espíritu de una manera especial. Mi fe en Ti es inquebrantable. Que yo pueda decir como el poeta: “Con toda fe muerta, se agigante tu fe”. Siento un deleite especial al saber que vas conmigo y en mí. Hoy quiero ser un instrumento en tus manos, un vehículo para hacer en bien que Tú quieres que haga. Que mis manos sean tus manos para dar el pan al que lo necesite. Que mis labios sean tus labios para decir la palabra que edifique, que levante y que sane. Que mis ojos sean tus ojos, cuando explore las peligrosas rutas del camino. Que mi mente sea tu mente para pensar lo bueno, lo grande y lo noble. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Los ojos del SEÑOR están sobre los que esperan y confían en Él.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Déjanos tus comentarios