SELECCIONES
Perlas del Alma
Francisco Aular
faular@hotmail.com
JUEVES,25 de septiembre 2025
Lectura devocional: Salmo 119:25-32
Estudia constantemente este libro de instrucción. Medita en él de día y de noche para asegurarte de obedecer todo lo que allí está escrito. Solamente entonces prosperarás y te irá bien en todo lo que hagas. Mi mandato es: “¡Sé fuerte y valiente! No tengas miedo ni desanimes, porque el Señor tu Dios está contigo dondequiera que vayas”.
—Josué 1:8,9 (NTV).
ENTRE LOS MISIONEROS que distribuyeron la Biblia, al final de siglo 19 y parte del siglo 20 estuvo, el valiente pionero Francisco Penzotti (Italia 1852-Argentina 1925).
En aquellos años, distribuir la Biblia era un delito, perseguido por el binomio la Iglesia y El Estado. Por lo tanto, haciendo esta labor fue puesto preso en Perú.
Salió de aquella cárcel de el Callao, en Perú, y siguió predicando la Buena Noticia de Salvación, y el Libro que es su fuente: la Biblia. Murió a los 73 años de edad, el 24 de julio de 1925, y sus últimas palabras fueron: “Vale la pena servir al Señor, ¡qué lindo, qué lindo es morir!”. Francisco Penzotti recibió en su peregrinar por este mundo: Luz y fuerzas para el camino.
De tal manera que, estos héroes de nuestra fe que he nombrado, y muchos otros cuyos nombres “están escritos en el libro de la vida”, han demostrado que el resplandor de la Biblia es más fuerte que el brillo de la espada de los verdugos. Un ser humano guiado por la Palabra de DIOS es más fuerte también que las huestes de los césares y del poder temporal de los Atilas.
Por consiguiente, la gloria de esos hombres poderosos vino y se fue, pero la Palabra de DIOS sigue iluminando al mundo. Así vemos: La vara de Moisés que quebrantó el centro del Faraón; la honda de David, un simple muchacho que dominó el escudo y la espada del gigante Goliat; el silencio de JESÚS que rompió el poder humano de Pilato, y la humildad y pasión de Pablo que derrumbó el trono de los emperadores romanos.
Igualmente de ese mismo proceder de creerle a DIOS y su Palabra, contamos a Martín Lutero, quien clavó sus 95 tesis en las puertas de la capilla de Wittemberg, y ellas destruyeron el poder de Carlos V; del mismo modo, la predicación encendida de Juan Wesley salvó a Inglaterra y a la humanidad de una catástrofe, y produjo el Gran Avivamiento que hizo posible que Diego Thompson y José Lancaster llegaran a las costas de América Latina con miles de Biblias, y a pesar de las muchas luchas, nosotros somos el fruto de la semilla sembrada con sangre, sudor y lágrimas. Al final puso, la Biblia en nuestras manos:
“Dios mío, no me hagas quedar mal,
pues confío en tus mandamientos
y he decidido obedecerlos.
No me tardo en cumplirlos
porque me ayudaste a entenderlos”.
— Salmos 119:31,32 (TLA).
No puedo terminar esta Perla, sin contarle una ilustración que la siento en todo mi ser. Mi madre era una campesina, ella y yo recibimos el regalo de la Vida Eterna en JESÚS. Ella tendría 25 años y yo, cinco años nada más. Fuimos al primer culto evangélico que se celebró en el pueblito de Marincito, donde yo crecí.
Aquella noche, los hermanos que hicieron el culto se lucieron poniendo las lámparas de kerosene; pero en aquella ocasión, solo asistieron dos personas al culto, mi madre y yo. Ambos hicimos una decisión de fe, pasamos al frente, y el pastor y su esposa oraron por nosotros. Años después, yo enfermé gravemente de paludismo. Con mis nueve años encima.
En aquellos años, el paludismo me azotó de muchas maneras. Por ello, un día desde mi pueblo, mi madre me llevó a San Felipe, la ciudad capital del Estado Yaracuy. Ocurrió que mis padres habían hablado con unos familiares que me trasladaron a Caracas para ser hospitalizado en el Hospital de Niños en San José del Ávila.
El único problema fue que yo no supe nada de esas negociaciones. Y para el colmo, un primo me sacó de paseo, y al regreso mi mamá no estaba… Y claro como niño, sentí que me moría sin ella. No les miento, esa noche 19 de mayo de 1955, no dormí. Sin embargo, me consolaba que en una pequeña maleta, mi madre acomodó, además de mis pocas pertenencias, un Nuevo Testamento, varias selecciones de los Evangelios y algunos tratados… ¡Gracias al SEÑOR, aquí estoy!
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