miércoles, 3 de febrero de 2016

¡Gracias por tus oraciones!

Francisco Aular
faular@hotmail.com
Lectura devocional: Romanos 15:23-33
Mis amados hermanos, les pido encarecidamente en el nombre de nuestro Señor Jesucristo que se unan a mi lucha orando a Dios por mí. Háganlo por el amor que me tienen, ese amor que el Espíritu Santo les ha dado. Romanos 15:30 (NTV)

Ocurrió que en los preparativos para la tercera Marcha Evangelizadora al oriente de Venezuela, me había comprometido con el pastor Samuel Ramírez a dar un viaje de reconocimiento del terreno. Así lo hice, pero, vale decir que esto ocurrió una semana después de un exitoso viaje a Estados Unidos: en Miami Dios había hecho grandes cosas en medio de la Iglesia Bautista Emanuel, luego había viajado a Texas y grabado algunos programas de televisión, así que en aquel viaje el Señor nos había dado una gran cosecha de nuevas personas para Él, y había edificado al pueblo de Dios en general. Como yo era nuevo en el liderazgo, me sentía abrumado ante tantas bendiciones, ¡pero el Señor no dejó que el éxito se volviera vanidad en mí! He aquí la importancia de este relato, porque en realidad la oración es el vehículo de la gran cosecha; por medio de la oración intercesora ante el Señor de la cosecha, Él llama y usa con poder a sus obreros en la mies.
Así, pues, me correspondió emprender el viaje para conocer los lugares por donde iríamos con la Tercera Marcha Evangelizadora, -agosto de 1979-. En compañía del pastor Ramírez fui visitando todos los lugares por donde pasaría la Marcha un año y medio después de haberla iniciado como plan de evangelización personal en la obra venezolana en 1977. Nuestro itinerario incluía la ciudad de Puerto Ordaz y cerraba en El Callao, estado Bolívar. En el recorrido llegamos tarde, en la noche, a la ciudad de El Palmar. Nos alojamos en casa de la familia Pulgar. Estábamos bajando nuestras cosas del carro cuando la hermana Pulgar se me acercó y con tono de imploración me dijo, “perdone usted hermano Francisco, pero tenemos en nuestra iglesia una anciana que lo ama mucho, ella nos pidió que tan pronto usted llegara lo lleváramos a su casa, ella quiere conocerlo”. De inmediato nos fuimos a la casa de la hermana María Reina, una anciana cercana a los ochenta años, casi ciega. Ella había sido una de las fundadoras de la obra evangélica en aquellos pueblos conjuntamente con el misionero Covoult. La sala de la casa estaba dividida por un tabique y éste lo tenía empapelado con los artículos de mi columna “El avivamiento” que yo había publicado en nuestro vocero denominacional El Luminar Bautista.
Me presenté delante de aquella sierva de Dios, intercambiamos algunas palabras, pero nunca olvidaré sus gestos y sus palabras, se levantó de su asiento y tocando mi cara con sus manos, me dijo: “Francisco, ¿qué te había ocurrido, en dónde estabas estas semanas pasadas que el Señor no me dejó dormir y puso en mi corazón interceder por ti noche y día?...”. Con rapidez mental, en fracciones de segundo recordé todas las bendiciones recibidas en aquel viaje en Estados Unidos, ¡la intercesión de esta amada anciana por aquel joven evangelista había hecho la diferencia! Lágrimas de gratitud corrieron por mis mejillas la abracé y exclamé: ¡Gracias por sus oraciones hermana María Reina, no deje usted de orar por mí y por los obreros que estamos en el frente de batalla! Nunca más la hermana María Reina y yo volvimos a encontrarnos en esta tierra, pero sí sé, que mientras vivió, sus oraciones me acompañaron siempre. Ella partió con el Señor unos 20 años después de ese encuentro. Como todo intercesora estoy seguro de que su ministerio de intercesión abarcó mucho más allá de mi propio ministerio y sólo en el cielo, cuando nos encontremos otra vez, sabremos cuánto de lo bueno que hemos hecho en la obra se lo debemos a la hermana María Reina y a su gran ministerio de intercesión aquí en la tierra. El Señor de la obra trabaja por medio de nosotros, y aún así, necesitamos hermanos que intercedan por nosotros.
El hombre más extraordinario como héroe del Cristianismo, después de JESÚS, es el apóstol Pablo. Tenía planes de llevar el Evangelio hasta la última frontera del Imperio Romano, pero el enemigo de la obra se lo había impedido. Así que como era usual en el apóstol de Jesucristo, solicitó a los amados que le regalaran sus oraciones, que se pusieran en la brecha de la oración por el triunfo del reino y lo ayudarán a extender la obra sin impedimentos. Por ello, el Apóstol les escribe y les dice: ¡Gracias por sus oraciones!
Perla de hoy:
La oración es un deleite de nuestro espíritu con Dios, para que nos regocijemos, y nos renovemos momento a momento en la tarea encomendada.
Oración:
Dulce oración, dulce oración,
de toda influencia mundanal
elevas tú mi corazón.
Al tierno Padre celestial.
¡Oh cuántas veces tuve en ti
auxilio en ruda tentación
y cuántos bienes recibí,
mediante ti, dulce oración.
Dulce oración, dulce oración,
al trono excelso de bondad
tú llevarás mi petición
A Dios que escucha con piedad.
Por fe espero recibir,
la gran divina bendición
y siempre a mi Señor servir
por tu virtud, dulce oración.
Dulce oración, dulce oración,
que aliento y gozo al alma das,
en esta tierra de aflicción
consuelo siempre me serás
hasta el momento en que veré
las puertas francas de Sión
Entonces me despediré
Feliz de ti dulce oración.
(Dulce oración #138 CBP,1982)
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento por obedecer?
¿Existe algún pecado por evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?

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