lunes, 4 de mayo de 2015

Mi camino hacia la madurez

Francisco Aular                                            
Lectura deviocional: 1 Corintios 2:14-3:1-3
Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. 1 Corintios 13:11 (NVI)

Al servicio de fotografía del hospital en donde trabajaba como fotógrafo clínico, me trajeron un hermoso niño que le calculé unos diez meses de edad, venía remitido por el Departamento de Genética del hospital. Lo había traído la abuela y ella era muy buena conversadora, me preguntó: ¿Cuántos meses cree que tiene el niño? Le dije la edad que había pensado, me respondió con un tono lastimero, en realidad él tiene seis años…
Los humanos somos muy parecidos tanto en lo físico como en lo espiritual. Por eso son necesarios, dos nacimientos: el humano que nos pone en la tierra, y el nuevo nacimiento (Juan 3:1-8) que nos coloca en el cielo. Ambos nacimientos nos obligan a crecer, a madurar; de no hacerlo, existe una incoherencia en el proceso normal de crecimiento. En efecto, el propósito de Dios al producir en nosotros tanto “el querer como el hacer por su buena voluntad” (Efesios 2:13), es para que podamos desarrollar un carácter como el de JESÚS (Gálatas 5:22-23) Lamentablemente millones de cristianos nacidos de nuevo han envejecido pero no han madurado en la fe, Dios quiere usarlos para que sirvan en Su reino y en Su iglesia, pero su infantilismo no los deja: “Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Les di leche porque no podían asimilar alimento sólido, ni pueden todavía” (1 Corintios 3:1-2)
Pues bien, pensando en mi propia vida -inicie mi crecimiento en Cristo hace ya mas de cinco décadas-, no me encuentro satisfecho y hago todo lo que pueda intencionalmente para seguir sirviendo al Señor en los límites finito como el ser humano que soy; continúo trabajando y permitiendo que Dios me forme hasta cumplir Su propósito en mí “a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13b RV60)
En virtud de esto, haga la siguiente resolución: ¡Persistiré hasta alcanzar la madurez en Cristo! Así como no me quedé siendo un niño en lo físico, tampoco lo seré en lo espiritual. Aunque no nací en cuna de oro, tampoco nací en derrota ni para fracasar porque soy parte del plan de Dios, a mis nueve años, decidí no culpar a mis padres ni a mi preciosa familia que Dios me dio biológicamente de cualquier falla en mi carácter; un día de aquellos en que tenía que realizar varias tareas, las asumí con optimismo; desde entonces, me abstengo de escuchar y formar parte de aquellos que lloran y se quejan; no hago de los pesimistas mis compañeros de viaje porque dañan con sus lamentos el camino que Dios, en Su gracia me trazó; Dios me crió para crecer y los linderos de mi crecimiento es ser como Cristo.
¡Persistiré hasta alcanzar la madurez en Cristo! No me conformaré con los trofeos que se me den o se me nieguen en esta vida; porque el verdadero premio son las coronas que el Señor me dará al final de mi jornada, y no me corresponde a mí, elegirlas; cuando haya terminado mi día, y vaya al dormitorio a esperar mi resurrección de entre los muertos, diré en el sentido espiritual, diré como Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7 RV60). Ahora bien tengamos esto en cuenta: La salvación es iniciativa de Dios a mi favor, la madurez es iniciativa mìa al buscar el favor de Dios para lograrlo. ¡Este es mi camino a la madurez!
Igualmente, en el plano humano diré como Amado Nervo: Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes!
¡Vida, estamos en paz!
Oración:
Padre eterno:
¡Gracias por designarme un lugar en tu reino y en tu iglesia! Ayúdame a echar muy lejos de mí, la queja, la amargura y el culpar a otros de las cosas que me ocurren; ayúdame a ser maduro en la fe y en el carácter. En el Nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
La madurez no es automática es una elección que se perfecciona en el trato conmigo mismo y los demás.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento por obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo? 

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