martes, 7 de mayo de 2013

Mi experiencia con Dios


Francisco Aular

Lectura devocional: Salmo 119:73-80

SEÑOR, sé que tus ordenanzas son justas; me disciplinaste porque lo necesitaba. Salmo 119:75 (NTV)

Cuando mueras, y a los pocos segundos estés frente a Dios, te darás cuenta que la vida, después de todo, no fue una experiencia que se trataba de ti, sino de Él.
En efecto, al final de la vida nos daremos cuenta que lo más importante ha sido nuestra experiencia con Dios, porque cuando Él viene a la vida del ser humano, se nace de nuevo (Juan 3:3) y, éste se ve afectado de tal manera que se convierte en un mayordomo, uno que va a administrar sabiamente todo los talentos y dones que Dios le ha dado. Por ello, cuando Dios nos da su Palabra, somos personalmente responsables por el lugar que le demos en nuestras vidas.
En la décima estrofa del Salmo 119, -el poema dedicado a la Palabra de Dios-, nos encontramos con la verdad de nuestra experiencia personal con Dios y su influencia sobre los demás. Ahora bien, ¿cómo se inicia, se desarrolla y madura nuestra experiencia con Dios? Veamos:
Mi experiencia con Dios, estuvo primeramente en sus planes: “Tú me hiciste; me creaste. Ahora dame la sensatez de seguir tus mandatos” (v.73.) ¡Ningún ser humano es un accidente en este mundo! Nacimos con un propósito, el apóstol Pablo lo vio así: “Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo” (Efesios 1:5; NTV). Sí, ¡Dios tomó la iniciativa para hacernos sus hijos! De tal manera, que la experiencia de llegar a conocer a Dios personalmente estuvo en su mente mucho antes de nuestro nacimiento físico, pero lo que hagamos con todo lo que la experiencia conlleva, es nuestra responsabilidad. De esta manera, la gracia divina que nos salva y nuestra responsabilidad como salvados, van juntas: “Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás” (Efesios 2:10; NTV).
Un asunto que está en la mente de Dios y es de su agrado en nuestro crecimiento espiritual en JESUCRISTO, si tal aumento de nuestro conocimiento no ocurre, nos quedaremos estancados en los primeros pasos de la cumbre a la que debemos llegar, y nuestro andar en esta vida será de una manera mediocre y carnal, sin embargo, gracias al Señor, Él nos ha dejado muchas ayudas para mantenernos en sus caminos, entre ellos: la Biblia, el Espíritu Santo, la oración y la Iglesia. Así, que crecer en nuestra experiencia con Dios o no hacerlo, no es opcional para el cristiano nacido de nuevo; y por lo demás, no tengo excusas para servirle a Dios como debo y puedo decir con el salmista: “Ahora dame sensatez de seguir tus mandatos”.
Mi experiencia con Dios, sirve para cambiar, influir e impactar en la vida de otros: “Que todos los que te temen encuentren en mí un motivo de alegría, porque he puesto mi esperanza en tu palabra” (v.74.) ¡Imposible nombrar en esta hora a todos los que han influenciado mi vida desde el día en que el SEÑOR me trajo a Él! Cuando llegué al compañerismo de una pequeña congregación en la ciudad de Caracas, teniendo tan solo 17 años, allí encontré: hermanos, hermanas, madres y padres, maestros, pastores, misioneros, matrimonios y familias, de tal manera que mi experiencia con Dios fue enriquecida en ese primer hogar espiritual; después, vinieron años de formación en la familia más grande, la obra nacional e internacional, y vi las vidas de hombres y mujeres de Dios ejemplares, todas esas vidas me cambiaron, influyeron en mí y me impactaron, de tal manera que puedo confesar sinceramente, que si tuviera que regresar una parte de mi a todos ellos que me forjaron para ser quien soy, ¡quedaría muy poco de mí! ¡Alabado seas SEÑOR!
Mi experiencia con Dios, incluye el conocimiento de que soy su hijo y que por lo tanto me ama y como me ama, acepto su corrección, cuando me disciplina: “¿Acaso olvidaron las palabras de aliento con que Dios les habló a ustedes como a hijos? Él dijo: “Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor y no te des por vencido cuando te corrija. Pues el SEÑOR disciplina a los que ama y castiga a todo el que recibe como hijo” (Hebreos 12:5,6). Cuando pasamos por una prueba no debemos preguntar: “¿Por qué SEÑOR?, sino, ¿para qué SEÑOR? Así todo sufrimiento se convierte en una manera de crecer conforme al plan de Dios, y podemos decirle a Dios:SEÑOR, sé que tus ordenanzas son justas; me disciplinaste porque lo necesitaba. Ahora deja que tu amor inagotable me consuele, tal como le prometiste a este siervo tuyo. Rodéame con tus tiernas misericordias, para que viva, porque tus enseñanzas son mi deleite” Salmo 119:75-77 (NTV).
Oración:
SEÑOR en Tus manos estoy, sin reservas, sin retiradas y sin lamentos; mi experiencia al andar contigo me revela cuán frágil soy; Tú me amas y me corriges, dame el valor y la sabiduría para arrepentirme, levantarme y seguir. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
Cuando muramos, y a los pocos segundos estemos frente a Dios, nos daremos cuenta que la vida, después de todo, no fue una experiencia que se trataba de nosotros, sino de Él.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?

 

 

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