jueves, 21 de abril de 2011

Getsemaní

Francisco Aular

Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Lucas 22:42

Llegamos al Monte de los Olivos, y al lado del Templo de Todas las Naciones, con sus doce cúpulas representando las doce tribus, está ubicado el Jardín de Getsemaní. Estaba cerrado, "no, no puede ser”, exclamé con desilusión. A lo lejos, noté que el guardián del lugar se dedicaba a las labores de limpieza; era un palestino. Le hice señas para que se acercara, y él vino. En mi cortado inglés de mis días de estudiante, le expliqué que nosotros -don Germán Núñez Bríñez y yo- habíamos venido desde Venezuela, pero el hombre nos dijo que cerraban el lugar un día a la semana por mantenimiento. Insistí, así el hombre al ver mi frustración, se le ablandó el corazón, y haciendo señales de que no lo dijéramos a nadie, nos dejó entrar. Caminábamos como quien pisa la alfombra roja de un lugar famoso.
Mi corazón saltaba de alegría y mis ojos no dejaban de absorber las imágenes de todo el lugar. Allí quedan todavía ocho olivos originales, con más de tres mil años de edad, y en cierto lugar se contempla la roca de la Agonía, donde se supone que el SEÑOR oró, lloró y agonizó. ¡No puedo resistirme y me arrodillo, y oro dándole gracias al SEÑOR! El silencio del lugar me permite escuchar el concierto de las aves, y en fracciones de segundos viajo dos mil  años atrás. Me parece contemplar a JESÚS, "huesos de mis huesos, carne de mi carne", sufriendo, gimiendo en una agonía total; el sudor rojizo de su frente cae gota a gota sobre aquellas piedras del lugar; siento que toda la tempestad del mundo cae sobre sus hombros. ¡Cuán pequeños resultan mis problemas cuando navego por mis riachuelos de aflicción frente a las tempestades de los océanos que como torrentes golpean el alma de mi amado JESÚS! ¡Tener un SEÑOR que se identifica con todas mis aflicciones, pues ha sufrido mucho más que todas las aflicciones juntas de los seres humanos que hemos vivido y de los que vivirán, es algo muy grande!
Estar en Getsemaní es contemplar que a los ojos de un Dios tres veces Santo, el pecado es tragedia, dolor y desastre. No existe nada bueno en el corazón del ser humano pecador. La obediencia a Dios es la columna sobre la cual debiera descansar toda respuesta del ser humano al amor de Dios. Pero desde Adán, el habitante feliz del Jardín del Edén, la desobediencia ha sido nuestra única respuesta al Dios Santo que nos ama y busca como al principio: "¿Dónde estás tú?".
¡Pero he aquí el segundo Adán, JESÚS! En Él, la obediencia es total. En toda la historia de la salvación, desde antes de la fundación del mundo, Getsemaní es el punto de no retorno; es el punto del trueque, del intercambio: ¡JESÚS toma el lugar del pecador! Nadie lo obliga a hacerlo, pero el amor de JESÚS es grande y decide sobre esa base. Como el primer Adán, JESÚS tiene delante de sí, el obedecer o no. La lucha es real y se le da la copa del precio que tendrá que pagar; la toma o la deja.
Penitente, me doy cuenta de cuánta maldad existe en mi propio corazón, la negritud de mi ser interior me alarma, cuán sucio, manchado y despreciable soy a los ojos de Dios. Merezco ser lanzado sin misericordia, lejos de la presencia de JESÚS; debajo de aquellos olivos retorcidos por el tiempo, yo también me retuerzo de angustia y arrepentimiento. ¿Cuánto tardarás, Dios Santo, en vomitarme de tu boca? Contemplo con los ojos de la fe a JESÚS, me levanto en espíritu y me dirijo hacia Él, es de noche, pero los hilos delgados de la luna se proyectan el todo el lugar, llenándolo de luz. Lo veo arrodillado y apoyado sobre una roca. Su corazón está roto en mil pedazos, y la sangre se derrama por los poros de su precioso cuerpo. Veo su rostro, está bañado de sangre, el cielo ha enviado un representante, un ángel, para consolarlo. Me detengo con un pensamiento para luego pasarlo a la palabra y decírselo a Él: "Mi Señor y Salvador, ¿por qué tanto sufrimiento?…”. Pienso que Él no me ha visto, pero levanta su cabeza, y me dice: "¡Francisco, estoy sufriendo por tu pecado!"… ¡Nunca más olvidaré la ternura de su palabra y su mirada!
Fue entonces cuando escuché el final más feliz de toda la prueba de Getsemaní, y también de mi oración: "Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Y, se tomó la copa hasta la última gota. ¡La obediencia, por fin, había triunfado!
Entonces, allí en Getsemaní, ¡me levanto, y salgo con los ojos llenos de lágrimas y con mi corazón lleno de gratitud! Bajando del Monte de los Olivos, miro hacia Getsemaní, posiblemente, no volveré a estar allí en esta vida humana, pero espiritualmente, muchas veces retornaré..., y he retornado.


Oración:
Amado Dios:
Hoy pongo toda mi confianza en JESÚS, mi Señor y Salvador para tener paz contigo, ahora puedo disfrutar de tu amor y un día podré disfrutar también de toda tu grandeza. Enfrento el sufrimiento con alegría, no le huyo al Getsemaní en mis decisiones. No importa lo que tenga que pasar, pero me esforzaré en tu gracia para hacer tu voluntad. Sé que Tú cumplirás tus promesas, porque has llenado mi corazón con tu amor, por medio del Espíritu Santo que por la fe, vive en mí. JESÚS, tu amado Hijo, tomó mi lugar en la cruz: "¿Puedes quemarme, oh fuego consumidor, cuando no sólo has quemado sino que has consumido completamente a mi Sustituto?" No. Por fe, mi alma ve la justicia satisfecha, la ley honrada, el gobierno moral de Dios establecido, y sin embargo, mi alma que fue antes culpable, ahora es absuelta y recibe tu perdón. ¡Gracias amado Dios, gracias amado JESÚS, estando en vuestras manos estoy seguro! En el sagrado nombre de JESÚS. Amén.


Perla de hoy
JESÚS en la cruz fue torturado, pero su lucha en Getsemaní fue su decisión final. Sin Getsemaní no existe Calvario. Por contradictorio que parezca, la Cruz del Calvario no es derrota, sino victoria final en la historia de la salvación.


Interacción:
¿Qué te dice Dios hoy por medio de su Palabra?
Y en respuesta a ello…
¿Qué le dices tú a Él?

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