viernes, 26 de octubre de 2012

¡Incómodos!


Francisco Aular                                            
 
Entren por la puerta estrecha. Porque es ancha la puerta y espacioso el camino que conduce a la destrucción, y muchos entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran. Mateo 7:13,14 (NVI)

A finales de los años 70 una dictadura militar dirigía los destinos de la república Argentina; se perseguía con saña a los enemigos del régimen; se les hacía falsos juicios y se los encarcelaba. La persecución, las torturas y la muerte estaban  a la orden de día. No había ley sino la que la dictadura imponía. El régimen tenía sus espías por todas partes y era fácil que a cualquier ciudadano se le acusara, nada más que por ser incómodo al gobierno. En ese tiempo, un amigo mío, pastor, conferencista de fama internacional, con más de sesenta años encima, y más de treinta de ministerio exitoso, fue invitado para dar unas conferencias evangelizadoras fuera de su país. Llegó al aeropuerto con su pasaporte  en mano, y cuando ya se subía al avión, lo detuvieron. Los militares no aceptaron explicaciones, tenían orden de captura contra el pastor desde el más alto nivel. Era medianoche cuando lo llevaron delante del militar de mayor rango. En su interior -nos dijo él-, oraba: "Señor tú sabes que yo no he hecho nada en contra de este gobierno, ayúdame a defenderme…”. El pastor escuchaba ruidos de las celdas que se abrían y cerraban, voces que pedían ayuda desde un salón de torturas, y verdugos que gritaban buscando confesiones que se ajustaran a lo que ellos pedían. Un frío le recorrió todo el cuerpo. Mi amigo pidió fuerzas al Señor: “Padre, te he servido lo mejor que pude, ayuda a mi esposa y a mis hijos, y a mi amada congregación, cuando les falte su pastor”.  Lo encarcelaron. Estuvo todo el día en aquel horrible lugar; nadie sabía que estaba allí. Tampoco había explicaciones, y él no las exigía. Vino el anochecer, y al fin escuchó su nombre. Cuando estuvo al frente del alto oficial que ya lo conocía de la noche anterior, uno de los secretarios leyó una especie de resumen de lo que habían averiguado de su persona. Todo coincidía con él, escuchó el nombre de su esposa y de sus hijos, la iglesia que pastoreaba y hasta las veces que había salido y entrado del país. “¿Cual es el veredicto?” Pregunto en voz alta el oficial, y un oficial de menor rango, vino delante del oficial hizo el saludo militar, haciendo sonar sus zapatos. Entonces, mi amigo pastor escuchó: “¡Mi general, este hombre es inofensivo para el régimen es un pastor evangélico!...”, acto seguido, le devolvieron sus documentos y su dinero, y lo dejaron libre. Una vez en la calle, tomó un taxi hacia su casa. Sus emociones se desbordaron y empezó a llorar, no de alegría sino de tristeza, la voz de aquel hombre le retumbaba en sus oídos: “¡es inofensivo!”…
¿Se dirá eso mismo de nosotros frente a la incomodidad de la evangelización? La nación en la cual vivo se conoce por ser multicultural. Aunque existe libertad de cultos se nos ordena respetar y no ofender a los musulmanes, ni a los judíos, tampoco a los homosexuales, ni a los ateos. Predicar el evangelio se ha hecho ofensivo para esta sociedad que anda por el camino ancho de la perdición eterna. ¿Qué haremos? Algunos cristianos ha escogido ser cómodos, ellos son inofensivos, cómplices de todas las desviaciones de nuestra sociedad y del mundo actual. Por otra parte, la iglesia de estos tiempos se caracteriza por haber ajustado el mensaje –según ellos- demasiado agresivo y acusador. Sus iglesias están llenas de gente que vinieron para escuchar mensajes de cómo ser triunfadores en este mundo moderno, y otros así, por el estilo. Un pastor muy conocido de una de las congregaciones más grandes de los Estados Unidos, dijo en una entrevista: “¡No predicamos sobre el pecado en nuestra iglesia porque eso ofendería a nuestros numerosos asistentes!”.
Mis amados, la verdad de las cosas es que el Evangelio de JESÚS ofende. El mismo fundador murió en una cruz. Sus discípulos fueron tan ofensivos que todos –excepto Juan el Apóstol- murieron crucificados. Los millones de mártires de ayer y de hoy así lo proclaman. ¡No tenemos salida! No hay otro Evangelio. La puerta que conduce de la tribulación a la gloria es estrecha; muchas cosas se tienen que quedar cuando la puerta es estrecha, y apenas, de uno en uno y dejando todo, podemos pasar. Uno tiene que reconocer que es un pobre pecador y que va camino al infierno. Uno tiene que arrepentirse y nacer de nuevo. ¡Eso no es fácil! Nosotros hablamos tanto de autoimagen que olvidamos que hemos sido hechos   a la imagen de Dios, y no a la de este mundo que va camino a su propia destrucción.  Es un urgente; el tiempo es corto. ¡Salgamos de nuestra comodidad y dejemos de ser inofensivos! JESÚS espera que como sus grandes hombres y mujeres del pasado, nosotros también, debemos escoger: Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado (Hebreos 11: 24-25 NVI).

Oración:
Padre ayúdame a ser un testigo eficaz llevando tu Evangelio en uno de los momentos más difíciles de la humanidad. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Un evangelio sin la ofensa de la cruz, la negación de uno mismo y la invitación a tomar cada día la cruz, no es evangelio.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento por obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?

 

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