Francisco Aular
Hay una temporada para
todo, un tiempo para cada actividad bajo el cielo.
Eclesiastés 3:1 (NTV)
Hace un tiempo, un joven miembro de nuestra iglesia,
recién graduado de la universidad, vino a mi oficina porque él quería saber cuál
sería mi consejo para invertir su vida con propósito. Me alegré de tal disposición
de aquel joven sabio; le pedí que al siguiente día me trajera lo que llamamos
una declaración del propósito de su vida, y así lo hizo, al siguiente día
regresó con esta propuesta: “El propósito de mi vida es amar y servir a
Jesucristo, crecer y madurar en mi fe en Él; no enredarme en los tropiezos que
el enemigo de Dios me ponga en el camino, fundaré una familia que le sirva y le
honre, y mi lema será: ser discípulo, de JESÚS, y hacer discípulos que hagan lo
mismo con otros.”.
El paso del tiempo, rápidamente, puso 15 años de
aquella entrevista entre el joven y yo; hoy él está cumpliendo la declaración del
propósito de su vida. Nos vimos en este verano, y ha sido hermoso comprobar que
vive según lo que escribió aquel día en mi oficina. Está felizmente casado, y
tanto su esposa como él sirven al Señor en compañía de sus hijos. Cada vez que
predica, y por su vida ejemplar, muestra que JESÚS es su pasión y triunfo.
¡Alabado sea Dios porque este hombre es sabio en el uso del tiempo que Dios le
ha dado!
Plutarco decía: “Confía en el tiempo: es el más
sabio de todos los consejeros”, pero lo importante no es cuánto tiempo viva,
sino qué hago, mientras vivo, con los consejos que el tiempo me da. ¿Le hago
caso a ese consejero que al final todo lo destruye con su paso?, ya sabemos que
el tiempo no puede ser recuperado, se pierde, porque es como la crecida de un
río que arrastra todo lo que encuentra a su paso, y cuanto más felicidad
encontramos en una temporada, más rápido se pasa; así, el tiempo nos arrastra
consigo, y ni siquiera es cortés para invitarnos a subir en su carroza,
¡nacemos en ella!..., ¿qué hacemos con el tiempo mientras estemos aquí?, ¿lo
malgastaremos?, ¿lo minimizaremos con indolencia o frivolidad?, ¿lo dejaremos
vacío sin llenarlo con un propósito para vivir?, o ¿lo redimimos como lo
aconsejó el Apóstol: “Andad sabiamente (…), redimiendo el tiempo” (Colosenses
4:5; RV60)? Pablo pensaba que esta vida era tan solo una temporada, y teníamos que
aprovechar cada oportunidad para llenar nuestra vida con la visión y misión que
Dios nos regaló, al darnos tanto la vida humana como la eterna: “Pero
mi vida no vale nada para mí a menos que la use para terminar la tarea que me
asignó el Señor Jesús, la tarea de contarles a otros la Buena Noticia acerca de
la maravillosa gracia de Dios” (Hechos 20:24; NTV).
Efectivamente, el tiempo es el patrimonio que Dios
no da generosamente, y Él espera que lo complazcamos en todo lo que hagamos mientras
vivamos, y no solamente a los demás seres humanos, con nuestra vida metida en
el tictac del reloj: “Trabajen de buena gana en todo lo que hagan, como si
fuera para el Señor y no para la gente” (Colosenses 3:23; NTV). Dios nos da en
la eternidad un paréntesis para vivir, que se abre con nuestro nacimiento y se
cierra con nuestra muerte. Así que el “tiempo es oro”. Sí, el tiempo es un
tesoro; es herencia de nuestro Padre Celestial, y solamente yo, como individuo,
tengo el derecho y el deber de manejarlo, invertirlo o redimirlo, teniendo
siempre en mente que existe un tiempo para todo, como bien lo escribiera, hace tres
mil años, el sabio Salomón en Eclesiastés 3:1-8 (NTV):
Hay una temporada para
todo,
un tiempo para cada
actividad bajo el cielo.
Un tiempo para nacer y
un tiempo para morir.
Un tiempo para sembrar
y un tiempo para cosechar.
Un tiempo para matar y
un tiempo para sanar.
Un tiempo para derribar y un tiempo para construir.
Un tiempo para derribar y un tiempo para construir.
Un tiempo para llorar y
un tiempo para reír.
Un tiempo para
entristecerse y un tiempo para bailar.
Un tiempo para esparcir
piedras y un tiempo para juntar piedras.
Un tiempo para
abrazarse y un tiempo para apartarse.
Un tiempo para buscar y
un tiempo para dejar de buscar.
Un tiempo para guardar
y un tiempo para botar.
Un tiempo para rasgar y
un tiempo para remendar.
Un tiempo para callar y
un tiempo para hablar.
Un tiempo para amar y
un tiempo para odiar.
Un tiempo para la
guerra y un tiempo para la paz.
Oración:
Amado Padre Celestial:
Las horas, los días y
los años se me han escapado como agua entre los dedos, sin provecho ni bien
para mí ni para otros. Te confieso que me ha faltado sabiduría y fuerza para
redimir el tiempo. En esta hora te pido SEÑOR, que me des valor, fe, esperanza
y amor para ponerme sobre mis pies, asirme con fuerza de tus manos, salir a
redimir el tiempo y contar a otros que tú eres el dueño de todos nosotros, de
lo que tenemos y somos. Te lo pido en el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Lo importante no es cuánto tiempo viva, sino qué
hago, mientras vivo, con los consejos que Dios me da por su Palabra.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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