miércoles, 3 de octubre de 2012

El fin del principio


Francisco Aular

Pues sabemos que, cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros por Dios mismo y no por manos humanas. 2 Corintios 5:1 (NTV)

El maravilloso futuro que nos espera incluirá: “un cielo nuevo y una tierra nueva…” (Apocalipsis 21:1), e igualmente, ¡un cuerpo nuevo! En el cristianismo el cielo no se concibe sin un cuerpo transformado y glorificado que lo perciba y disfrute pera siempre. En cambio, el dualismo helénico -tan en boga en los días del apóstol Pablo- consideraba el cuerpo como el compañero malo del alma. El cuerpo, sostenían algunos filósofos griegos, no es esencial para la persona. En un texto de “Fedón” Platón sostiene que por culpa del cuerpo “no nos es posible tener un pensamiento sensato”. Los judíos, en cambio, afirmaban que la persona no puede prescindir del cuerpo. Para el cristianismo neotestamentario, ¡el cuerpo es el templo en donde mora el Espíritu Santo! El cuerpo también es un regalo de Dios: “¿No se dan cuenta de que su cuerpo es el templo del Espíritu Santo, quien vive en ustedes y les fue dado por Dios? Ustedes no se pertenecen a sí mismos, porque Dios los compró a un alto precio. Por lo tanto, honren a Dios con su cuerpo” (1 Corintios 6:19,20; NTV).
¿Cómo podemos honrar a Dios con nuestros cuerpos? Actualmente tenemos dos tendencias marcadas en cuanto al cuerpo. Por una parte, estamos viviendo tiempos muy conflictivos, de total desprecio al cuerpo, lo demuestran el terrorismo y la inseguridad a escala mundial, las guerras que no cesan, el dramático aumento del aborto y la eutanasia, la autodestrucción por medio de la farmacodependencia, y otras plagas que hacen de la destrucción del cuerpo su objetivo principal. Lamentablemente, muchos cuerpos jóvenes están muriendo en nuestras calles en la plenitud de sus capacidades. En otro sentido, en muchas personas, el deseo de no envejecer y de que el cuerpo no se les deforme, se convierte en una obsesión. Se hacen esfuerzos para detener o aminorar el inevitable proceso natural de degradación del cuerpo humano.
Sin embargo, para el cristiano nacido de nuevo, la vejez tiene otro sentido. Es una vejez con propósito: “Ahora que estoy viejo y canoso,  no me abandones, oh Dios. Permíteme proclamar tu poder a esta nueva generación,  tus milagros poderosos a todos los que vienen después de mí” (Salmo 71:18; NTV). He vivido bastante, y lo que pido a Dios es seguir aceptando esta edad otoñal como una bendición que Él en su gracia me ha dado. Le pido que renueve mis fuerzas cada día para continuar predicando y contando a la nueva generación los “milagros poderosos”, al ver las vidas cambiadas de hombres y mujeres con el Mensaje del Evangelio, y proclamar que sí vale la pena vivir toda una vida para la gloria de Dios.
Es cierto que muchos días de pruebas físicas nos acompañan en estos años, sin embargo, la esperanza de que estoy cerca de tener un cuerpo nuevo, a semejanza del de JESÚS, resucitado y viviente, porque este cuerpo actual, esta “carpa terrenal”, debido al desgaste y cansancio naturales, no me servirá para la tierra ni tampoco para el cielo. Por lo tanto, al final de nuestra vida terrenal podemos dar este grito de victoria que surgió del corazón del Apóstol: “Por eso no nos desanimamos. Pues aunque por fuera nos vamos deteriorando, por dentro nos renovamos día a día” (2 Corintios 4:16; Dios habla hoy).
Al final del día, la mirada del alma y del espíritu del ser humano que ha llegado a experimentar la salvación eterna, se aparta de las cosas que se ven para fijarlas en aquellas que son invisibles y eternas. El verdadero hijo de Dios espera que un día de estos, nuestro Señor Jesucristo lo llame a su presencia o, que Él retorne como nos lo ha prometido, y nos vista con un cuerpo glorioso. Entonces, todo lo mortal “será absorbido por la vida” (2 Corintios 5:4; RV60). El cristiano, cualquiera sea su edad en esta vida temporal, no tiene que vivir obsesionado por la vejez, ni por la muerte como los otros mortales que no tienen esta esperanza: En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, donde vive el Señor Jesucristo; y esperamos con mucho anhelo que él regrese como nuestro Salvador. Él tomará nuestro débil cuerpo mortal y lo transformará en un cuerpo glorioso, igual al de él. Lo hará valiéndose del mismo poder con el que pondrá todas las cosas bajo su dominio” (Filipenses 3:20,21; NTV). ¡El desgaste natural de nuestro cuerpo y la muerte son tan solo, el fin del principio!

Oración:
Amado Padre Celestial:
Hoy mi corazón está lleno de gratitud por todas tus bondades para con nosotros los seres humanos. Te pido de todo corazón que yo pueda vivir todos los días y años que me resten con tu sabiduría divina para ayudar a otros a encontrar el verdadero propósito de la vida. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de  hoy:
¡El desgaste natural de nuestro cuerpo y la muerte son tan solo el fin del principio!
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?

 

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