Francisco
Aular
Pues sabemos que, cuando se desarme esta carpa
terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo
terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros
por Dios mismo y no por manos humanas. 2 Corintios 5:1 (NTV)
El maravilloso futuro que nos espera
incluirá: “un cielo nuevo y una tierra nueva…” (Apocalipsis 21:1), e
igualmente, ¡un cuerpo nuevo! En el cristianismo el cielo no se concibe sin un
cuerpo transformado y glorificado que lo perciba y disfrute pera siempre. En
cambio, el dualismo helénico -tan en boga en los días del apóstol Pablo-
consideraba el cuerpo como el compañero malo del alma. El cuerpo, sostenían
algunos filósofos griegos, no es esencial para la persona. En un texto de
“Fedón” Platón sostiene que por culpa del cuerpo “no nos es posible tener un
pensamiento sensato”. Los judíos, en cambio, afirmaban que la persona no puede prescindir
del cuerpo. Para el cristianismo neotestamentario, ¡el cuerpo es el templo en
donde mora el Espíritu Santo! El cuerpo también es un regalo de Dios: “¿No se dan cuenta de que su cuerpo es el templo
del Espíritu Santo, quien vive en ustedes y les fue dado por Dios? Ustedes no
se pertenecen a sí mismos, porque Dios los compró a un alto precio. Por lo tanto,
honren a Dios con su cuerpo” (1 Corintios 6:19,20; NTV).
¿Cómo podemos
honrar a Dios con nuestros cuerpos? Actualmente tenemos dos tendencias marcadas
en cuanto al cuerpo. Por una parte, estamos viviendo tiempos muy conflictivos,
de total desprecio al cuerpo, lo demuestran el terrorismo y la inseguridad a
escala mundial, las guerras que no cesan, el dramático aumento del aborto y la
eutanasia, la autodestrucción por medio de la farmacodependencia, y otras
plagas que hacen de la destrucción del cuerpo su objetivo principal.
Lamentablemente, muchos cuerpos jóvenes están muriendo en nuestras calles en la
plenitud de sus capacidades. En otro sentido, en muchas personas, el deseo de
no envejecer y de que el cuerpo no se les deforme, se convierte en una
obsesión. Se hacen esfuerzos para detener o aminorar el inevitable proceso
natural de degradación del cuerpo humano.
Sin embargo,
para el cristiano nacido de nuevo, la vejez tiene otro sentido. Es una vejez
con propósito: “Ahora que estoy viejo y canoso, no me abandones, oh Dios. Permíteme proclamar tu
poder a esta nueva generación, tus milagros poderosos a todos los que vienen después de mí” (Salmo
71:18; NTV). He vivido bastante, y lo que pido a Dios es seguir aceptando esta
edad otoñal como una bendición que Él en su gracia me ha dado. Le pido que
renueve mis fuerzas cada día para continuar predicando y contando a la nueva
generación los “milagros poderosos”, al ver las vidas cambiadas de hombres y
mujeres con el Mensaje del Evangelio, y proclamar que sí vale la pena vivir
toda una vida para la gloria de Dios.
Es cierto que
muchos días de pruebas físicas nos acompañan en estos años, sin embargo, la
esperanza de que estoy cerca de tener un cuerpo nuevo, a semejanza del de
JESÚS, resucitado y viviente, porque este cuerpo actual, esta “carpa terrenal”,
debido al desgaste y cansancio naturales, no me servirá para la tierra ni
tampoco para el cielo. Por lo tanto, al final de nuestra vida terrenal podemos
dar este grito de victoria que surgió del corazón del Apóstol: “Por eso no nos
desanimamos. Pues aunque por fuera nos vamos deteriorando, por dentro nos
renovamos día a día” (2 Corintios 4:16; Dios habla hoy).
Al final del día, la mirada del alma
y del espíritu del ser humano que ha llegado a experimentar la salvación
eterna, se aparta de las cosas que se ven para fijarlas en aquellas que son
invisibles y eternas. El verdadero hijo de Dios espera que un día de estos, nuestro
Señor Jesucristo lo llame a su presencia o, que Él retorne como nos lo ha
prometido, y nos vista con un cuerpo glorioso. Entonces, todo lo mortal “será
absorbido por la vida” (2 Corintios 5:4; RV60). El cristiano, cualquiera sea su
edad en esta vida temporal, no tiene que vivir obsesionado por la vejez, ni por
la muerte como los otros mortales que no tienen esta esperanza: “En cambio,
nosotros somos ciudadanos del cielo, donde vive el Señor Jesucristo; y
esperamos con mucho anhelo que él regrese como nuestro Salvador. Él tomará
nuestro débil cuerpo mortal y lo transformará en un cuerpo glorioso, igual al
de él. Lo hará valiéndose del mismo poder con el que pondrá todas las cosas
bajo su dominio” (Filipenses 3:20,21; NTV). ¡El desgaste natural de nuestro
cuerpo y la muerte son tan solo, el fin del principio!
Oración:
Amado Padre
Celestial:
Hoy mi corazón está lleno de
gratitud por todas tus bondades para con nosotros los seres humanos. Te pido de
todo corazón que yo pueda vivir todos los días y años que me resten con tu
sabiduría divina para ayudar a otros a encontrar el verdadero propósito de la
vida. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
¡El desgaste
natural de nuestro cuerpo y la muerte son tan solo el fin del principio!
Interacción:
¿Qué me
dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento a obedecer?
¿Existe
un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo
conmigo?
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