lunes, 29 de octubre de 2012

Victoria en las tormentas


Francisco Aular

Lectura devocional: Lucas 8:23-27
Los justos claman, y el Señor los oye; los libra de todas sus angustias. Salmo 34:17 (NVI) Cuando Jesús se despertó, reprendió al viento y a las tempestuosas olas. De repente la tormenta se detuvo, y todo quedó en calma.” Lucas 8:24 (NTV)
Siendo que nací en una montaña venezolana, rodeada de vegetación, animales domésticos y salvajes, quebradas y ríos, aprendí desde muy niño a apreciar la hermosura de la creación. Cuando mi familia y yo llegamos a Canadá, vivimos en una casa que es inolvidable para nosotros. Fue nuestro hogar por siete años, y allí nuestros cuatro hijos pasaron de la adolescencia a la juventud, para salir a fundar sus propios hogares. La ventana de mi cuarto daba hacia una pequeña colina rodeada de árboles, allí, las aves, al comenzar la primavera, retornaban. En aquel primer año, Mary y yo decidimos no perdernos ninguna sensación al ver los cambios en las estaciones. Pusimos un lugar lleno de comida para las aves de todas las clases y colores; los pájaros venían a visitarnos todo los días, durante todo el día, pero una pareja de gorriones decidió montar su nido en un uno de aquellos árboles. Vimos todo el proceso de construcción del nido, desde el cortejo de la parejita, la postura de tres huevitos, los esfuerzos de ella para empollarlos, y hasta cuando los pichonzuelos se hicieron grandes y se fueron. He observado que esta estación del año se caracteriza por un verdadero forcejeo entre la primavera y el invierno. Esa lucha se mantiene en abril y mayo, las tormentas con fuertes lluvias, oscuridad parcial, fuertes vientos y truenos son comunes.
En uno de aquellas tardes en que los gorriones empollaban sus huevos cayó una fuerte tormenta. Desde mi ventana miré hacia el nido sólidamente construido en aquel árbol que se mecía de un lado a otro. ¿Se caerá el nido?, me preguntaba, ¿aguantará esta tormenta? Los relámpagos iluminaban el cielo oscuro y los truenos, con su ruido ensordecedor lo llenaba todo. No podía ver los ojitos de la pajarita pero me los imaginaba asustados. Presentía que su pequeño corazón estaba agitado. Sin embargo, allí permanecía ella aferrada al nido, sobre sus tres huevecitos, tan frágiles como ella, dándoles el calor indispensable mientras la lluvia la golpeaba sin clemencia y el viento movía el árbol. Cayó la noche, y no la pude ver más. La tormenta siguió hasta la madrugada. Amaneció con todo en calma; el sol hacía su entrada majestuosa en el horizonte.  Mi primer gesto fue mirar hacia el nido: El diminuto  cuerpo de la gorrioncita estaba allí, triunfante. Otra vez el instinto de conservación, dirigido por Dios mismo, había vencido.
A veces, como el rey David en este salmo, nosotros también nos sentimos solos, desvalidos, sin fuerzas ante las tormentas de la vida. Cuando estamos enfermos, o tal vez, vemos que las circunstancias son adversas, quizás cuando vemos el triunfo temporal del mal sobre el bien. En esas horas angustiosas, nos parece que Dios se olvidó de nosotros. Entonces, nuestro clamor se eleva pidiendo ayuda de alguien que venga en nuestro auxilio. David nos dice que en aquel tiempo de angustias él hizo algo: “Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4 NVI), en esta hora, suenan las palabras del Señor cuando dijo: “Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? (Mateo 6:25,26 NVI). Clamemos a nuestro Dios y habrá victoria sobre las tormentas. Creo que el siempre recordado himnólogo y traductor mexicano Vicente Mendoza, pensaba en el tema que nos ocupa y brillantemente lo convirtió en poema; todavía recuerdo que era uno de nuestro himnos favoritos cuando llegué a la iglesia. Pertenece al Nuevo Himnario Popular de la Casa Bautista de Publicaciones y es el número 380. ¡Aquí va!
Maestro se encrespan las aguas
                      I
Maestro, se encrespan las aguas
Y ruge la tempestad.
Los grandes abismos del cielo,
Se llenan de oscuridad.
“¿No ves que aquí perecemos?
¿Puedes dormir así?
Cuando el mar agitado, nos abre
Profundo sepulcro aquí.”

CORO:
Los vientos, las ondas oirán tu voz,
“¡Sea la paz, sea la paz!”
Calma las iras del negro mar;
Las luchas del alma las hace cesar,
Y así la barquilla do va el Señor,
Hundirse no puede en el mar traidor.
Doquier se cumple tu voluntad,
“¡Sea la paz, sea la paz!”
Tu voz resuena en la inmensidad,
“¡Sea la paz!”

                   II
Maestro, mi ser angustiado,
Te busca con ansiedad,
De mi alma, en los austros profundos,
Se libra cruel tempestad.
Pasa el pecado a torrentes,
Sobre mi frágil ser,
Y perezco, perezco Maestro:
¡Oh, quiéreme socorrer!

                  III
Maestro, cesó la tormenta,
Los vientos no rugen ya.
Y sobre el cristal de las aguas,
El sol resplandecerá.
¡Maestro, prolonga esta calma,
No me abandones más;
Cruzaré los abismos contigo,
Al puerto de eterna paz!

Oración:
Amantísimo Padre Celestial:
Te bendigo SEÑOR en todo tiempo, y mi alabanza por lo que eres estará continuamente en mis labios. ¡Hoy andaré fresquito y contento con CRISTO por dentro todo el tiempo! En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Cuando las tormentas vengan sobre ti, no olvides que Dios está más arriba.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento por obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?

 

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