Francisco Aular
Es una experiencia muy singular viajar a las
Cataratas del Niágara y escuchar el imponente desprendimiento de ochocientas
toneladas de agua por segundo; uno no puede dejar de alabar a Dios mientras
escucha el rugir de las aguas, y observa la tenue lluvia que se levanta como
resultado del rebote del agua, viendo cómo se forma un arcoíris en el
atardecer; las golondrinas bajan y luego se elevan hasta perderse en el azul
infinito, entonces, unos versículos bíblicos me viene a la mente: “Los cielos
cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia las obras de sus manos (…) De
Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Porque él
la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos” (Salmo 19:1; 24:1,2).
Igualmente, en medio de aquella belleza, surge espontáneo el coro del hermoso
himno Cuán grande es Él: “Mi corazón entona la canción, ¡Cuán grande es
Él!/Mi corazón entona la canción, ¡Cuán grande es Él! ¡Cuán grande es Él!”.
Sin embargo, en la creación podemos escuchar y ver
efectos de un gemir distinto, los sufrimos en estos días que nos estresan por
como los vivimos; el gemido de la corrupción en todos los segmentos de nuestra
sociedad, la maldad desatada sin límites, la polución global y sus efectos de
una Europa bajo la nieve; una América Latina bajo torrenciales aguaceros que
producen deslaves, y con ella la muerte de los habitantes de barrios enteros
edificados en lugares peligrosos, con el permiso o la indiferencia de los
gobernantes. ¡No podemos ser indiferentes! Nuestro corazón eleva oraciones por
los que sufren y de alguna manera, esa solidaridad lleva consigo la ayuda
material también. La canción del sufrimiento humano desde que se
apartó de Dios, ¡es un gemir que trasciende todo lo que lo rodea! ¡Esa es una
canción diferente, y nadie quisiera cantarla!, pero tarde o temprano el
desgaste, el dolor y la muerte, también nos llegarán.
Pues bien, ¿existe un remedio; hay alguna esperanza
para el ser humano y la creación? Sí; Pablo nos recuerda: “Porque el anhelo
ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios”
(Romanos 8:19). Él afirma que existe una buena noticia para este mundo que
actualmente gime en medio del dolor y los sufrimientos inexplicables, ¡es donde
el verdadero hijo de Dios se revela como tal! Sí, es en medio del sufrimiento,
y como un reflejo, el ser humano busca a Dios. Esto lo ilustro con el terremoto
de Caracas en 1967; para la fecha en que ocurrió el terremoto me encontraba en
Altamira, en compañía de la familia Dámaso Álvarez, en eso, tembló la tierra;
los vecinos, incrédulos como eran, al sentir que la tierra se movía bajo
sus pies, cayeron de rodillas y sin que les diera vergüenza, clamaron a Dios:
“¡Oh Dios, sálvanos!”. Ese era el mismo grito angustioso de millones de
caraqueños, aquel día. Como eso ocurrió un sábado, el templo de la Iglesia
Bautista Emanuel de la Castellana se llenó de refugiados, y al domingo
siguiente, tuvimos la asistencia más grande de todos los servicios de la
iglesia. Horas después del terremoto, en medio de la tragedia, dos jóvenes de
la congregación salieron en un pequeño auto a repartir chocolate caliente, y a
consolar a algunos de las miles de personas que estaban fuera de los edificios.
Así pasaron toda la noche, en aquella labor, las mujeres de la casa preparando
las bebidas calientes y aquellos jóvenes repartiéndolas y llevando el mensaje de
esperanza por las plazas y las calles. La tragedia había revelado ante el
gemido de la creación, quiénes éramos y para qué estábamos aquí.
Hoy, imperiosamente, necesitamos que cada hijo de
Dios responda al gemir de la creación en todos los segmentos de la sociedad en
donde Él nos ha colocado, sea en la política, la educación, la economía; en el
hospital, en el taller o en la oficina; en el medio ambiente, o en cualquiera de
las otras áreas en donde nos desenvolvemos. La gente hambrienta de Dios anda
buscando la esperanza, y esa esperanza es JESÚS. Él volverá a buscarnos como lo
ha prometido; este mundo con sus injusticias no existirá más, y de sus cenizas
se levantará un “cielo nuevo y una tierra nueva”: “Enjugará Dios toda lágrima de
los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni
dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4). Dios
no hace remiendos con su creación: ¡la hace de nuevo! Así responde Él al gemir de
la creación.
Oración:
Amado Padre, Dios creador:
Nos creaste para ti, pero nos desviamos y corrompimos, y con nosotros,
la creación que nos diste para enseñorearnos de ella, también. Te rogamos que
nos perdones y nos uses como tus instrumentos imperfectos, guiados y dirigidos
por tu amor y tu gracia, para trabajar por el bien y para la redención de todas
las cosas. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
La creación espera con gran impaciencia el momento
en que se manifieste claramente, en, y por encima de las circunstancias, que
somos hijos de Dios.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento a obedecer?
¿Existe
un pecado a evitar?
¿Existe
un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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