Francisco Aular
¡La paz sea con ustedes!— repitió Jesús—. Como el Padre me envió a mí,
así yo los envío a ustedes. Juan 20:21 (NVI)
Nuestro siglo veintiuno,
que debería ser un siglo de paz entre los seres humanos, no lo es. Lo empezamos
ufanándonos de nuestro innegable progreso y de los adelantos científicos y
tecnológicos, pero, ya hemos desperdiciado una década en conflictos y guerras
en casi todo el mundo. Así era el mundo antiguo, y así continúa en la
actualidad. Hace muchísimos años que un salmista escribió: "Mucho tiempo ha morado mi alma con los
que aborrecen la paz. Yo soy pacífico; mas ellos, así que hablo, me hacen guerra"
(Salmo 120:6,7). Imagínense si reaccionamos de ese modo con un hombre de paz,
¿cómo será cuando habla el que ama la guerra? La paz del mundo es algo tan
frágil que un diplomático oriental dijo: "Quien quiera sangrar menos en
tiempos de guerra, tendrá que sudar más en tiempos de paz". ¡No tenemos
ningún motivo de orgullo de un mundo así!
Pero existe otra paz, la de
Dios. Esta paz no se trata del débil compromiso que sólo es de corta duración
entre los gobernantes de este mundo, como bien lo dijera el Apóstol: "Que
cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción
repentina…" (1 Tesalonicenses 5:3). No, la paz de Dios, no es la paz que
produce el cese de las hostilidades, sino la paz que encontramos a pesar de los
problemas y las tormentas de la vida, a través de la fe en JESÚS resucitado y
triunfante. ¡Esa es la paz perfecta!
Se cuenta que un cierto rey
prometió un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la
paz perfecta. Muchos lo intentaron. El rey observó y admiró todas las obras,
pero solamente hubo dos que en verdad le gustaron. La primera mostraba un lago
muy tranquilo, espejo perfecto donde se reflejaban las montañas circundantes.
Sobre ellas se encontraba un cielo azul con tenues nubes blancas. Todos los que
miraron esta pintura estuvieron de acuerdo en que reflejaba la paz perfecta. La
segunda también tenía montañas, pero estas eran escabrosas, sobre ellas había
un cielo oscuro del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos.
Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Esta imagen no se
revelaba para nada pacífica. Pero cuando el rey analizó el cuadro más
cuidadosamente, observó que tras la cascada, crecía un delicado arbusto. En él
había un nido y allí en medio del rugir de la violenta caída del agua, un
pajarito.
¿Cuál cree usted que fue la
pintura ganadora? El rey escogió la segunda. La paz –explicó- no significa
estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin dolor, sino, significa que,
aun en medio de estas circunstancias, nuestro corazón puede permanecer en
calma.
Oración:
Amado Padre
celestial: Gracias por tu Hijo JESÚS, Él es la paz. En esta hora le brindo toda
mi adoración y alabanza porque "Él hizo la paz mediante la sangre de su
cruz". Mi paz no depende de mí, sino de Él. Como los primeros discípulos
que, en medio de la oscuridad de sus temores, escucharon de los labios del
Señor, cuando les dijo:" ¡La paz sea con ustedes!". Tú eres, amado
Padre, un Dios de paz y en Ti descanso. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy
La paz perfecta
no es algo, sino Alguien: ¡JESÚS! En su paz tendremos paz.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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