viernes, 2 de noviembre de 2012

Entre la incredulidad y la humildad


Francisco Aular
 
Por esto, despójense de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles la vida. Santiago 1:21(NTV)

Se cuenta que cuando Benjamin Franklin era embajador de los Estados Unidos en Francia, en ocasiones, asistía a un club de intelectuales en donde como tópicos relevantes analizaban las obras maestras de la literatura universal, la mayoría de los asistentes eran ateos y agnósticos que se burlaban de la Biblia. En una ocasión, le llegó el turno a Benjamin Franklin para presentar una obra a la audiencia, que él consideraba trascendente. Pasó al frente y leyó fragmentos de un libro al grupo. Desde luego que hizo un homenaje a aquel escrito, luego, se dispuso a oír el comentario de los demás. Los elogios vinieron de todos los lados. Dijeron que era una de las más bellas historias jamás oída por ellos, y sugirieron a Franklin que les dijera en dónde se había topado con semejante joya literaria. “Esa historia -dijo Franklin- es la historia de Rut, proviene de la Biblia, el Libro que ustedes expresamente han rechazado”, ¡simplemente había cambiado los nombres para que no la reconocieran!
El apóstol Santiago era un teólogo práctico que no se andaba por las ramas para hablarles a los cristianos del primer siglo, por ello, les escribe: …despójense de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles la vida. No se contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica” (Santiago 1:21,22; NVI).
¿Por qué algunos no le dan importancia a la Biblia? Es debido a que la Palabra de Dios es poder para cambiar las vidas, producir un crecimiento espiritual, sincerar nuestros motivos para hacer el bien y hacernos semejantes a JESÚS quien es la Palabra Viviente. En efecto, la Palabra de Dios nos fue dada para que la pongamos en práctica, y no como un amuleto religioso para espantar fantasmas; como alguien dijo: “Conocer la Biblia y no obedecerla es no conocerla en lo absoluto”. Aprendí, en mis primeras lecciones al llegar a los caminos del SEÑOR, que la Biblia es nuestra única regla de fe y práctica, y que por lo tanto debo “estudiar la Biblia para ser sabio; creerla para ser salvo; obedecerla para ser santo”.
Yo nací y crecí en medio de una religiosidad popular que mezclaba los símbolos religiosos católicos con los ritos del ocultismo. Pero, en mi juventud, llegó la Biblia a mis manos, y cambió mi historia y la de mi familia para siempre. Yo había leído mucho la historia de los santos, todos se presentaban inmaculados, sin mancha, impecables que se movieron en un mundo irreal. En cambio, en la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, los seres humanos son presentados como pecadores sin remedio: roban, mienten, matan, cometen adulterio, pero se arrepienten y la misericordia de Dios los alcanza por donde vayan, y les da un mensaje de esperanza:¿Qué Dios hay como tú,  que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo? No siempre estarás airado,  porque tu mayor placer es amar. Vuelve a compadecerte de nosotros.  Pon tu pie sobre nuestras maldades  y arroja al fondo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:18,19; NVI).
¡No hay nada irreal en la Biblia!, la gente que allí se presenta es tan real como tú y como yo, que lucha diariamente con la terrible realidad de nuestra naturaleza humana pecaminosa,  y nada peligrosamente por “la corriente de este mundo”, hasta que llegamos al Calvario, y a partir de allí se hace realidad el nuevo nacimiento prometido por JESÚS. ¡Toda mi maldad es clavada en la cruz para siempre! Cuando JESÚS murió yo morí con Él, y cuando Él resucitó, yo resucité con Él. Con Pablo puedo decir: He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gálatas 2:20; NVI)
La incredulidad es el pecado que vive en nosotros y nos llevará a la perdición, mientras que la humildad nos lleva a los pies de Cristo. En una acción de nuestra voluntad, de manera intencional, debemos echar bien fuera de nosotros la incredulidad, y aceptar humildemente el regalo de la salvación: “Pues la paga que deja el pecado es la muerte, pero el regalo que Dios da es la vida eterna por medio de Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 6:23; NTV); así vemos, que la humildad es una actitud hacia Dios cuando consideramos que el trato que Él nos ha dado es la única respuesta al problema humano, por lo tanto, nos hacemos dóciles a la voluntad divina, y así, por medio de un espíritu humilde, recibimos de Dios el regalo de la vida eterna por medio de JESÚS: Por esto, despójense de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles la vida. Santiago 1:21(NTV). La poderosa Palabra de Dios que ha sido plantada en nuestro corazón es una fuente inagotable de salvación, sabiduría y poder. Esta la victoria entre la incredulidad y la humildad. ¡Que el Padre nos bendiga!
 Oración:
Amado Padre Celestial:
Hoy bebo nuevamente de tu gracia a tráves de tu Palabra, la cual está viva, y nunca volverá vacía, cuando la predicamos y la vivimos. En el nombre de JESÚS. Amén
Perla de hoy:
Abre tu Biblia con confianza y rodéala de oración, óyela, léela, estúdiala, memorízala, medítala con cuidado y obedécela con gozo y entusiasmo.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento por obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?

 

 

 

 

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