miércoles, 6 de junio de 2012

La riqueza verdadera

Francisco Aular

—Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo….» ¡Tengan cuidado! —Advirtió a la gente—. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes. Lucas 12:13,15. (NVI)

JESÚS, el verdadero Dueño de todo cuanto existe visible e invisible, cuando vivió entre nosotros como humano, nos regaló relatos muy transparentes sobre la riqueza verdadera. Uno de estos relatos se encuentra en el Evangelio de Lucas. Este Evangelio fue dirigido a los gentiles y a lo que hoy llamaríamos la clase media y a la dominante de su tiempo. Uno se asombra de cuán actual es esta historia, nunca pasará de moda. JESÚS ya era reconocido como un rabino, un maestro importante, y era costumbre llevar las contiendas ante los rabinos en vez de a los abogados. Ante JESÚS se presenta un hombre pidiéndole que lo ayude porque su hermano mayor no quiere compartir la herencia con él. Por la respuesta de JESÚS, vemos que él no se dejó involucrar en aquel síntoma que apenas señalaba que la enfermedad del hombre era más profunda, la avaricia; un deseo desmedido de poseer riquezas. Pues bien, JESÚS fue a la raíz del problema, y aquella ocasión fue aprovechada por JESÚS para llevarnos a otro nivel de nuestra vida humana, el verdadero sentido de la vida no consiste en poseer muchas cosas. Las cosas materiales aunque útiles, están muertas y desde allí no pueden llevarnos al disfrute del verdadero propósito de nuestra vida. Además, con mucha frecuencia lo que poseemos termina apoderándose de nosotros, poseyéndonos y haciéndonos adictos y esclavos de ellas.
¿Cuándo somos ricos? Es imposible planear nuestras vidas hasta el último detalle. No podemos fabricar nuestra felicidad con lo que poseemos. La felicidad es estar contentos con lo que tenemos: “He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación” (Filipenses 4:11). Cuando buscamos la felicidad en las cosas que tendremos en el futuro, siempre hay algo que desbarata nuestros planes, una desgracia imprevista, una enfermedad contraída, un sistema de gobierno que nos quita nuestras propiedades, o puede ser que la muerte nos llegue. JESÚS lo describe magistralmente con estas palabras: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:19-20 RV60). ¿Cuál es, pues, el propósito de nuestra vida? Al final, tarde o temprano, todo aquello en lo que hemos empleado nuestra energía, tiempo y nuestro ser para obtenerlo, nos será arrancado de nuestras manos. Entonces, volvemos a preguntarnos, ¿sobre cuál base tengo que construir mi vida?
JESÚS nos dice que lo importante es ser rico ante Dios. Y sólo puede serlo quien dispone de lo que tiene, de lo que posee y de lo que es para usarlo para la gloria de Dios, esa es la persona que se enriquece en Dios. En verdad, Dios es la riqueza verdadera del alma. La Palabra nos dice que por el nuevo nacimiento, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros y por ello, nos convertimos en templo de Dios. ¡Es posible que perdamos hasta la oportunidad de ganarnos una herencia material en este mundo, pero tenemos a Dios y con eso basta! Jim Eliott, aquel misionero que murió llevándole el evangelio a una tribu salvaje en Ecuador, lo dijo: “No es ningún necio el que sacrifica lo que no se puede llevar por lo que permanece para siempre”,  por el contrario, no existe ninguna forma en la cual podamos perder lo que Dios nos ha regalado en JESÚS, la vida eterna, la verdadera riqueza.

Oración:
Padre eterno:
Déjame ver el propósito de mi vida, y que nada ni nadie detengan mi marcha victoriosa, ni la carrera que he emprendido en pos de lo eterno hacia tu Trono. Ayúdame a proclamar que nuestra verdadera riqueza eres Tú. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
No podemos servir a dos señores, cuanto más sirvamos a JESÚS, serviremos menos a nuestro tesoro.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?












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