Francisco
Aular
Mantengamos firme la esperanza
que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa. Hebreos 10: 23 (NVI)
Me convertí leyendo la Palabra de Dios, y luego de
esto, sentí la gran necesidad de buscar a mi familia espiritual, la iglesia. Dos
preguntas estaban en mi mente entonces, ¿dónde me congregaré?, y, ¿seré fiel a
JESÚS hasta el final de mi vida? En aquellos días abundaban las sectas y yo
tenía amigos entre los Testigos de Jehová, los Adventistas del séptimo día y
los Solo Jesús; también entre las denominaciones evangélicas anduve. Todas
decían tener la verdad, ¿cuál camino escoger? Basado en la Palabra de Dios y el
consejo de cristianos maduros en la fe, el Señor me fue respondiendo, porque
Dios es fiel y no nos deja una vez que nos hace sus hijos por el nuevo
nacimiento. El Señor me llevó a mi familia espiritual, la Iglesia Bautista
Emanuel de la Castellana en Caracas, el Señor quería que yo estuviera también
en una denominación, y allí he sido fiel y he crecido hasta hoy. La otra
pregunta, ¿seré fiel a JESÚS hasta el final de mi vida?, me inquietaba, hasta
que comprendí la gran verdad, por una parte Dios me había dado a su Espíritu y
Él en mí, produciría la fidelidad como fruto espiritual para perseverar hasta
el final de mis días aquí en la tierra (Gálatas 5:22,23), y por otro lado,
importantísimo, lo que nos dice el versículo de hoy: “porque fiel es el que
hizo la promesa”. Así, la fidelidad
en la vida del creyente no está basada en su propio esfuerzo y fortaleza, sino
en su relación con JESÚS: “Si fuéremos infieles, él
permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13). Uno de los
nombre de JESÚS es “Fiel y Verdadero” (Apocalipsis 19:11). El Señor ha
permanecido fiel con mi vocación durante cuarenta y nueve años, y yo
sirviéndole por gratitud a su fidelidad, sin retiradas.
¿Cuál es la esperanza que profesamos?, ¿qué es lo
más valioso que Dios nos ha dado y que tiene repercusión eterna? Nuestra
salvación, la vida (zoé); no es algo improvisado en una experiencia mística
pasajera, sino el propósito para el cual Dios nos trajo a esta vida (bíos),
“según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos
santos y sin manchas delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su
voluntad para alabanza de la gloria de su gracia…” (Efesios 1:4ª). ¡Mis nacimientos
biológico y espiritual no son un accidente! ¡Soy parte del plan eterno de Dios!
Por tanto, aunque, la “esperanza que profesamos” sea pequeña o grande, o sea,
mi profesión de fe en JESÚS, ¡Él me llevará fiel hasta el final como lo ha
prometido! Teniendo como base la guía de la Biblia y la ayuda eficaz del
Espíritu Santo, Dios fortalecerá cada día la salvación que me ha dado, la
seguridad de esa salvación, y la perfección de mi salvación hasta el día final,
no solo de mis días en esta tierra, sino hasta mi morada final en la Nueva
Jerusalén. Pues, “es Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Colosenses
1:27b). Esta la esperanza que nos mantiene y sostiene desde el principio hasta
el final de nuestra jornada terrenal y celestial, sin retiradas.
Oración:
¡Gracias Padre porque
por amor me fijaste el propósito eterno de llegar a ser tu hijo! Por fe acepto
estas verdades y por fe camino cada día, sin retiradas. En el nombre de JESÚS,
amén.
Perla de
hoy:
La carrera del cristiano nacido de nuevo no es una competencia olímpica,
sino una carrera de perseverancia, resistencia y gratitud.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio
de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual
pueda aferrarme?
¿Existe una lección por
aprender?
¿Existe una bendición para
disfrutar?
¿Existe un mandamiento a
obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento
para llevarlo conmigo?
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