Francisco Aular
Los consolaré
allí, en Jerusalén, como una madre consuela a su hijo. Isaías 66:13 (NTV)
Una madre bienaventurada
es aquella que ama a Dios porque sus hijos no podrán ignorar su fe, su esperanza
y su amor.
Una madre
excepcional es la que ama la Palabra de Dios y extrae su sabiduría como mujer
ejemplar.
Una madre es
una fuente de consuelo que no admite comparación, excepto el consuelo de Dios.
Una madre abre
sus labios, y con ello basta para calmar los pesares de sus hijos.
Una madre ora y
hace que su clamor pueda mover el delicado músculo que derrama las bendiciones
de Dios sobre sus hijos y nietos.
Una madre es
una voluntad que no se cansa, ni la frena el dolor y las lágrimas.
Una madre es
alguien que se queda al lado del hijo, cuando todos se van.
Una madre joven,
llena de vida, expone su salud para salvar a la del hijo.
Una madre
anciana se rejuvenece por el triunfo de sus hijos y nietos.
Una madre es un
ángel enviado del cielo para decirnos que Él vive.
Por todas estas
cosas y muchas más, el profeta Isaías nos dice: Los consolaré allí, en Jerusalén, como una madre consuela a su hijo. Isaías 66:13 (NTV) ¡El profeta, no
compare a la madre con Dios, sino a Dios con una madre! Hace varios años,
escribí el poema: Romance a una madre, el cual dedico con mucho amor a
todas nuestras madres. Disfrútenlo y ¡Feliz día de las Madres para todas! Y a
todos, valórenlas.
ROMANCE A UNA MADRE
Madre, los que no saben
medir bien el
sentimiento,
los que nunca
han comprendido
que ser madre
es un portento;
te echan la
culpa por todo,
voy a probar
que no es cierto.
A ti te acusa la
escuela,
de mi mal
comportamiento,
y hasta el
psiquiatra me dice
que son tuyos
mis complejos,
y mi esposa que
es tu nuera
por las fallas
que yo tengo;
y el esposo de
mi hermana
lamenta hoy ser
tu yerno,
y hasta mi
padre critica,
y me extraña
mucho oír eso,
como una que
compra todo
y lo tiene sin
dinero.
Pero yo que te
he sentido
como una flor
en mi pecho,
yo que he
vivido en tu sangre
y soy hueso de
tus huesos,
yo que sé cómo
te agrada
que todo quede
derecho;
y a lo blanco
llamas blanco
y a lo negro
llamas negro;
no llamas bueno
a lo malo
ni a lo malo
llamas bueno,
voy a enseñarle
a esta gente
que eres mujer
de mi pueblo,
lo que he
aprendido contigo
no lo enseñan
en colegios:
me enseñaste a
ser hombre
de ti aprendí
el Padre nuestro
me condujiste a
Cristo
como el regalo
del cielo;
a obedecer a mi
padre,
a no faltarle
el respeto;
llevarme bien
con mis hermanos
sin contiendas
y sin celos;
me enseñaste a
levantarme
a no quedarme
en el suelo.
A andar con la
frente en alto
sin miedo y sin
misterios…
Y hoy
reconozco, madre,
que tu pelo que
era negro
se ha puesto
blanco por mí
y la nieve de
los tiempos;
pero tú, sigues
igual,
como cuando
éramos tiernos:
“Hijo
mío, ¿te sientes mal?…
¡Abrígate del
invierno!…
¡Muchacho se te
hace tarde,
es hora de ir
al templo!…
Porque quiero
que tu esposa
en compañía de
mis nietos
vean en ti a un
hombre fiel,
sincero y de
buen ejemplo…”
¡Madre
mía, aquí me tienes!
He venido de
muy lejos…
Madre mía estoy
cansado
No es sino un
poco de sueño;
quiero dormirme
en tus brazos
como cuando era
pequeño,
y que sólo
pueda oírse
la tenue voz de
mis versos,
que me cantes
mi canción
con los
compases del viento…
©Francisco
Aular
Toronto, mayo
de 1998
Perla de hoy:
El mejor testimonio de una madre a
sus hijos es hablar con su vida.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo
conmigo?
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