Francisco
Aular
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Hagan lo que hagan, trabajen de buena
gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo. Colosenses 3:23 (NVI)
Alguien dijo: “No aguardes con las manos cruzadas que
te caiga el bien de lo alto. Si es cierto que Dios sustenta a los
pajarillos del aire, también lo es que no les lleva el
grano al nido”. La actividad humana que nos permite llevar el pan a la casa se
llama trabajo. ¿Qué opinión tenemos del trabajo? Un
merengue dominicano de mi época, decía: “…porque el trabajo para mí es un
enemigo. El trabajar yo se lo dejo todo al buey porque el trabajo lo hizo Dios
como castigo…”, de manera graciosa el compositor proponía que en lugar de
trabajar, el ser humano se pasara la vida bailando, y, dejaba el asunto de
procurar la comida para la casa a la buena suerte, a la casualidad. Pero el que
espera que un golpe de la suerte lo lleve al éxito, tiene que esperar a que los
demás le cambien su situación; el que confía en el trabajo y está siempre
atento a mejorar en lo que hace, o a emprender una actividad nueva en procura del sustento, produce, él mismo, los cambios. Más aún, el
trabajo cambia las circunstancias y conduce al éxito.
La actitud que tenemos frente al trabajo y cómo lo
realizamos es muy importante. De eso se trata el consejo paulino de hoy: “trabajen de buena gana, como para el Señor…”. ¿Cómo tener gozo en el trabajo que realizamos? Pablo
habla del ser humano nuevo, aquel que tiene una nueva
naturaleza, y por lo tanto, una nueva perspectiva de la vida en esta tierra. En
efecto, el creyente debe asumir, con toda responsabilidad, las demandas de su
vida terrenal, pero, a menudo se encuentra ante situaciones o circunstancias
penosas, tareas arduas, difíciles de manejar, como en la presente crisis
financiera que estamos viviendo a nivel mundial; es muy complicado poder
mantener el gozo del cristiano en este tiempo.
Sobre la actitud ante el trabajo, Pablo nos dice, que
el secreto para que sintamos alegría continua en el nuestro es dejar entrar al
Señor en cada acción que emprendamos, y llevar a cabo nuestras obligaciones,
haciéndolas como para JESÚS, para su honra y gloria. ¡Cuánta verdad existe en
este consejo! No es el trabajo sino nuestra actitud frente al mismo lo que
tiene valor. No es el trabajo que hacemos sino para quién lo hacemos lo que
marca la diferencia.
Así pues, si nos encontramos frente a un trabajo
enfadoso, cambian las perspectivas y no será tan fatigoso si lo hacemos para
Dios. Esto funciona hasta para el ama de casa y su abrumadora tarea doméstica
-que pocos valoran-; ella encontrará una alegría especial al hacerla como para
Dios. Igualmente da resultado al esposo, que sale todos los días, en medio del clima despiadado, a realizar sus labores. Como me dijo uno
de estos padres de familia, miembro de nuestra iglesia, venía todo lleno de
lodo a nuestra reunión del grupo discipular: “¡Pastor,
hoy ha sido un día difícil, pero he resuelto que como yo no puedo hacer nada
para cambiar este clima, si puedo cambiar mi actitud frente a él…perdóneme que
venga así”, a eso, respondí: “Hermano, usted viene vestido de la manera más
digna que conozco, como un hombre de trabajo”.
¡Los conflictos internos o externos desaparecen cuando
actuamos haciendo el trabajo para Dios y no para los demás seres humanos en
este mundo! ¡Cuánto bien hacemos a los que vienen detrás de nosotros! Hay
bellos recuerdos en mi vida al evocar a tantos hombres y mujeres que han dado
lo mejor de sí con este lema. Y, no solamente yo, todavía recuerdo cuando era
pastor de la Iglesia Bautista Emanuel de la Castellana en Caracas, el templo
estaba situado al lado del Country Club, la urbanización
de la clase alta de la sociedad caraqueña; muchas veces me llamaban a la
oficina de nuestra iglesia, buscando a trabajadores evangélicos: “Necesitamos a
un jardinero, un carpintero o albañil, una cocinera…”, y así, con mucho gozo en mi corazón, le daba
gracias a Dios por aquellos que habían dejado tan en alto la actitud de
nuestros trabajadores, porque ellos habían escuchado a Pablo cuando les
aconsejó: Hagan lo que hagan, trabajen de buena
gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo. ¿Para quién trabajas tú?
Oración:
Amantísimo Padre Celestial:
En esta hora difícil para la humanidad tengo la
certeza de que vas con nosotros, como lo prometiste. Cuando tu Hijo estuvo
aquí, entre nosotros se vistió de obrero carpintero. Tú conoces de
jornadas largas y fatigosas. Ayúdame a que todo lo que haga hoy en mi trabajo
sea para tu honra y gloria. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla
de hoy:
Nuestra unión con JESÚS es la base para hacer
cualquier trabajo como para Él y no para los demás.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento a obedecer?
¿Existe
un pecado a evitar?
¿Existe
un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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