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Lectura devocional: Romanos 8:18-23
Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no
son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Romanos 8:18 (RV60)
Estamos en los
últimos segundos de una competencia mundial de ciclismo, el ciclista está
agotadísimo, ha recorrido miles de kilómetros dándole la vuelta a su país.
Pedalea, avanza, suda; su rival más cercano todavía está lejos, pero el
ciclista no se confía. El público lleno de furor patriótico lo vitorea, el
locutor radial se ha enronquecido de tanto ponderar el esfuerzo. No hay nada más
que otro pueda hacer, porque el ciclista cruza la meta; todo el país se vuelve
un locura, el deportista es el bicampeón indiscutible del ciclismo en todo
Colombia, su nombre: Martín Emilio “Cochise” Rodríguez.
Al día siguiente, en
la prensa aparece la fotografía del famoso ciclista; yace en el suelo después
de su gesta deportiva, el cansancio y el calambre de sus piernas no le permiten
estar de pie, sin embargo, en su rostro, combinado con las lágrimas del
esfuerzo y el sufrimiento físico, también se dibuja la gloria del triunfo.
Sería nuestro máximo
ideal vivir una vida sin problemas, sin aflicciones y que al nacer de nuevo en
CRISTO se deje de sufrir, como lo asegura un gancho publicitario de una secta.
Pero por el contrario, JESÚS nos dijo claramente que tendríamos problemas en
este mundo:
“En el mundo
tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33b).
De hecho, el Nuevo
Testamento no sabe nada del cristianismo ligero que hoy se anuncia en muchos
lugares. Es más, debemos saber que Dios tiene un propósito detrás de cada
aflicción. Así que, tarde o temprano nos daremos cuenta de la verdad: ningún
ser humano es inmune a los problemas, a las pruebas ni al sufrimiento. La
diferencia entre el dolor de los hijos de Dios, y el de los que no lo son,
estriba en nuestra actitud frente al mismo. El coro de un precioso himno que
entonamos a menudo en nuestra congregación, dice:
Ya tengo la victoria,
Pues Cristo me salva.
Buscóme y compróme
Con su divino amor.
Me imparte de su gloria,
Su paz inunda mi alma;
Victoria me concedió
Cuando por mí murió.
(HB#466,CBP,1966)
En efecto, los
cristianos nacidos de nuevo, sabemos que Dios puede usar nuestro sufrimiento
para llevarnos a un nivel de madurez y espiritualidad más alto. Una preciosa
mujer de Dios que conocí en mi juventud, modelo de esposa de pastor y
misionera, cayó postrada en cama con un terrible cáncer que la invadió. Pocos minutos antes de morir
alguien le preguntó: “Hermana, ¿cómo se siente?”, Ella hizo un esfuerzo y le
dijo: “¡Me siento muy feliz en compañía de mi SEÑOR!”.
Ciertamente, los
discípulos de JESÚS vivimos entre el sufrimiento y la gloria.
PADRE ETERNO
Me postro delante de ti para rendirte el tiempo, la honra y
el honor que te mereces. Sé que ningún triunfo terrenal es duradero. Tú nos
permites toda una vida aquí en la tierra y hay promesas tuyas de salvación
eterna al invitarte a ser parte de nuestro caminar aquí y en esta hora. En
realidad tú nos has hecho para ti y no podemos vivir sin ti. Ayúdame para
esforzarme en tu gracia a pesar de las pruebas que enfrento. Mi gozo depente de
ti. Que tu mano vaya conmigo al decirle a otros del verdadero propósito de
nuestras vidas. En el nombre de JESÚS. Amén.
Pídele a Dios que frente a las tormentas de la vida puedas hundir
tu ancla en su misericordia y su gracia.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento por obedecer?
¿Existe algún pecado por evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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