jueves, 16 de agosto de 2018

“¡Francisco, tengo miedo de morir!”

Lectura devocional: Proverbios 24:10-12
Libra a los que son llevados a la muerte; Salva a los que están en peligro de muerte. Proverbios 24:11 (RV60)

Una tarde, a mediados del año 1970 caminaba por el pasillo de la sala cinco del Hospital Vargas de Caracas, -sala de mujeres- iba acercándome al lecho de las enfermas y les compartía un pasaje bíblico y una oración, en esos años yo trabajaba como fotógrafo clínico del Servicio de Anatomía Patológica del mencionado hospital, ese cargo me permitía el libre acceso a todo paciente necesitado de atención espiritual; una o dos veces a la semana realizaba tal labor, en una de esas visitas, de repente, desde una de las camas donde estaba una paciente recién internada, sumamente grave,  ésta exclamó, "¡Francisco, me estoy muriendo, y tengo miedo, mucho miedo!”, me acerqué a ella y la reconocí, era doña E.Z., madre de dos ex-compañeras de estudios de la primaria.

El espectro de la muerte se reflejaba en aquel rostro triste y sombrío, la agonizante aún no estaba preparada para morir, la atendí como pude y le prometí que regresaría con mi pastor aquella noche; con una mirada sin palabras, llena de dolor y resignación, ella entendió. En aquellos años la evangelización para mí, consistía en repartir tratados, hacerme amigo de las personas invitarlos al templo para que se convirtieran por la predicación del pastor, del misionero o del evangelista, porque yo pensaba que no estaba autorizado para llevar a una persona a Cristo. En realidad yo no tenía la respuesta para que alguien que me dijera como el carcelero de Filipo, “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:31, RV 60). O como aquella mujer que me pidió ayuda y cercano a los 50 años de aquella tarde, me parece oír su voz: “¡Francisco, tengo miedo de morir!”…

Al salir de mi trabajo pasé por la casa de mi pastor pero él no estaba, se encontraba en una reunión de la Asociación de Pastores, lejos de Caracas; solicité ayuda contactando a otros pastores en sus casas, pero igualmente se encontraban en dicha reunión; seguí insistiendo pero líderes de otras iglesias tampoco me pudieron auxiliar, porque al igual que yo, pensaban que aquel era un trabajo para un pastor y no para un laico, en consecuencia, no volví al hospital aquella noche; me acosté pensando que al otro día, de alguna manera, encontraría el apoyo de un pastor.

A la mañana siguiente, muy temprano, llegué al trabajo con la disposición de desocuparme lo más pronto posible e ir a ver a la paciente grave. Como rutina en mis labores, bajé al piso en donde estaba la cava con los cadáveres para ver cuántos habían ingresado esa noche; nunca olvidaré el escalofrío que me invadió al abrir la puerta y reconocer, entre la mortaja, el cadáver de la madre de mis amigas, la muerte había acudido puntual a la cita.

Salí del recinto y me fui a consolar a las tres hijas de la extinta, pues el médico patólogo y sus ayudantes comenzaban la jornada en la Sala de Autopsias; mientras bajaba las escaleras para reunirme con los familiares, mi alma agonizaba, me sentía apesadumbrado y sollozante, me parecía que aún oía la voz de la tarde anterior, "¡Francisco me estoy muriendo…, tengo miedo, mucho miedo!".

Me tranquilizaba el recordar la infinidad de ocasiones en que yo había invitado a la señora E.Z., con sus tres hijas a la iglesia, sin embargo, ninguna de ellas me había hecho caso. Los cuatro lloramos, ellas recordando a aquella madre que se había ido para siempre, yo, enfrentando la triste realidad de la oportunidad perdida; otra vez la muerte me había ganado, y sólo atinaba a exclamar para mí mismo, "¡oh, si hubiese sabido cómo conducirla a Cristo!".

Ese lamentable incidente marcó el comienzo de una profunda inquietud espiritual, la búsqueda constante de una estrategia para llegar a las personas sin Cristo a través de una evangelización audaz y eficaz. Por experiencia propia, sabía que no era suficiente amar a los perdidos, no era suficiente invitar a las personas al templo, no era suficiente ser un cristiano sincero, no bastaban los métodos tradicionales, hacía falta algo, y yo esperaba que, de alguna manera, Dios me lo mostraría. Y así fue. ¡La Marcha evangelizadora fue la respuesta!

En el plan de salvación, le ha placido al SEÑOR, hacer esto: “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.” (1 Corintios 1:21). Por ello, la predicación de la Palabra de Dios y demandar una decisión frente al Mensaje es la responsabilidad de todo evangelizador: “Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio.” (1 Corintios 4:15).  Si el ser humano fuese pasivo frente a una decisión de fe y arrepentimiento, entonces la Palabra no demandaría de nosotros, en muchos lugares “predicad en evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15), "manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan" (Hechos 17:30). “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.”(Mateo 11:28), “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.” (Romanos 10: 9,10), “porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Romanos 10:13), si el ser humano no tienen que hacer una decisión frente a la salvación de su alma, entonces en vano predicamos la Buena Noticia de Salvación, en vano enviamos a evangelizar a los nacidos de nuevo para testificar a los que son “llevados a la muerte…” Así lo afirma el Apóstol:

“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Romanos 10:14,15).

Permítame hermano nacido de nuevo que le haga una pregunta. Si una persona en estado grave le pide auxilio al decirle: “¡Me estoy muriendo y tengo miedo, mucho miedo!” ¿Qué hará? Lo que usted haga será de vida o muerte, porque usted tiene la autoridad dada por el SEÑOR, cuando nos dice: “Libra a los que son llevados a la muerte; Salva a los que están en peligro de muerte.” (Proverbios 24:11 (RV60). ¡Quedarse callado no es una opción para vida, sino para muerte! ¡Vamos por ellos, es ahora o nunca!

Oración:
Padre justo:
Con lágrimas te expreso mi tristeza por aquella alma a cuyo lecho llegó la muerte, antes que yo. Pero desde aquel día aprendí la lección que ha sido de bendición para otros que han partido a tu encuentro después de arrepentirse de su pecado, con una sonrisa y la seguridad en sus labios. ¡Ayúdame a seguir inspirando a otros a hacer testigos eficaces! En el nombre de JESÚS. Amén
Perlas de hoy:
La gracia divina obrando en nosotros a favor de los perdidos, hará la diferencia entre la vida y la muerte.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento por obedecer?
¿Existe algún pecado por evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?

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