Francisco Aular
perlasdelalma@gmail.com
Lectura devocional: Jeremías
20:10-14
Mas Jehová está conmigo como poderoso gigante; por tanto, los que me
persiguen tropezarán, y no prevalecerán; serán avergonzados en gran manera,
porque no prosperarán; tendrán perpetua confusión que jamás será olvidada. Jeremías
20:11 (RV60)
El SEÑOR es un gigante a mi lado porque es inmutable, es decir,
no cambia: “Yo soy el SEÑOR y no cambio. Por eso ustedes, descendientes de
Jacob, aún no han sido destruidos” (Malaquías 3:6; NTV). Contemplo las montañas
que hace unos meses estaban blancas por la nieve del invierno, ahora se
deshacen y se convierten en ríos; el océano, con sus poderosas corrientes, no
resiste el llamado del sol y se convierte en nubes; los árboles, que hasta hace
poco parecían esqueletos sin vida, ahora, en primavera, sus ramas están verdes
y su polen anuncia a los cuatro costados, su resurrección y su poder
reproductor; los nidos, que hasta hace poco construían las aves se convierten
en el hogar de sus polluelos, los cuales pronto volarán, reiniciando el ciclo
vital.
Todos los seres vivos cambian, da
lo mismo si es un árbol, un animal o un ser humano. Ahora bien, observo y veo
en mí cambios revolucionarios, y me parece que hace poco yo era un niño llevado
de la mano por mi padre. Es seguro que, físicamente hablando, no soy el mismo.
Sé que tarde o temprano dejaré estas vestiduras que perecen y seré vestido de
eternidad, ese es mi verdadero propósito. Sin embargo, mi poderoso gigante es
perpetuo, sin cambios, ni variación: “Señor, en el principio echaste los
cimientos de la tierra y con tus manos formaste los cielos. Ellos dejarán de
existir, pero tú permaneces para siempre. Ellos se desgastarán como ropa vieja”
(Hebreos 1:10,11; NTV).
El SEÑOR es un gigante a mi lado y me defiende: “Pero
alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque
tú los defiendes; en ti se regocijen los que aman tu nombre” (Salmo 5:11;
RV60). Uno de los maravillosos gozos de ser un cristiano nacido de nuevo, es
saber que nuestro Padre, que está en el cielo, siempre vela por nosotros: “Pero
el SEÑOR vela por los que le temen, por aquellos que confían en su amor
inagotable” (Salmo 33:18; NTV). Aun, en medio de la enfermedad y de la soledad,
podré enfrentar con valor cualquier prueba porque le creeré a la Palabra de
Dios y no a mis sentimientos: “Que el SEÑOR, Dios de Israel, bajo cuyas alas
viniste a refugiarte, te recompense abundantemente por lo que hiciste” (Rut
2:12; NTV).
El SEÑOR es un gigante a mi lado y nada ni nadie podrá separarme de Él: “Y
estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la
muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de
hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno
pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las
profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del
amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos
8:38,39; NTV).
Jeremías fue un profeta, un ser
humano con virtudes y debilidades; ha sido llamado el profeta llorón, no sólo
porque escribió sus Lamentaciones, sino, porque a lo largo de sus cuarenta años
fue un atribulado espectador de los desvíos de su pueblo; fue un profeta
sufriente, y en obediencia a Dios antes que los hombres, fue perseguido por su
pueblo más que cualquier otro de los profetas de sus días, pero se mantuvo
firme y confiado, porque conocía muy bien quién era su aliado, y en su
angustia, sabía que no estaba solo. Así también nosotros, en nuestros momentos
de sufrimiento, de los diferentes problemas que están haciendo fila para que
les hagamos caso, debemos aprender esta verdad: Cuando una crisis me golpea, no
debo enfrentarla solo, porque, ¡no estoy solo! Tal y como aquellos hombres y mujeres
de Dios de la antigüedad, yo también tengo: Un
Gigante a mi lado.
Oración:
Amado Padre Celestial:
Te alabo Señor porque tu omnisciencia, misericordia y presencia son
constantes a mi lado. Gracias porque me amas y tu amor no cambia nunca;
enviaste a tu Hijo a morir por mí. Sigue mi amado Señor como poderoso Gigante a
mi lado, en medio de cualquier circunstancia. Escucha ahora mi ruego Señor, y
dame tu bendición. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Nuestra mayor esperanza aquí abajo
es recibir ayuda de nuestro Gigante Dios, desde lo alto.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento a obedecer?
¿Existe algún pecado a evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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