Francisco Aular
Lectura
devocional: Salmo 119:97-104
¡Qué dulces son a mi paladar tus palabras!; son más dulces que la miel. Salmo 119:103 (NTV)
Guardo, de mi
experiencia personal, una ilustración de lo que es la Biblia, lo que hace, y lo
debemos hacer con ella. Estoy seguro de que mucho de ustedes tendrán su propia
experiencia de lo que la Biblia ha hecho por ustedes, para ustedes y con
ustedes.
Permítanme
hacer, pues, referencia al comienzo de mi relación con la Biblia, la Palabra de
Dios. Al cumplir los dieciséis años, en 1961 tenía muchas cosas favorables para
mi futuro, yo había empezado a trabajar desde mis trece años, así que tenía
tres de experiencia en donde había estudiado la fotografía y al mismo tiempo la
practicaba en sus dos áreas principales, el laboratorio y la galería en donde
se fotografiaba a los clientes; tuve la oportunidad de ser fotógrafo de
artistas porque Radio Caracas Televisión y algunas emisoras radiales quedaban
muy cerca de mi trabajo. Unido a todo esto, iniciaba mis estudios de bachillerato
nocturno, y poseía una gran sed por aprender y leer buenos libros, ¡mi anhelo
era llegar a ser fotógrafo de Hollywood! Así pues, en ese año de 1961 hubo
cambio de trabajadores, y, desde luego, me sentí triste porque algunos de mis
maestros iniciales en el arte fotográfico habían salido, sin embargo, llegó un
hombre entre los nuevos empleados que Dios usaría grandemente en mi vida:
Orestes Martín Ramos, él era oriundo de la provincia de Santa Clara de Cuba y
un excelente fotógrafo y músico. No era un hombre religioso se calificaba así
mismo como “libre pensador en búsqueda de la verdad”, pero era un estudioso de
la Biblia, y en sus horas libres del mediodía, él y yo empezamos a leer la
Biblia y a comentarla-¡cuánto alabo a Dios por eso!-, pero yo no tenía Biblia.
Así que voy a contarles cómo un ejemplar de la
Biblia llegó a mis manos. Era un jueves santo, 11 de abril del año 1963, toda
mi familia se había ido a pasar aquellos días de asueto a las playas cercanas a
Caracas, pero yo había decidido quedarme solo porque, entre otros motivos, mi
hermano mayor, José, había muerto hacía unos meses, y pienso ahora, quise
guardarle luto. Aquella mañana puse la radio, y había música clásica en todas
las emisoras, y como siempre he amado los libros, Dios me llevó a poner los
ojos en una Biblia, versión Reina Valera 1909 que estaba entre otros libros en
una pequeña biblioteca en el comedor de la casa, así que la tomé en mis manos,
me senté, y fui al Evangelio de Juan y lo leí todo. No era la primera vez que
yo oía de la Biblia, ni tampoco sobre la “vida, pasión y muerte de JESÚS”,
porque ya lo había hecho en compañía de Orestes, pero sí era la primera vez que
me detenía a intentar interpretarla con la pequeña luz de un entendimiento
meramente humano. De repente, en la tarde de ese día, en la platabanda de la
casa, frente al majestuoso Ávila, volví a leer Juan, me detuve en el
capítulo 17, versículo 20 que dice: “Mas no ruego solamente por éstos, sino
también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Reina Valera
Antigua), y en aquella hora recibí la iluminación de la sabiduría verdadera, me
conmoví hasta las lágrimas al pensar en el hecho de que JESÚS había vivido,
sufrido y muerto por mí; leí el versículo incluyéndome en él, así: “Mas no
ruego solamente por estos, sino por Francisco Aular, quien ha de creer en mí
por la palabra de ellos”… ¡Sí, era cierto! Juan, el apóstol amado había escrito
aquel testimonio que yo estaba leyendo, ¡JESÚS había orado por mí!, conmovido
me arrodillé en la platabanda de mi casa, oré al SEÑOR, Autor de la Palabra de
Dios, quien había bajado del cielo para buscarme y salvarme. Me di cuenta de
que yo no era un accidente en este mundo, Dios, en su plan eterno, me llamaba a
integrarme a su familia (Efesios 1:5) por medio del arrepentimiento de mis
pecados y la fe en JESÚS, el Mediador entre Dios y nosotros, aquella
experiencia sencilla de fe me condujo a buscar una iglesia que creyera en la
Biblia, como yo había creído, y la encontré: La Misión Bautista Emanuel de
Chacaíto, hoy en día, la preciosa Iglesia Bautista Emanuel de la Castellana.
¡Gloria a Dios!
Todavía
recuerdo cuando llegó mi familia de la playa, le pregunté al esposo de mi
prima, Miguel Romero, quién le había regalado aquella Biblia, y en tono de
burla me dijo: “Un loco evangélico que trabajó conmigo”, y al momento de
escribir esto, se me nublan los ojos por las lágrimas y grito con todas las
fuerzas de mi ser: ¡Bendito loco evangélico!, si supiera que aquella Biblia no
era para mi primo, ¡sino para mí!, ah, si supiera también lo que Dios ha hecho,
hace y hará con aquella vieja Biblia que todavía obra en mí. ¡Aleluya para
siempre, gracias SEÑOR! Puedo decir con el salmista: “¡Qué dulces
son a mi paladar tus palabras!; son más dulces que la miel” (Salmo
119:103; NTV).
¿Qué
debemos hacer con la Biblia? Amarla, valorarla, oírla, leerla, estudiarla,
memorizarla, meditarla, aplicarla, obedecerla y compartirla con otros. Nunca
sabrás en esta tierra lo que una sola Biblia puede hacer por el poder del
Espíritu Santo, porque la Biblia es siempre: ¡El mejor Libro, en el mejor lugar
y con el mejor propósito!
Oración:
Padre eterno: ¡Tu Palabra
esta viva como cuando salió de tu mente para que nosotros, te pudiéramos
conocer! No me alcanza esta vida humana para agradecerte, lo que tu Palabra ha
hecho en mí. Ayúdame a ser un distribuidor de este sagrado Libro para que llege
a ser bendición para otros, aun los que no han nacido. En el nombre de JESÚS.
Amén.
Perla
de hoy:
La Biblia es siempre: ¡El
mejor Libro, en el mejor lugar y con el mejor propósito!
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento a obedecer?
¿Existe
un pecado a evitar?
¿Existe
un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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