Francisco
Aular
Lectura
devocional: Salmo 119:49-56
Tu promesa renueva mis fuerzas; me consuela en todas mis dificultades…
Medito en tus antiguas ordenanzas; oh Señor, ellas me consuelan. Salmo 119:50,52 (NTV)
Llegué hasta la casa de una familia muy amiga,
ellos habían perdido al padre; yo había preparado algunas palabras de consuelo
para decirlas en medio de aquella prueba, pero al entrar a la casa del luto,
ver a la viuda y a sus hijos que llorando vinieron hacia mí, nos abrazamos y
juntos lloramos. En realidad, no tenemos palabras ni respuestas para el porqué
de un momento como aquel. Me llena de consuelo recordar cuando JESÚS santificó
las lágrimas: Llegó a visitar a su amigo Lázaro, este había muerto y había sido
enterrado. Entonces, la Biblia nos sorprende, al darnos el versículo más grande
de la Biblia, siendo el más corto: “Jesús lloró”. ¡Qué hermosa escena al ver a
Dios llorar! No puedo decir las veces que el Espíritu Santo ha usado la Palabra
de Juan 11:17-44, para traer alivio en medio del sufrimiento y paz en medio de
las tormentas, el saber que JESÚS lloró lágrimas santificadas por sus amigos y
discípulos, hace que la experiencia cristiana sea una relación de amor entre
los seres humanos y Él, ¡Dios se pone a nuestro lado y se conmueve con
nosotros! Aunque Él sabe que todo dolor
y sufrimiento de sus verdaderos hijos son temporales, llegará el momento
del gozo perfecto y eterno en el cielo. Pero cuando es tiempo de llorar, ¡JESÚS
llora con nosotros!
Contrario a lo que oímos de muchos predicadores de
la llamada teología de la prosperidad y de “pare de sufrir”, la verdad es que
los hijos de Dios sufrimos, nos enfermamos y morimos, sin embargo, el sufrimiento del cristiano nacido de nuevo tiene una connotación
diferente, las dolencias corporales corrigen la corrupción y prueban las
gracias con que Dios ha revestido a su pueblo. ¡JESÚS no bajó del cielo
solamente para quitarnos un dolor de cabeza, para que nos fuera bien en un
viaje, para conseguirnos una buena pareja o darnos la casa de nuestro sueño! Él
no vino a resguardar a su pueblo de estas aflicciones de todos los seres
humanos, JESÚS vino como Regalo del cielo a salvarlos de nuestros pecados y de
la ira venidera al comprarnos un lugar en el cielo por su muerte en la cruz;
sin embargo, nos corresponde orar al Padre para interceder por nuestros amigos
y parientes cuando están enfermos y afligidos. En cuanto a nosotros, sin duda,
Dios nos da mucho más de lo que le pedimos y merecemos. Ciertamente, esto nos
reconcilia con el lado más oscuro de la Providencia, en la cual la Palabra
afirma que todo es para la gloria del Padre: “Y sabemos que
Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de los que lo aman y son
llamados según el propósito que él tiene para ellos” (Romanos 8:28; NTV).
De esta manera,
como actuamos al enfrentar las aflicciones de nuestro andar en esta vida,
revela cuánto amamos a Dios, al cual servimos. No importa la clase de pruebas,
enfermedades, pérdidas, desilusiones que padezcamos, ¡debemos saber que el
propósito es glorificar a Dios por medio de ellas! El mismo JESÚS compartió esa
verdad con sus discípulos: “Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan
paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque
yo he vencido al mundo” (Juan 16:33; NTV).
Efectivamente,
JESÚS amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro. No cabe duda tampoco que
sus discípulos de Betania eran cristianos nacidos de nuevo y amaban con todas
sus fuerzas al Señor, por ello, cuando JESÚS oyó que Lázaro estaba enfermo, Él dijo: “La enfermedad
de Lázaro no acabará en muerte. Al contrario, sucedió para la gloria de Dios, a
fin de que el Hijo de Dios reciba gloria como resultado” (Juan 11:4; NTV). Así
fue, temporalmente, Lázaro revivió, y sin duda, murió después; se le acabó la
vida “bíos” pero brilló para la eternidad su gloriosa vida “zoé”, la vida eterna;
por ello, JESÚS dijo la Palabra que nos consuela cada vez que perdemos a un ser
que tiene la vida eterna: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí,
aunque esté muerto vivirá” (Juan 14:25; RV60).
Pues
bien, el salmista dice: “Tu promesa renueva mis fuerzas; me consuela en todas mis dificultades… Medito en tus antiguas
ordenanzas; oh Señor, ellas me consuelan” (Salmo 119:50, 52; NTV). Oír la Biblia,
leerla, estudiarla, memorizarla, meditarla y aplicarla, nos prepara, tanto para
consolar como para ser consolados, porque ella es la Palabra que consuela.
Oración:
Amado Padre: Extiende tu mano de amor sobre mi vida,
llena mi vaso continuamente de ti, y en la hora de la prueba que yo tenga las
fuerzas para darte honra y gloria cualquiera que sea mi situación. Ayúdame a
saber que nadie ni nada me tocará un poro de mi cuerpo sin que tú lo permitas.
En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla
de hoy:
Aun cuando el creyente
obedece la Palabra tendrá pruebas en este mundo, pero la Biblia le da consuelo
verdadero y eterno.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento a obedecer?
¿Existe
un pecado a evitar?
¿Existe
un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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