Francisco
Aular
Lectura
devocional: 2 Timoteo 1:3-18
Nací en un
hogar de campesinos en medio de una montaña. Mi niñez fue hermosa, rodeada de
todo lo que el campo puede ofrecer. Mis padres salían a hacer las labores del
campo, pero todavía recuerdo que mi abuela materna Máxima, cuidaba de mí porque
su casa quedaba muy cerca de la nuestra. Evoco cuando tenía seis años, veo a mi
abuela cocinar en la mañana en su fogón de leña; luego la contemplo descansando
y yo jugando en el patio, pero, había un momento muy especial del día, cerca de
la hora en que mis padres regresaban a casa, porque mi abuela me había enseñado
a encender y mantener el fuego de la cocina sin quemarme, entonces, cuando
ellos se acercaban, mi abuela me gritaba: “¡Negro Chico!” -mi sobrenombre
familiar puesto por mi papá-: “¡Aviva la llama!”…
¡Avivar la
llama!, tiene mucho significado para mí -especialmente en la vida cristiana a
la cual llegué hace cincuenta años-, porque mi conversión al Evangelio empezó
como una llama divina que encendió mi pasión por el Señor JESÚS, mi Señor y
Salvador, y al entender las demandas de mi nueva vida en Cristo, aprendí a
apreciar en gran manera todas las cosas buenas que Dios había hecho a mi favor,
por eso, digo que JESÚS es mi pasión y triunfo, porque al convertirme al
Evangelio también se prendió mi pasión, tanto por la vida “bíos”, la vida
humana, la cual es una asignación temporal, como por la vida “zoé”, la cual es
eterna. Lo más grande todavía, ha sido entender la dimensión de JESÚS cuando
dijo: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por
mí” (Juan 14:6). En efecto, ¡JESÚS mismo es la vida “zoé”, la vida eterna! ¡Él
es la llama que vive en mí! El apóstol Juan lo explica de una manera tan
sencilla que no podemos perdernos en interpretaciones por los “doctores” de la
iglesia, está es: “Y este es el
testimonio que Dios ha dado: él nos dio vida eterna, y esa vida está en su
Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no
tiene la vida” (1 Juan 5:11,12; NTV). ¡Teniendo a JESÚS lo tenemos todo, sin Él
no tenemos nada!
En la lectura
devocional de hoy, vemos al apóstol Pablo aconsejando a su amado hijo
espiritual; pero, permítanme decirles, a propósito del consejo de Pablo a
Timoteo, con toda sinceridad, que la llama divina que Pablo encontró en su
camino a Damasco obró en él tal cambio y produjo tal fuego que escribió a
Timoteo, lleno de pasión: “Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor y
timidez sino de poder, amor y autodisciplina… Así que nunca te avergüences de
contarles a otros acerca de nuestro Señor, ni te avergüences de mí, aun cuando
estoy preso por él. Con las fuerzas que Dios te da prepárate para sufrir conmigo
a causa de la Buena Noticia” (2 Timoteo 1:7,8); ¡nada ni nadie puedo apagar la llama
que Dios pone en nuestros corazones al venir al Evangelio!
Después de
JESÚS, nadie disputa a Pablo su dimensión de hombre de Dios. Pablo, sufrió
persecuciones, fue azotado, encarcelado, apedreado, y todavía, lo que más puede
dolerle a un servidor del Señor, el abandono de sus discípulos, cuando son más
necesarios: “Como tú sabes, todos los de la provincia de Asia me abandonaron,
incluso Figelo y Hermógenes…” (v.15) ¿Cómo fue el final de un hombre así? En
los últimos días del sanguinario y demente Nerón, éste mandó a matarlo, sin
embargo, Pablo escribió su despedida, y solamente leerla, ¡aviva mi llama!: “He
peleado la buena batalla, he terminado la carrera y he permanecido fiel. Ahora
me espera el premio, la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me dará
el día de su regreso; y el premio no es sólo para mí, sino para todos los que
esperan con anhelo su venida” (2 Timoteo 4:7,8; NTV).
Es posible que
te sientas desanimado a pesar de ser un cristiano nacido de nuevo, y del gran
fuego que sentías al principio de tu vida cristiana te queda nada más una
pequeña chispa; ya no sientes entusiasmo para ir a tu iglesia; es posible que
te hayan defraudado y abandonado algunos de tus amigos; en la bajada de tu vida
espiritual vas rodando estrepitosamente, llevando a tu hogar y hasta tu trabajo
en tu desánimo, sin embargo, te tengo una gran noticia, nuestra posición en la
vida eterna no depende de tus sentimientos, y Dios tiene allí en tu vida el
mismo fuego que tuviste al principio, ¡vuelve a tu primer amor por el Señor JESÚS!,
ponte en marcha, arrepiéntete, confiesa, ama, perdona y pide perdón. ¡No te
alejes de la iglesia! ¡Busca tus hermanos en la fe, ellos son leños de fuego en
el Reino! Es cierto, tus hermanos en Cristo no son perfectos, pero, tú tampoco.
En pocas palabras: ¡Aviva la llama!
Oración:
Padre eterno: Hoy quiero volver a tener ese fuego que tuve contigo al
principio de mi vida cristiana. Aviva la llama que tienes en mí para que yo
pueda llevar mi pasión por ti y por tu reino, hasta el fin de mi vida. En el
nombre de JESÚS. Amén.
Perla
de hoy:
No permitas que el
desánimo te robe tu gozo: ¡Aviva la llama de la pasión por JESÚS y triunfa!
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento a obedecer?
¿Existe
un pecado a evitar?
¿Existe
un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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