Francisco
Aular
Lectura
devocional: Eclesiastés 3:1-8
Un tiempo para llorar y un tiempo para reír. Un tiempo para entristecerse y un tiempo
para bailar. Eclesiastés 3:4 (NTV)
El sabio
Salomón, en su autobiografía del libro de Eclesiastés, con un estilo muy
personal nos habla sobre los afanes humanos, la búsqueda de la felicidad, el
poder, la fama, en fin, la gloria. Su conclusión no tiene desperdicio, siendo
el gran hombre que fue en su tiempo, dijo que todo “…es vanidad y aflicción de
espíritu” (Eclesiastés 2:26; RV60). El sabio nos dice también, en sus escritos,
que existe en esta vida un orden establecido por el Creador, un límite de
tiempo para cada cosa, sea que el ser humano lo crea o no, tarde o temprano se
verá forzado a aceptar. En efecto, los acontecimientos más importantes de
nuestra vida, como el nacer o el morir, se entremezclan con otros: “…Un tiempo para
callar y un tiempo para hablar” (Eclesiastés 1:8; NTV). Aunque el rey Salomón
-haciendo honor al significado de su nombre en hebreo- fue un hombre pacífico,
nos advierte que existe: “…Un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz”
(1:8).
Las estaciones
del año se suceden unas tras otras, y según mi óptica de más de dos décadas
viviendo en Toronto: ¡Todas las estaciones del año son bellas! Mi favorita es
el otoño que sirve de inspiración a muchas pinturas y poemas; la más temible es
el invierno. La belleza del otoño, de repente, se transmuta en la tristeza del
invierno. Hasta el sol parece que le diera la espalda a esta estación. Es la
estación de la prueba, pero ninguno que viva aquí y respire, escapa a ella, así
es el sufrimiento humano, negarlo es traspasar los límites de la necedad.
Por otra parte,
en este mundo sufren los violentos y los pacíficos; los que mandan y los que
obedecen; los oprimidos y los opresores; los pobres y los ricos; el recién nacido
y el anciano, en fin, la lista es inmensa. En la Biblia tenemos una larga lista
de hombres y mujeres que pasaron por el invierno de las pruebas, me referiré a
algunos de ellos. Allí desfilan el justo Abel, que sufre en su cuerpo la
violencia de Caín, su hermano, el patriarca, prototipo de los sufrimientos de
JESÚS, José, quien sufre las injusticias de sus hermanos, es decir, de alguien
que, aunque todo lo hace bien, todo le sale mal. Qué diríamos de David y el
acoso gubernamental del rey desquiciado Saúl. La hermosa, noble y prudente
Abigail y sus sufrimientos causados por su esposo, el insensato Nabal. En todo
esto vemos, que al final, tanto el malo como el bueno, sufren. Los malos no
estarán allí para siempre, y no tendrán paz en medio de las pruebas: “No hay
paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57:21; RV60).
Aunque todos los seres
humanos, tarde o temprano, tendremos que enfrentar al invierno de las pruebas,
y hasta llegar a lo más temido por todos, la muerte, debemos tener esto en
cuenta, en el concepto bíblico, lo que nosotros llamamos muerte natural no es
el fin definitivo de nuestra existencia, sino una mudanza de lugares. El ser
humano, en virtud de su naturaleza espiritual, formado a imagen y semejanza de
Dios, es un ser eterno. JESÚS bajó desde el cielo a ser nuestra nueva vida, no
la “bíos” que es temporal, sino la “zoé” que es para siempre, por ello, dijo:
“Yo soy el camino y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”
(Juan 14:6); también afirmó: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en
mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). ¡La vida eterna no es algo que
Dios nos da sino alguien: JESÚS!
De esta manera,
comprendemos que el miedo paralizante del ser humano a la muerte no es otra
cosa que la ignorancia y la inseguridad de lo que lo aguarda después. Solo la fe
cristiana nos ofrece la seguridad de nuestro nuevo nacimiento en JESÚS, y con
esta realidad nos ayuda a superar la angustia y nos pone en la ruta segura de
la esperanza que tendremos vida después de la muerte, así podemos decir como el
Apóstol: “Y cuando esto
corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la
muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria?” (1 Corintios 15:54,55). Ciertamente aquí el invierno es duro y muy
frío, todo lo verde se marchita, los árboles secos exhiben tristemente la
aparente ausencia de la vida, pero llega la primavera, y nuevamente, la vida
escondida se hace realidad. Eso nos debe recordar siempre en nuestro invierno
de la pruebas, que lo mejor, la primavera celestial, ¡está por venir!
Es posible que en este
momento estés pasando por el valle del dolor y el invierno de las pruebas. No
permitas que la aflicción te llene de amargura; no le preguntes a Dios
inútilmente, ¿por qué a mí?, sino lleno de fe y optimismo, ¿qué quieres Señor
que yo haga para usar esta prueba con propósito para ti y tu Reino? Levanta al
cielo tu mirada y contempla con los ojos de la fe el fabuloso mañana del paraíso
y la gloria de la vida eterna, vestida de un cuerpo glorificado inmortal, donde
no habrá tribulación, ni el invierno de las pruebas. ¡Vuela en las alas de la
esperanza! ¡Volemos!
Oración:
Padre
eterno, gracias por dejarnos el consuelo inmenso de tu Palabra, y la seguridad
de la vida eterna en tu Hijo amado JESÚS. Ningún invierno por duro que sea
podra detenerme de vivir una primavera del Espíritu Santo en mí. En el nombre
de JESÚS. Amén.
Perla
de hoy:
El duro
invierno de las pruebas no puede paralizarnos cuando el sol de la presencia del
Señor nos abriga con su justicia, su amor y su paz.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento a obedecer?
¿Existe
un pecado a evitar?
¿Existe
un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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