A un amigo y hermano en la fe, muy apreciado, le ofrecieron un cargo en el gobierno de su país, y como todo ciudadano cristiano nacido de nuevo, en ello vio una oportunidad excelente, no solamente para progresar como ser humano y profesional, sino también, una tribuna para dar testimonio del Evangelio.
Su país atravesaba por un buen momento económico, pero desafortunadamente, esa prosperidad material no fue respaldada éticamente, ni la acompañó la justicia, ni los demás poderes que conformar el buen andar de una nación democrática, por el contrario, el materialismo vino acompañado de la codicia con su secuela de ambición desmedida, y él fue testigo de cohechos, corrupción judicial, engaño y explotación de los pobres, inmoralidad y relajamiento en todos los valores que hacen grande a un país.
Algunos de sus compañeros querían ser ricos, y la corrupción generalizada les brindó esa oportunidad. De esta manera, aquel cristiano íntegro y fiel al SEÑOR se dio cuenta de que aquel no era lugar para él, y renunció.
En el caso del profeta Amós alrededor del 760 y el 750 a.C. El profeta vivió en una época muy parecida a la nuestra, y le correspondió denunciar y corregir ese pecado nacional. Amós predica el arrepentimiento y el regreso a DIOS, “porque yo sé de vuestras muchas rebeliones, y de vuestros grandes pecados; sé que afligís al justo, y recibís cohecho, y en los tribunales hacéis perder su causa a los pobres” (Amós 2:12). Valientemente, el profeta anuncia a la nación el castigo que vendrá de DIOS, sino se arrepienten y lo buscan verdaderamente.
¿Cuál es el remedio para una nación o individuo que se desvía del plan de DIOS? Si los ciudadanos quieren vivir conforme al propósito divino, deben abandonar sus malos caminos, porque ciertamente, el Día del SEÑOR vendrá. Los israelitas creían que el Día del SEÑOR, para ellos, sería el triunfo final sobre sus enemigos, por eso, todos los judíos lo esperaban con gozo, mas, DIOS le dice a su nación que el Día del SEÑOR será para ellos día de juicio, sino se arrepienten.
Ciertamente, no podemos violar la ley de DIOS, tanto en su aspecto vertical de nuestra relación con Él, como en el aspecto horizontal en nuestra relación con los demás seres humanos, sin pagar las consecuencias por ello.
En cambio, si buscamos lo bueno, y no lo malo, tenemos promesas de misericordia y restauración: “Pues los plantaré sobre su tierra, y nunca más serán arrancados de su tierra que yo les di, ha dicho Jehová Dios tuyo” (Amós 9:15).
Nuestra verdadera razón de ser y hacer es seguir la voluntad de DIOS y no la nuestra.
¡Adelante, siempre adelante!
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