Francisco
Aular
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Lectura
devocional: Juan 17:20-26
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de
creer en mí por la palabra de ellos. Juan 17:20 (RV60)
El Espíritu Santo llevaba muchos
años tratando conmigo, pero aquel jueves santo de 1963 fue el día definitivo
para llegar a JESÚS. Yo era de aquellos que pensaba cruzar el puente ante de
llegar a él, quería tener el comportamiento de un buen cristiano, sin haberme
convertido.
La verdad era que me sentía
confundido con tantas iglesias, denominaciones y sectas, todas diciendo ser las
únicas dueñas de la verdad absoluta. Pero en esta
oportunidad, el Espíritu Santo me estaba llevando a su Palabra viva. La abrí en
el santo evangelio según San Juan,
y primero en la mañana lo leí
completo, de manera global. Aunque por mi trasfondo religioso católico
romano, yo había escuchado la historia de la pasión y
muerte del Señor Jesucristo, así que leerla era toda era una experiencia
diferente.
En la tarde, volví a leer el evangelio de San Juan. La historia se me iba encarnando poco a poco, con la convicción producida por el Espíritu Santo. Todo me pareció tan claro y convincente. ¿Por qué no lo había entendido antes? Así, llegué al capítulo 17, versículo 20: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por lo que han de creer en mí por la palabra de ellos”. Me conmovió de una manera que no lo puedo describir en un idioma terrenal, el gran hecho de que JESÚS, el SEÑOR, ¡había orado por Sus discípulos! Y sus descendientes espirituales y, ¡también por mí!, sí, en efecto, ¡yo estuve en la mente del SEÑOR JESÚS todo el tiempo! Una cosa es compararse con otros seres humanos, porque según nuestro propio juicio, tal y como ellos somos imperfectos, pero otra medida, el SEÑOR JESÚS, ¡aquel hombre extraordinario y santo, había orado por mí!…
En efecto hoy todavía no lo puedo
comprender, aun cuando este año cumplo 56 años de esta experiencia que cambió
mi vida en forma total. Lo recuerdo muy bien, aquella tarde, en la azotea del
apartamento donde vivía, frente al majestuoso Ávila, -la montaña que rodea a
Caracas, la capital de Venezuela- mi país de origen. En medio de esta
conmoción, no pude más, me arrodillé y oré pidiéndole perdón al SEÑOR
JESUCRISTO. Por lo emotivo que soy, lloré un largo rato al considerarme amado
por el SEÑOR, me levanté de allí, con la seguridad de que
mi amado SEÑOR me había escuchado. Excepto por mis lágrimas, la única sensación
fue, la seguridad de que desde ese
momento en adelante, el JESUCRISTO cultural y religioso que yo había conocido
se me había vuelto “carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Efesios 5:30). Y la certeza sigue conmigo y me
conmueve esta verdad: ¡JESÚS oró por mí! Y no lo dude, ¡por usted también!
Oración:
Padre Eterno, comprendo
con la poeta, Frances R. Havergal esta gran verdad que me dices en el poema “Mi
vida di por ti”:
I
Mi vida di por ti,
Mi sangre derramé,
Por ti inmolado fui,
Por gracia te salvé,
//Por ti, por ti inmolado fui,
¿Qué
has dado tú por mi?//.
II
Mi celestial mansión,
Mi trono de esplendor,
Dejé por rescatar
Al mundo pecador.
//Si, todo yo dejé por ti,
¿Qué
dejas tú por mi?//.
III
Reproches, aflicción,
Y angustias yo sufrí,
La copa amarga fue
Que yo por ti bebí;
//Reproches yo por ti sufrí;
¿Qué sufres tú por mí?//.
(Himno
427. HB, CBP 1990)
Perla de
hoy:
Toda nuestra vida aquí en la tierra es un
monumento a esta verdad: ¡JESÚS oró por mí!
Interacción:
¿Qué me
dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
alguna lección por aprender?
¿Existe
alguna bendición para disfrutar?
¿Existe
algún mandamiento a obedecer?
¿Existe
algún pecado a evitar?
¿Existe
algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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