Francisco
Aular
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Lectura
devocional: Hechos 20:17-24
Pero mi vida no vale nada para mí a menos que la
use para terminar la tarea que me asignó el Señor Jesús, la tarea de contarles
a otros la Buena Noticia acerca de la maravillosa gracia de Dios. Hechos 20:24 (NTV)
El avión que me llevaba a Chile volaba sobre la cordillera andina,
y mientras la atravesábamos, el piloto nos habló, diciendo: “Por favor, miren
por la ventana -y continúo-, ¿se imaginan a José de San Martín remontando esas
montañas con su ejército?...”, él no dijo nada más, pero todos en el avión nos
quedamos en completa reflexión. En efecto, la historia dice que el 18 de enero
de 1817, el general argentino José de San Martín salió de Argentina, al frente
de su ejército para librar a este país del dominio del imperio español. Entre
su punto de salida y su destino se alzaban los Andes como una barrera formidable
y aparentemente infranqueable, pero, entonces, el ejército libertador se
dividió en tres columnas, dos penetraron en Chile por el paso de Los Patos, y
la otra, por el desfiladero de Uspallata. Aquel cruce de Los Andes es
considerado, todavía en nuestros días, como una de las más arriesgadas empresas
militares de la historia. 18 días de penalidades increíbles al cruzar la
segunda cordillera más alta del mundo, costaron la pérdida de un tercio del
ejército de San Martín y gran parte sus bagajes y caballos; el 12 de febrero de
1817 se libró la batalla de Chacabuco contra el ejército realista y se logró un
triunfo decisivo en la gesta de la Independencia de Chile. El argentino San
Martín y el chileno O'Higgins se llenaron de gloria en aquella memorable
ocasión.
Podemos preguntarnos, ¿qué llevó a aquellos hombres a arriesgarlo
todo por una causa? Sin duda, tenían un sentido de misión, un impulso interno,
porque, generalmente, esta es la fuerza impulsora de la cual dependen los
resultados en muchas empresas de la vida, sin embargo, el sentido de misión en
la vida no hará mucho, sino se le pone la chispa de la pasión. Pasión es sentir
fuego en los huesos; es el entusiasmo con el cual acometemos una tarea que echa
fuera la mediocridad y no descansa hasta ver realizada la visión o sueño, y nos
lleva por encima de los obstáculos y adversidades de la vida.
El versículo que encabeza nuestro devocional de hoy nos presenta a
cuerpo entero al hombre más importante de toda la historia cristiana, con excepción de JESÚS, el
apóstol Pablo. Aquel hombre extraordinario consideraba que su única misión en
la vida era la continuación de la misión de JESÚS en la tierra. Y más
extraordinario aún es que proclamaba la verdad de que su unión con Cristo
permitía que el mismo Señor obrara en todo a través de su vida humana. ¡La vida
eterna (zoé) había absorvido su vida humana (bíos)! ¡Qué misión y qué pasión
por lo que hacía en el Reino de Dios!: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20; RV60).
Esto es lo que
todo cristiano nacido de nuevo debe entender: ¡Nuestra vida, aquí en la tierra
es una continuación de la misión de JESÚS en la tierra! La gran verdad es que,
¡Cristo vive en mí! ¡Su amor y pasión por los perdidos y enemistados con Dios
son míos también! ¡Su misión es mi misión! ¡Su pasión por llevarla a cabo
pagando un alto precio es mía también! ¡Qué honor y cuánto privilegio es tener
como misión en la vida conducir a otros a una vida con sentido y en abundancia
que nos ofrece y cumple JESÚS en nosotros!
Concluyo,
explicándome por medio de una ilustración personal. Hace cinco años, yo estaba
hospitalizado en la Unidad de Cuidados Intensivos, debatiéndome entre la vida y
la muerte, desesperada mi familia, y muchos de ustedes orando por mí. Mary, mi
esposa, nuestra hija Mary Ruth y mi sobrina Laurita Ruiz oraban por un milagro
a la entrada del cuarto; las enfermeras entraban y salían y no me podían
ayudar. Fue en ese instante que un enfermero se puso en mi camino y me dijo:
“¡Francisco, soy enviado por el jefe de todos los cirujanos del hospital para
atenderte!, la misión que tengo es salvarte, ¡procederemos!”, ¡así fue!, aquel
hombre somalí procedió y yo, ¡sané! ¡Gloria sea al Señor! Todavía, los que
estuvimos allí, sabemos que aquel hombre en aquel momento, encarnó la misma
misión de Dios en forma humana. ¡Fue un auténtico milagro! ¡Nada más y nada
menos que el JEFE de los cirujanos, mi amado JESÚS dio la orden y el enfermero
cumplió su misión y yo, aquí estoy!
¿Qué pasará
entonces conmigo? Entiendo que Dios me ha prolongado la vida humana para que yo
me esfuerce en su gracia, y ayude en la medida de mis posibilidades al
cumplimiento de la Gran Comisión el resto de mis días aquí. ¡No tengo otra
razón para vivir y morir que mi amado JESÚS! ¡Él es mi pasión y mi triunfo! Por
ello, las palabras del Apóstol, y es el versículo de mi ministerio: Pero mi vida no vale nada para mí a menos
que la use para terminar la tarea que me asignó el Señor Jesús, la tarea de
contarles a otros la Buena Noticia acerca de la maravillosa gracia de Dios. Hechos 20:24 (NTV). Esta es también la pasión evangelizadora y su misión.
¡Manos a la obra!
Oración:
Padre amado: Ayúdame a comprender que el
fuego que siento en mis huesos por anunciar tu Palabra, eres tú. Dame el valor
para hacerlo como el propósito de mi vida. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Tengo una sola pasión en la
vida: JESÚS, Él y sólo Él.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por
medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda
aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento a obedecer?
¿Existe algún pecado a evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo
conmigo?
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