Francisco Aular
Lectura devocional: Juan 19:25-30
Cuando vio Jesús a su madre,
y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer,
he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella
hora el discípulo la recibió en su casa. Juan 19:26,27 (RV60)
Las mujeres tienen un amplio espacio en la
Biblia, y esto, venciendo todas las circunstancias injustas que los hombres les
han impuesto a través de los siglos. En los tiempos cuando JESÚS vino a la
tierra, algunos rabinos judíos oraban así: “Bendito eres tú, oh Señor nuestro
Dios, Rey del universo, que no me has hecho mujer…”, lo cierto es que la mujer
ocupaba el último peldaño en la escala social. Así, que, JESÚS llegó a desafiar
las reglas religiosas, culturales y civiles de un mundo dominado por hombres.
Mientras que algunos rabinos consideraban que la mujer no era digna de que se
le enseñara la Biblia, JESÚS alabó a María, la hermana de Lázaro, por sentarse
a escuchar sus enseñanzas. Mientras que los rabinos y maestros se negaban a
hablar con un samaritano, y mucho menos, con una mujer en la calle, si esta era
divorciada, peor aún, pues, JESÚS evangelizó a la mujer samaritana, y no
impidió que esta mujer llena de gratitud se convirtiera en la primera
evangelizadora y misionera del cristianismo.
Como resultado de haber sido aceptadas por JESÚS,
las mujeres se convirtieron en sus discípulas, y como consecuencia, a pesar de
todas las circunstancias, ellas le seguían y servían (Lucas 8:1-3). Las
primeras personas que fueron testigos de la Resurrección del SEÑOR fueron
mujeres. Así, el Evangelio derribó muchas barreras dentro del Reino de Dios;
San Pablo exclamó sobre los derechos de la mujer de la manera siguiente: “Ya no
hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque
todos vosotros sois uno en Cristo” (Gálatas 3:20; RV60). La mujer, tiene por
naturaleza, una inclinación natural a servir con un corazón que no espera
reconocimientos; así, las vemos ser las primeras haciendo filas en los
hospitales, en las entradas de las cárceles para ver a sus hijos, esposos o
novios; a través de los años yo las he visto llegar de primeras al SEÑOR, y
luego venir con sus familiares en el servicio de la iglesia, ¿qué hubiera hecho
yo sin la ayuda de las muchas discípulas del SEÑOR, entre ellas, mi esposa, que
ha sido la ayuda eficaz en la extensión de la obra de Dios?
Ahora bien, estudiando el relato de la Pasión y
Muerte de JESÚS, encontramos a cuatro mujeres a los pies de la cruz y todas
tenían el mismo nombre, María, en efecto, allí estaban: María la madre de JESÚS
y su hermana, María Salomé, la madre de Juan y Santiago el Mayor; María “mujer
de Cleofas y María Magdalena”. Ellas estaban de pie, sin duda, llorando en
silencio. María, la madre de JESÚS estaba allí, en aquellas horas trágicas y
sombrías en que su amado hijo moría como un malhechor. La Biblia nunca la nombra como la virgen María, y mucho
menos, como la “Madre de Dios”, aunque María fue una mujer bienaventurada al
ser el vaso humano para dar a luz a JESÚS, ella nunca pretendió otro lugar que
no fuera ese. Todavía resuena su voz, cuando dijo: «Hagan lo que él les diga»
(Juan 2:5; NTV).
Pues bien, cuando nos acercamos a la escena del
Calvario, vemos que los tormentos que JESÚS padecía en la cruz no le impidieron
pensar y considerar el estado en que quedada aquella mujer tan especial que
había sido su Madre, ¿quién podía consolar a aquella mujer en el cumplimiento
de las palabras de Simeón, cuando se refirió a ella y al niño JESÚS al tomarlo
en sus brazos?, al decirle “y una espada traspasará tu misma alma” (Lucas
2:35). ¿Quién podía recordarle al ausentarse aquel hijo amado, que ella había
sido escogida dentro del admirable plan eterno de salvación para ver las
maravillas de Dios? ¿Quién podía representar a María, su madre, delante de una
sociedad en que a la mujer se le exigía pertenecer a un hombre?, a María, la
madre de Jesús, ¿quién podría ayudarla para el sostenimiento material, ahora,
en su vejez?, ¿quién compartiría con ella el gozo del domingo de resurrección,
en que Él se levantaría de los muertos?...
Sin duda, aunque María tenía sus otros hijos,
como lo dicen los Evangelios: “Y se burlaban: «Es un simple carpintero, hijo de
María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón. Y sus hermanas viven aquí
mismo entre nosotros». Se sentían profundamente ofendidos y se negaron a creer
en él” (Marcos 6:3, también, 3:31-35; Mateo 12:46-50). JESÚS, el unigénito Hijo
de Dios, pero el primogénito de María: “Y dio a luz a su hijo primogénito…”
(Lucas 2:7).
Es muy posible que José hubiera muerto hacía ya
mucho tiempo, y los hermanastros de JESUS todavía no creyeran en Él, pero, lo
que sí ocurre después de su Resurrección (1 Corintios 15:7) es que Jacobo, por
ejemplo, y Judas, escriben
epístolas que tenemos en el Nuevo Testamento. En momentos así, un hermano
espiritual es de gran ayuda, y por eso, en aquella hora, JESÚS otorga un nuevo
hijo a María, y a Juan, una nueva madre a la cual tendría que cuidar: “Cuando
vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente,
dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu
madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:26,27.
RV60), así, JESÚS une, por el lazo filial espiritual, a aquellos dos seres
humanos tan cerca de su corazón, y les da una provisión total desde la cruz.
Oración:
Amado Padre Celestial:
He vivido bastante tiempo para decir con el
salmista: Joven fui, y he envejecido, Y
no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan (Salmo
37:25.) Ayúdame Señor, a vivir sabiendo que mi provisión total viene de ti. En
el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Aunque María, la Madre de JESÚS fue una mujer bienaventurada
al ser el vaso humano para dar a luz a nuestro SEÑOR Y SALVADOR, ella nunca
pretendió otro lugar que no fuera ese. Todavía resuena su voz, cuando dijo:
«Hagan lo que él les diga». (Juan 2:5 NTV).
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de
su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual
pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por
aprender?
¿Existe alguna bendición para
disfrutar?
¿Existe algún mandamiento por
obedecer?
¿Existe algún pecado por evitar?
¿Existe algún pensamiento para
llevarlo conmigo?
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