Francisco
Aular
Lectura
devocional Juan 1:1-18
Y el Verbo se hizo hombre y habitó
entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde
al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1:14 (NVI)
Estamos viviendo tiempos difíciles; tiempos en los cuales pareciera que
vivimos en reversa en vez de avanzar; indudablemente estos son tiempos
proféticos: “¡Ay de los que llaman a lo malo bueno y
a lo bueno malo, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que
tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!.”(Isaías 5:20 NVI). En
efecto, estamos viviendo en tiempos amargamente conflictivos, de total
desprecio a la vida, desprecio al cuerpo. En un país de Latinoamérica,
tristemente, este año se cierra con una proyección estadística de más de veinte
mil homicidios, y muchos de ellos, murieron con sus cuerpos jóvenes. El terrorismo
a escala mundial que masacra los cuerpos de seres humanos inocentes en nombre
de su religión, los que los aniquilan porque no son de su misma ideologías; las
guerras que no cesan a pesar de tantas asambleas mundiales sobre la paz; el
dramático aumento del número abortos; los suicidios; la autodestrucción de los
cuerpos por medio de la farmacodependencias. Estas son apenas, algunas
conductas dañinas las cuales está desvalorizando el cuerpo humano que, polvo o
no, es la creación más amorosa, inteligente y más perfecta de Dios.
El dualismo helénico
consideraba el cuerpo como el compañero malo de alma, ésta estaba prisionera de
aquel. El cuerpo, sostenían los griegos, no es esencial para la persona. Se
posee solamente por su razón instrumental más o menos útil. En un texto de
“Fedón” Platón dice que por culpa del cuerpo, al ser humano “no nos es posible
tener un pensamiento sensato”.
Los judíos, en cambio,
afirmaban que la persona no puede prescindir del cuerpo. El ser humano,
insistían los judíos, no tiene un cuerpo: es un cuerpo. Una casa está hecha de
materiales de los que ninguno es casa; de la misma manera un cuerpo está
formado de miembros de los que ninguno es el cuerpo, pero que, todos juntos, lo
constituyen.
Me adelanto en decir que esta
maravilla anatómica no es consecuencia de una evolución biológica a partir de
una célula marina; es creación única y directa del Logo, de la Palabra, de
Dios. De ahí su gran valor, de allí el respeto y honor que aún después de
muerto el cuerpo, se le honre.
Por otra parte, en la
concepción cristiana del Nuevo Testamento, el cuerpo recibe su lugar que le
corresponde: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el
cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por
precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los
cuales son de Dios”. (1 Corintios
6:19-20). Pues bien, ¡Todas esas doctrinas filosóficas o religiosas que
castigan al cuerpo que lo maltratan, que lo afean, que lo menosprecian, están
muy lejos del Cristianismo verdadero! La maldad no surge de nuestro cuerpo sino
de nuestra mente carnal, del corazón como lo dijo JESÚS. Es naciendo de nuevo
por la fe en JESÚS como llegamos al alcanzar lo máximo del plan eterno que Dios
tiene para nosotros, ser familia de Él, y vivir con Él, en el cielo. Es más, el
Cristianismo bíblico, no concibe la felicidad celestial en el alma separada y
prescindiendo del cuerpo, a la manera griega, sino que recurre al futuro cuerpo
resucitado que como JESÚS, algún día poseeremos, que si bien es distinto al que
se deposita en la tumba, continúa siendo indispensable en el plan eterno de
Dios.
De esta manera, llegando el
tiempo en que, la Palabra, el Verbo había de hacerse un cuerpo, el Padre le “preparó
cuerpo”, según la expresión de Hebreos 10:5. De esta forma Dios estaba
revalorizando al cuerpo humano, elevándolo desde donde había caído por la
desobediencia de Adán hasta su plenitud en la perfección de la obediencia en
JESÚS, de esta manera igualmente, el cuerpo volvió a su categoría original que
Dios tuvo en mente: Desde antes de crear
el mundo, Dios nos eligió por medio de Cristo para que fuéramos sólo de él y
viviéramos sin pecado. Dios nos amó tanto que decidió enviar
a Jesucristo para adoptarnos como hijos suyos, pues así había pensado hacerlo
desde un principio. Dios hizo todo eso para que lo alabemos
por su grande y maravilloso amor. Gracias a su amor, nos dio la salvación por
medio de su amado Hijo. (Efesios 1:4-6 La Biblia lenguaje actual).
Partiendo desde allí, se hace claro que en la primera Navidad: la Palabra se
hizo cuerpo. Juan, el evangelista que había andado con JESÚS, escribe su
Evangelio, casi al final de sus días en la tierra, habían pasado muchos años de
los acontecimientos de aquella Natividad de Su Señor y Salvador, sin embargo,
todavía lleno de admiración por el milagro de la Encarnación, escribe: “Y el
Verbo se hizo hombre.” ¡Alabemos a Dios por este Regalo de amor para nuestra
salvación! ¡Qué viva la Navidad del Señor! ¡Feliz Navidad!
Oración:
Padre
eterno:
Me
doy cuenta una vez más que no existo por casualidad, mi vida tiene un propósito
llegar a conocer a JESÚS, la Palabra Encarnada. Ayúdame a anunciar el corazón
de la verdadera Navidad: Dios con nosotros. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
No menosprecies a tu cuerpo en estas
fechas, cuídalo como templo de Dios que eres.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
alguna lección por aprender?
¿Existe
alguna bendición para disfrutar?
¿Existe
algún mandamiento por obedecer?
¿Existe
algún pecado por evitar?
¿Existe
algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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