Francisco
Aular
Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello
de Pablo, le besaban…le acompañaron al barco. Hechos 20:37,38 (RV60)
En la Biblia encontramos escenas conmovedoras en las que
vemos cómo las lágrimas brotan espontáneas, de aquellos seres humanos que son
personajes principales en la historia de nuestra fe. La idea de que los
cristianos no sufren, no lloran o no expresan sus sentimientos unos a otros es
estoicismo, o ascetismo religioso, pero no, nunca, cristianismo.
Hace algunos años nos correspondió a Mary y a mí despedir
a nuestros dos hijos mayores. Nunca nos habíamos separado de ellos, pero
salieron a estudiar fuera de nuestro país, Venezuela. Llegamos al aeropuerto,
nos despedimos, nos acompañaban algunos hermanos de la iglesia, entre ellos, el
profesor Daniel Ilarraza, uno de nuestros grandes músicos venezolanos y mentor
de ambos en la adoración al Señor a través de la música. Cuando el avión
despegaba, nuestras lágrimas y las oraciones por ellos fluían, entonces, Daniel
Ilarraza, también conmovido, nos dijo: “Esos muchachos triunfarán en la vida
porque aman al Señor”. Así ha sido. Ellos son hombres de bien y eso es lo más
grande que unos padres pueden esperar de sus hijos.
Ayer, Mary y yo, despedimos a César y Mary Ruth y a
nuestros nietos: Rebecca, David y Samuel Andrés. Ellos han pasado un año en
nuestra casa -en todo el proceso para ser aceptados como misioneros por nuestra
Junta de Misiones Internacionales-, así sin la presencia de nuestros
hijos y nietos, nuestro hogar se quedó silencioso. En efecto, nuestros hijos,
salen de misioneros a España por lo que esta separación, aunque parezca
increíble, nos llena también de gozo. Sin embargo, otra vez el dolor de
la despedida tocó nuestros corazones, pero en casa habíamos orado y citado las
palabras de Dios a Moisés: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”
(Éxodo 33:14); y también las palabras paulinas en Hechos 20:24.
Ciertamente, toda despedida nos produce dolor porque
tiene que ver con separación, con dividir una amistad, y de salir de la
presencia física de los que nos rodean siempre. Cuando nos familiarizamos con
una persona, desearíamos mantener una relación sin interrupciones, pero eso no
será posible en esta vida, así que tenemos que dejar que se vaya la persona
amada; esa persona amada tiene que seguir su camino, no tenemos derecho de
detener su marcha. Esto debe valer también en las relaciones más estrechas como
seres humanos, por ejemplo, de padres e hijos. No tenemos ningún derecho,
los padres –a no ser que seamos consultados por ellos-, de interferir en la vida
de nuestros hijos ya adultos. Es cierto que la Biblia habla a los hijos que
“obedezcan a sus padres”, eso es cuando son pequeños, adolescentes y en su
primera juventud, y tenemos la oportunidad de disfrutarlos y sembrarles
valores. Una vez crecidos, hay que soltarlos, dejarlos ir; ese es el tiempo del
dolor del adiós. Evitaríamos muchos males a ellos y a nosotros, si
prudentemente dejamos que ellos crezcan y nosotros podamos ir desapareciendo de
la escena principal. Creo que el poeta libanés, Jalil Gibrán en su poema
“Vuestros hijos” era de este mismo sentir:
Vuestros hijos no son vuestros hijos.
Son los hijos y las hijas de los anhelos
que la Vida tiene de sí misma.
Vienen a través de nosotros,
mas no de vosotros
y aunque vivan con vosotros
no os pertenecen.
Podéis darle vuestro amor,
mas no vuestros pensamientos,
Porque ellos tienen sus propios
pensamientos.
Podéis dar albergue a sus cuerpos
mas no a sus almas.
Pues sus almas moran en la casa
del mañana, que ni aún en sueños
os es dado visitar.
Podéis esforzaros por ser como ellos,
mas no intentéis hacerlos
Como vosotros.
porque la vida no marcha hacia atrás,
ni se detiene en el ayer.
Vosotros sois el arco por medio
del cual vuestros hijos son disparados
como flechas vivas.
El arquero ve el blanco en el sendero
del infinito, y os dobla con toda su fuerza
a fin de que sus flechas
vayan veloces y lejos.
Que el hecho, pues, de estar
doblados en manos del arquero
sea para vuestra dicha.
Porque así como el ama
la flecha que dispara,
ama también el arco
que permanece firme.
Oración:
Padre eterno:
Guardo en los graneros de mi mente lo granos del amor y
de simpatía que me han dado todos los amados que tú pusiste a mi lado a través
de la vida; que sea lo suficientemente sabio en lo que me resta de esta vida
para trillar los granos, y con lágrimas amasar el pan que daré a mis nietos,
antes de mi despedida. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Despedirse es un arte que se aprende a lo largo de toda
una vida para poder seguir el camino interior y exterior hasta el final.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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