Francisco Aular
Lectura
devocional: Números 14:1-19
Así que no se rebelen contra el Señor ni tengan miedo de la gente que
habita en esa tierra. ¡Ya son pan comido! No tienen quién los proteja, porque
el Señor está de parte nuestra. Así que, ¡no les tengan miedo! Números 14:9 (NVI)
El diccionario define el término entusiasmo
como: “exaltación y emoción del ánimo, producidas por algo que se admira.
Adhesión e interés que llevan a apoyar una causa o a trabajar en un empeño”.
Etimológicamente, viene de una palabra griega compuesta que significa “en
Dios”, es decir, dinamizado por Dios. En efecto, al caminar por los
senderos de la Biblia nos encontramos a menudo con que el punto de partida para
salir airosos en la labor que nos ha tocado hacer, asciende o desciende
según el estado de ánimo que tengamos. Sin embargo, no es pecado estar
desanimados en un momento dado, el pecado está en dejarnos dominar por el
desánimo. Grandes hombres de Dios pasaron por el desánimo, Job, Nehemías,
Elías, Jeremías y para no ser tan extensos, Juan el Bautista y Pedro, pero
todos ellos se libraron del desánimo. Al descubrir que Dios andaba con ellos y
en ellos, ¡se levantaron y triunfaron!
El entusiasmo es la fuerza que nos pone en
acción, el desánimo nos la quita. El salmista eleva su alma deprimida por la
nostalgia de los éxitos pasados, el asecho de sus enemigos y los recuerdos de
Jerusalén con su templo. Pareciera que el salmista ha tocado fondo y no le
quedan esperanzas para salir adelante; pero nuestro Dios está allí en esos
momentos, cuando, como seres humanos, conocemos y reconocemos nuestro
desvalimiento, cuando no nos quedan asideros de donde agarrarnos, porque
pareciera que todas las vigas de sustentamiento crujen y ceden ante nuestro
peso; entonces ahí, Dios -que hasta ese momento ha estado acompañándonos sin
que lo notemos-, se levanta en el camino como la única columna de seguridad del
creyente, y al igual que ocurrió con el salmista, el creyente hace esta
resolución: “¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si
estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi
espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna”
(Salmo 73:25,26 NVI)
La tentación permanente del ser humano es la
idolatría, es decir, poner cualquier cosa entre él y Dios: éxito, fuerza,
poder, juventud, sexo, negocio, dinero, belleza, y el activismo político,
deportivo o religioso; todo esto seduce al ser humano, y lo hace sucumbir y
doblar sus rodillas ante esas cosas que lo mantienen ocupado y sin tiempo para
Dios. Su alma pide eternidad, pero él intenta vanamente llenarla con lo
temporal. Un día se da cuenta de que el gusano roe las entrañas de sus ídolos,
que los sueños huyen, los muros se vienen abajo piedra por piedra, y es capaz
de pensar la brevedad de su paso por este mundo; en esas condiciones el ser
humano queda desnudo y desarmado ante la realidad, este puede ser el momento
del desánimo pero, también, puede ser una manera que Dios encuentra para entrar
en un corazón endurecido, entonces, descubre condiciones de adorar a Dios
de manera consistente y en verdad, como nunca antes lo hizo. Claro está, si
asume la crisis como su única esperanza y pone su mirada en Dios: “Salvación
mía y Dios mío”. De esta manera podemos también exclamar como David en frente
de sus enemigos: “En Dios
haremos proezas, Y él hollará a nuestros enemigos” (Salmo 108:13 RV60).
¡Nada ni nadie es capaz de detener a un ser humano “en Dios”, es decir:
entusiasmado!
Josué y Caleb, estaban entre los hombres
enviados por Moisés para investigar, la tierra a la cual Dios, los había
enviado. Diez de aquellos hombres, dieron un informe negativo: “—No podremos combatir contra esa gente. ¡Son más fuertes que nosotros!”
(Números 13:31, NVI). No conforme con esto, comenzaron a esparcir sus rumores
entre el pueblo, el desánimo como ya lo sabemos es contagioso, y rápidamente,
el pueblo se debilitó, perdió la esperanza y la fe. Sin embargo, tanto Josué
como Caleb, permanecieron firmes: “Así que no se rebelen contra el Señor ni
tengan miedo de la gente que habita en esa tierra. ¡Ya son pan comido! No
tienen quién los proteja, porque el Señor está de parte nuestra. Así que, ¡no
les tengan miedo!” (Números 14:9,NVI) ¡Dios premió a estos dos hombres
valientes y entusiastas, que creyeron en las promesas de Dios! ¡Ellos fueron los
únicos de aquella multitud que salió de Egipto que entraron a la tierra
prometida!
Esta historia del pueblo de Israel, nos revela
esta verdad, cuando nos damos cuenta que Dios es lo único que nos
queda, y que con Él, es suficiente para el triunfo definitivo en esta vida;
entonces podemos estimular a otros para que tengan esta misma actitud, porque
hemos descubierto: ¡El entusiasmo contagioso!
Oración:
Amado
Padre y Dios:
¡Te alabo
en esta hora por mi entusiasmo en ti! Todo lo puedo por medio de tu gracia y
misericordia. Hoy me enfrentaré a muchas decisiones pero me lanzo a conquistar
cualquier desafío porque tu compañía es todo lo que necesito, y sé que vas
conmigo. Ayúdame a ser un entusiasta contagioso en todo lo que soy y hago. En
el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Con el entusiasmo frente a todos los gigantes
que se levantan: “¡Ya son pan comido!”
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio
de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual
pueda aferrarme?
¿Existe una lección por
aprender?
¿Existe una bendición para
disfrutar?
¿Existe un mandamiento por obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento
para llevarlo conmigo?
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