Francisco Aular
Lectura devocional: Salmo 119:73-80
SEÑOR, sé que tus ordenanzas son
justas; me disciplinaste porque lo necesitaba. Salmo 119:75 (NTV)
Cuando
mueras, y a los pocos segundos estés frente a Dios, te darás cuenta que la
vida, después de todo, no fue una experiencia que se trataba de ti, sino de Él.
En efecto,
al final de la vida nos daremos cuenta que lo más importante ha sido nuestra
experiencia con Dios, porque cuando Él viene a la vida del ser humano, se nace
de nuevo (Juan 3:3) y, éste se ve afectado de tal manera que se convierte en un
mayordomo, uno que va a administrar sabiamente todo los talentos y dones que
Dios le ha dado. Por ello, cuando Dios nos da Su Palabra, somos personalmente
responsables por el lugar que le demos en nuestras vidas.
En la
décima estrofa del Salmo 119, -el poema dedicado a la Palabra de Dios-, nos
encontramos con la verdad de nuestra experiencia personal con Dios y su
influencia sobre los demás. Ahora bien, ¿cómo se inicia, se desarrolla y madura
nuestra experiencia con Dios? Veamos:
Mi experiencia con Dios, estuvo
primeramente en Sus planes: “Tú me hiciste; me creaste. Ahora dame la sensatez de
seguir tus mandatos.” (v.73) ¡Ningún ser humano es un accidente en este mundo!
Nacimos con un propósito, el apóstol Pablo, lo vio así: “Dios decidió de
antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por
medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran
gusto hacerlo.” (Efesios 1:5 NTV) Sí, ¡Dios tomó la iniciativa para hacernos
Sus hijos! De tal manera, que la experiencia de llegar a conocer a Dios
personalmente estuvo en Su mente mucho antes de nuestro nacimiento físico, pero
lo que hagamos con todo lo que la experiencia conlleva, es nuestra
responsabilidad. De esta manera, la gracia divina que nos salva y nuestra
responsabilidad como salvados van juntas: “Pues somos la obra maestra de Dios.
Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que
preparó para nosotros tiempo atrás.” (Efesios 2:10 NTV). Un asunto que está en
la mente de Dios y es de su agrado en nuestro crecimiento espiritual en
JESUCRISTO, si tal aumento de nuestro conocimiento no ocurre, nos quedaremos
estancados, a penas en los primeros pasos de la cumbre a la que debemos llegar,
y nuestro andar en esta vida será de una manera mediocre y carnal. Sin embargo,
gracias al Señor, Él nos ha dejado muchas ayudas para mantenernos en Sus
caminos, entre ellos: la Biblia, el Espíritu Santo, la oración y la Iglesia.
Así, que crecer en nuestra experiencia con Dios o no hacerlo, no es opcional
para el cristiano nacido de nuevo; y por lo demás, no tengo excusas para
servirle a Dios como debo y puedo decir con el salmista: “Ahora dame sensatez
de seguir tus mandatos”.
Mi
experiencia con Dios, sirve para cambiar, influir e impactar en la vida de
otros: “Que todos
los que te temen encuentren en mí un motivo de alegría, porque he puesto mi
esperanza en tu palabra.” (v.74) ¡Imposible nombrar en esta hora a todos los
que han influenciado mi vida desde el día en que el SEÑOR me trajo a Él! Cuando
llegué al compañerismo de una pequeña congregación en la ciudad de Caracas,
teniendo tan solo 18 años, allí encontré: hermanos, hermanas, madres y padres,
maestros, pastores, misioneros, matrimonios y familias, de tal manera que mi
experiencia con Dios fue enriquecida en ese primer hogar espiritual; después,
vinieron años de formación en la familia más grande, la obra nacional e
internacional, y vi las vidas de hombres y mujeres de Dios ejemplares; todas
esas vidas me cambiaron, me influyeron e impactaron, de tal manera que puedo confesar
sinceramente, que si tuviera que regresar una parte de mi a todos ellos que me
forjaron para ser quien soy, ¡quedaría muy poco de mí! ¡Alabado seas SEÑOR!
Mi experiencia con Dios, incluye el conocimiento de que soy
Su hijo y que por lo tanto me ama y como me ama, acepto su corrección, cuando
me disciplina: “¿Acaso
olvidaron las palabras de aliento con que Dios les habló a ustedes como a
hijos? Él dijo: Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor y no te
des por vencido cuando te corrija. Pues el SEÑOR disciplina a los que ama y
castiga a todo el que recibe como hijo.” (Hebreos 12:5,6) Cuando pasamos por
una prueba no debemos preguntar: “¿Por qué SEÑOR?, sino ¿Para qué SEÑOR? Así
todo sufrimiento se convierte en una manera de crecer conforme al plan de Dios,
y podemos decirle a Dios: “SEÑOR, sé
que tus ordenanzas son justas; me disciplinaste porque lo necesitaba. Ahora
deja que tu amor inagotable me consuele, tal como le prometiste a este siervo
tuyo. Rodéame con tus tiernas misericordias, para que viva, porque tus
enseñanzas son mi deleite. ” Salmo 119:75-77
(NTV)
Oración:
SEÑOR en Tus
manos estoy, sin reservas, sin retiradas y sin lamentos; mi experiencia al
andar contigo, me revela cuán frágil soy; Tú me amas y me corriges, dame el
valor y la sabiduría para arrepentirme, levantarme y seguir. En el nombre de
JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
Cuando
muramos, y a los pocos segundos estemos frente a Dios, nos daremos cuenta que
la vida, después de todo, no fue una experiencia que se trataba de nosotros,
sino de Él.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
alguna lección por aprender?
¿Existe
alguna bendición para disfrutar?
¿Existe
algún mandamiento por obedecer?
¿Existe
algún pecado por evitar?
¿Existe
algún nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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