viernes, 21 de marzo de 2014

¡SEÑOR, dame mi montaña!


Francisco Aular
faular@hotmail.com

Lectura devocional: Josué 14:6-15
Dame, pues, la región montañosa que el Señor me prometió en esa ocasión. Desde ese día, tú bien sabes que los anaquitas habitan allí, y que sus ciudades son enormes y fortificadas. Sin embargo, con la ayuda del Señor los expulsaré de ese territorio, tal como él ha prometido. Josué 14:12 (NVI)

El adolescente de 14 años está limpiando el estudio fotográfico; es su primer trabajo en la calle e intenta hacerlo lo mejor que puede, pues, sus padres de crianza dependen de su pequeño sueldo para enfrentar los gastos de la casa. El dueño del negocio, es un andino viejo, tal vez, en los sesenta años... Este hombre poseía una enorme biblioteca, y por su forma de hablar, había leído muchos de aquellos libros. A mediados de una tarde -como siempre lo hacía-, empieza a contar una historia, y, mientras el jovencito cumplía su tarea, le prestaba atención.

El hombre inicia el relato de la manera siguiente: “Hace mucho tiempo hubo una reunión de todos los animales y entre ellos, el águila, el cual desde su casa ubicada en la cumbre de una montaña se había incorporado a la reunión en un envidiable vuelo y aterrizaje perfectos. El rey león preside la reunión, y en una parte de la agenda se había contemplado un tiempo para hacer los desafíos a todo el reino animal. El águila pidió la palabra y dijo: “Los desafío a todos ustedes a que suban a mi casa en la cumbre de aquella montaña delante de nosotros.” Hubo un silencio en todo el valle… Era evidente que ningún animal, ni siquiera las aves, aceptaban el reto, ¡de repente!, una débil vocecita surgió, y con sus ojos penetrantes y la agudeza de su oído el águila buscó y su mirada se posó sobre un pequeño y joven caracol, que le dijo: “¡Hermano águila, yo subiré!” Todos rieron porque era evidente que aquel había sido el mejor chiste de toda la reunión. Pasaron los años, y en una fría mañana en la cumbre de la montaña, el águila, majestuosamente se quitaba el sueño agitando sus gigantes alas. Entonces, escucha una vocecita que le dice: “¡Hermano águila, hermano águila. Aquí estoy!” Era el viejo caracol…”.

Con el pasar de los años he visto que la vida funciona de manera muy parecida al relato del águila y el caracol. Uno tiene que dejar atrás por inútil, las quejas, la envidia por no haber nacido en cuna de oro y tener las posibilidades naturales de otros; igualmente, las desiluciones y fracasos, y volar hasta posarse en la cumbre, pues, allí hay lugar para todos.

Ya saben ustedes que uno de mis personajes favoritos es Caleb, el hijo de Jefone, príncipe de la tribu de Judá, y uno de los doce exploradores o espías que envió Moisés a reconocer la tierra de Canaán. El reporte final de estos hombres fue negativo, diez de ellos dijeron “—No podremos combatir contra esa gente. ¡Son más fuertes que nosotros!”, pero allí estaba un joven caracol, Caleb, pensador de que nada hay imposible para Dios: “—¡Vamos enseguida a tomar la tierra! —dijo—. ¡De seguro podemos conquistarla!”; y así fue porque aquel joven Caleb, que mostraba su linaje de pensador de imposibilidades y un optimismo que le brotaba por todos los poros, dijo: “¡SEÑOR, dame esa montaña!”,
Caleb se enfrentó por cuarenta y cinco años a todos los peligros y batallas que su pueblo peleó, pero la promesa que Dios le había hecho por medio de Moisés la llevaba consigo: “La tierra de Canaán, por donde recién caminaste, será tu porción de tierra y la de tus descendientes para siempre, porque seguiste al Señor mi Dios con todo tu corazón”. Pasan los años, y es un anciano de ochenta y cinco años, viene delante de aquel libertador Josué, que como él, había sido fiel a Dios en todas las circunstancias -¡les confieso que no puedo leer esto sin que mi pulso se me acelere!, y doy gracias al SEÑOR por esta historia, ¡y por ello soy miembro del “Club Caleb” para pensadores de imposibilidades!: “Ahora, como puedes ver, en todos estos cuarenta y cinco años desde que Moisés hizo esa promesa, el Señor me ha mantenido con vida y buena salud tal como lo prometió, incluso mientras Israel andaba vagando por el desierto. Ahora tengo ochenta y cinco años. Estoy tan fuerte hoy como cuando Moisés me envió a esa travesía y aún puedo andar y pelear tan bien como lo hacía entonces. Así que dame la zona montañosa que el Señor me prometió. Tú recordarás que, mientras explorábamos, encontramos allí a los descendientes de Anac, que vivían en grandes ciudades amuralladas. Pero si el Señor está conmigo, yo los expulsaré de la tierra, tal como el Señor dijo». Entonces Josué bendijo a Caleb, hijo de Jefone, y le dio Hebrón como su asignación de tierra. Hebrón todavía pertenece a los descendientes de Caleb, hijo de Jefone, el cenezeo, porque él siguió al Señor, Dios de Israel, con todo su corazón” (Josué 14:10-14 NTV.)

Como el caracol de la ilustración o como la historia del valiente Caleb, nuestra llegada a la cumbre es una promesa divina, pero el esfuerzo de la subida, es nuestro. Sin embargo, los cristianos no estamos solos en la dura realidad de la vida. Esta es la promesa del Señor también para nosotros: “Nunca te fallaré. Jamás te abandonaré”. (Hebreos 13:5 NTV) Por lo tanto, también podemos exclamar, llenos de fe: ¡SEÑOR, dame mi montaña!

Oración:
Amado Padre Celestial:
¡SEÑOR, dame mi montaña! Sé que no será fácil escalarla y enfrentarme a todos los peligros al subir. Ayúdame a vencer mis propios gigantes que yo mismo he tolerado por tanto tiempo. Hoy reafirmo el propósito de mi vida y la razón por la cual estoy aquí: Subir la cumbre y quedarme allí para siempre contigo. Ayúdame a contagiar a otros, con un carácter impulsado por el fruto del Espíritu, y la esperanza de que tú me esperas para decirme: “Bien hecho, mi buen siervo fiel. (…) ¡Ven a celebrar conmigo!”. En el nombre de JESÚS. Amén
Perla de hoy:
Toda subida hacia la cumbre en la obra de Dios, comienza con una determinación optimista: ¡Señor: Dame mi montaña!
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?




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