Francisco Aular
faular
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Lectura devocional: Lucas 8:23-27
Los justos claman, y el Señor
los oye; los libra de todas sus angustias.
Salmo 34:17 (NVI) Cuando Jesús se despertó, reprendió al viento y a las tempestuosas
olas. De repente la tormenta se detuvo, y todo quedó en calma.” Lucas 8:24
(NTV)
Siendo
que nací en una montaña venezolana, rodeada de vegetación, animales domésticos
y salvajes, quebradas y ríos, aprendí desde muy niño a apreciar la hermosura de
la creación. Cuando llegamos a Canadá, vivimos en una casa que será para
nosotros, inolvidable. Fue nuestro hogar por siete años, y allí nuestros cuatro
hijos pasaron su adolescencia, llegaron a la juventud, y desde allí salieron a
fundar sus propios hogares. La ventana de mi cuarto daba hacia una pequeña
colina rodeada de árboles, allí las aves al comenzar la primavera, retornaban.
En aquel primer año, Mary y yo, decidimos no perdernos nada de la sensación al
ver los cambios en las estaciones. Pusimos un lugar lleno de comida para las
aves y los pájaros de todas las clases y colores, venían a visitarnos todo el
día. Pero una pareja de gorriones decidió montar su nido en un uno de aquellos
árboles. Vimos todo el proceso de construcción del nido, desde el cortejo de la
parejita, la postura de tres huevitos, los esfuerzos de ella para empollarlos,
y hasta cuando los pichonzuelos se hicieron grandes y se fueron. He observado
que esta estación del año se caracteriza por un verdadero forcejeo entre la
primavera y el invierno. Esa lucha se mantiene en abril y mayo, las tormentas
con fuerte lluvia, oscuridad parcial, fuertes vientos y truenos son comunes.
En
uno de aquellas tardes en que los gorriones empollaban sus huevos, cayó una
fuerte tormenta. Desde mi ventana miré hacia el nido, sólidamente construido en
aquel árbol que se mecía de un lado a otro. ¿Se caerá el nido me preguntaba?
¿Aguantará esta tormenta? Los relámpagos iluminaban el cielo oscuro y el trueno
con su ruido ensordecedor, lo llenaba todo. No podía ver los ojitos de la
pajarita pero me los imaginaba asustados. Presentía que su pequeño corazón
estaría agitado. Sin embargo, allí permanecía ella aferrada al nido, sobre sus
tres pequeños huevecitos, tan frágiles como ella, dándoles el calor indispensable, mientras la
lluvia la golpea sin clemencia y el viento mueve el árbol. Cayó la noche, y no
la pude ver más. La tormenta siguió hasta la madrugada. Amaneció más temprano y
todo estaba en calma, y el sol hacía su entrada majestuosa en el
horizonte. Mi primer gesto fue
mirar hacia el nido: El diminuto
cuerpo de la gorrioncita estaba allí, triunfante. Otra vez el instinto
de conservación, dirigido por Dios mismo había vencido.
A
veces, como el rey David en este salmo, nosotros también nos sentimos, solos,
desvalidos, sin fuerzas ante las tormentas de la vida. Cuando estamos enfermos,
o tal vez, vemos que las circunstancias son adversas, quizás cuando vemos el
triunfo temporal del mal sobre el bien. En esas horas angustiosas, nos parece
que Dios se olvidó de nosotros. Entonces, nuestro clamor se eleva pidiendo
ayuda de alguien que venga en nuestro auxilio. David nos dice que en aquel
tiempo de angustias, él hizo algo: “Busqué al Señor,
y él me respondió; me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4 NVI). En esta hora, suenan las palabras del Señor
cuando dijo: “Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o
beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la
comida, y el cuerpo más que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran
ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las
alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? (Mateo 6:25-26 NVI). Clamemos
a nuestro Dios y habrá: Victoria sobre las tormentas. Creo que el siempre
recordado himnólogo y traductor mexicano, Vicente Mendoza, pensaba en el tema
que nos ocupa y brillantemente lo puso en poema; todavía recuerdo que era uno
de nuestro himnos favoritos, cuando llegué a la iglesia. Pertenece al Nuevo
Himnario Popular de la Casa Bautista de Publicaciones y es el número 380. ¡Aquí
va!
Maestro se encrespan las aguas
I.
Maestro, se
encrespan las aguas
Y ruge la
tempestad.
Los grandes
abismos del cielo,
Se llenan de
oscuridad.
“¿No ves que
aquí perecemos?
¿Puedes dormir
así?
Cuando el mar
agitado, nos abre
Profundo
sepulcro aquí.”
CORO:
Los vientos,
las ondas oirán tu voz,
“¡Sea la paz,
sea la paz!”
Calma las iras
del negro mar;
Las luchas del
alma las hace cesar,
Y así la
barquilla do va el Señor,
Hundirse no
puede en el mar traidor.
Doquier se
cumple tu voluntad,
“¡Sea la paz,
sea la paz!”
Tu voz resuena
en la inmensidad,
“¡Sea la paz!”
II.
Maestro, mi
ser angustiado,
Te busca con
ansiedad,
De mi alma, en
los austros profundos,
Se libra cruel
tempestad.
Pasa el pecado
a torrentes,
Sobre mi frágil
ser,
Y perezco,
perezco Maestro:
¡Oh, quiéreme
socorrer!
III.
Maestro, cesó
la tormenta,
Los vientos no
rugen ya.
Y sobre el
cristal de las aguas,
El sol
resplandecerá.
¡Maestro,
prolonga esta calma,
No me
abandones más;
Cruzaré los
abismos contigo,
Al puerto de eterna paz!
Oración:
Amantísimo Padre Celestial:
Te bendigo SEÑOR en todo tiempo y mi alabanza por lo que eres, estará
continuamente en mis labios. ¡Hoy andaré fresquito y contento con CRISTO por
dentro, todo el tiempo! En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Cuando las
tormentas vengan sobre ti, no olvides que Dios está más arriba.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento por obedecer?
¿Existe algún pecado por evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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