Francisco Aular
faular@hotmail.com
Lectura devocional: 2
Tesalonicenses 1:2-12
Por lo cual asimismo oramos siempre por
vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla
todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, Para que el nombre de
nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la
gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo. 2 Tesalonicenses 1:11,12 (RV60)
Los cristianos
nacidos de nuevo, generalmente, no tenemos problemas con la justificación por
fe, hemos comprendido que por gracia hemos sido vestidos con la justicia de
Cristo; nuestros pecados han sido perdonados, y al arrepentimos de nuestros
pecados, y confiar únicamente en JESÚS para ser salvos, ahora gozamos del
perdón y de compañerismo con Dios: “En consecuencia, ya que hemos sido
justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo. También por medio de él, y mediante
la fe, tenemos acceso a esta gracia en la cual nos mantenemos firmes. Así que
nos regocijamos en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios” (Romanos 5:1,2
NVI). Recuerdo un cántico que entonábamos los jóvenes de distintas
congregaciones en las vigilias de oración: “No me importa la iglesia a donde
vayas, si detrás del Calvario tú estás; si tu corazón es como el mío, dame la
mano y mi hermano serás…”.
Sin embargo, debemos admitir
que tenemos diferencias en cuanto al proceso de la santificación. La justificación
nos hace miembros de la familia de Dios (Juan 1:12; Efesios 2:19), ¡y saber eso
produce una gran fiesta en nuestros corazones! Mi recordado profesor Francisco
Lacueva, en su libro Doctrinas de la Gracia, nos dice: “Pero la restauración al
favor y a la casa del Padre supone algo más que un vestido nuevo y un banquete
de recepción. Los hijos de Dios deben comportarse como tales, llevando en su
conducta los rasgos de familia”; “¡fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre,
que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce,
precisamente porque no lo conoció a él. Queridos hermanos,
ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de
ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque
lo veremos tal como él es. Todo el que tiene esta esperanza
en Cristo, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1-3 NVI).
Nuestra responsabilidad como hijos de Dios es andar “como Él anduvo” (1
Juan 2:6), fuimos al Señor y fuimos “justificados gratuitamente por su gracia,
mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). La gracia es el
amor de Dios aplicado a nuestra total indigencia moral: “Mas Dios muestra
su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros” (Romanos 5:8 RV60). Ese amor tiene su fuente en Dios mismo y no en
nosotros. Lo mejor de todo, la Palabra lo asegura: “Pues la ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”
(Juan 1:17), su gracia y su verdad; él sabía, antes de salvarnos, lo malo y
pecadores que somos. Si Dios nos recibiera en virtud de nuestras obras, la
gracia no sería tal: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la
gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra
ya no es obra” (Romanos 6:11 RV60).
Permítame ilustrarle esta verdad con un hecho verídico. Un preso se
convirtió al evangelio en la cárcel, tras haber sido uno de los hombres más
terribles confinados allí, pero, el poder del Evangelio, lo hizo un hombre
nuevo. Salió libre y empezó a buscar trabajo; en las entrevistas que le hacían,
él contaba su pasado; en algunos trabajos posibles, lo rechazaron, pero el
hombre estaba dispuesto a andar en la verdad. Un hombre, dueño de una joyería,
le dio trabajo, primero en la limpieza del lugar, tiempo después, el aprendió
el oficio de joyero; el dueño lo dejaba mucho tiempo solo y confiadamente
salía. Un día, cuando el dueño no estaba, apareció por la joyería un excompañero
de la cárcel, y le dijo: “Si no me dejas llevar de aquí cuanto quiero, le digo
al dueño quién eres”; entonces, el joyero le respondió: “No importa, él sabe
quien fui y quien soy. Te digo lo siguiente, ¡será mejor que salgas
inmediatamente de aquí, porque soy responsable de lo que el dueño me ha confiado
y estoy dispuesto a morir, defendiendo lo qe es de él”. El ladrón salió
corriendo. “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como
león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). De vez en cuando, a ti y a mí, el
acusador nos recuerda lo malo que fuimos, y lo que somos, pero debemos
responderle que nuestro Dueño ya lo sabe. Mientras tanto, nosotros oramos y
actuamos por manteneros dignos de Su llamamiento a esta nueva vida Esa es
nuestra responsabilidad ante la gracia divina.
Oración:
Amado Señor y Dios:
Tu gracia en JESÚS es un don inefable, gracias por
enviarlo a buscarnos para que podamos triunfar en esta vida, y por siempre.
Ayúdame a ser un portavoz de tu amor y tu gracia. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Somos deudores de la gracia inmensa de Dios por nosotros; nuestra
respuesta es andar responsablemente como Sus hijos.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio
de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual
pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por
aprender?
¿Existe alguna bendición para
disfrutar?
¿Existe algún mandamiento a
obedecer?
¿Existe algún pecado a evitar?
¿Existe algún pensamiento para
llevarlo conmigo?
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