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Lectura devocional: Eclesiastés
9:1-10
Todo lo que hagas, hazlo bien, pues cuando vayas
a la tumba, no habrá trabajo ni proyectos ni conocimiento ni sabiduría. Eclesiastés 9:10 (NTV)
¡Hoy no seré
indiferente!, porque el incremento de la injusticia y la opresión de la minoría
que gobierna una nación, se basa en la mayoría silenciosa que lo permite, como
decía Martin Luther King -aquel brillante pastor bautista pacifista, que se
levantó desde su púlpito y tomó las calles, y hoy su pueblo goza de la libertad
por la cual aquel hombre luchó- en medio del fragor de la lucha, dijo: “Nuestra
generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como
del estremecedor silencio de los bondadosos”; hoy me levanto de mi temor y
procuro que mi voz se proyecte a favor de la justicia, la unidad en la
diversidad, y de la esperanza de un mañana mejor para mi pueblo; un día habré
salido para siempre del espacio que
Dios me dio, y la indiferencia e insensibilidad de un cuerpo sin vida indicarán
mi final, pero, ¡mi tiempo todavía no ha llegado y estoy aquí!
¡Hoy no seré indiferente!, me pondré la
armadura espiritual que Dios me dio y buscaré su rostro en oración, porque
reconozco que existen poderes espirituales de maldad: “Pues no luchamos contra
enemigos de carne y hueso, sino contra gobernadores malignos y autoridades del
mundo invisible, contra fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra
espíritus malignos de los lugares celestiales” (Efesios 6:12; NTV), sin
embargo, la oración sin acción es ilusión. La oración no puede ser una excusa
para no ir a la batalla, sino que me prepara para la batalla y el triunfo.
¡Hoy no seré
indiferente!, porque la historia de los grandes momentos de la democracia y de
la libertad, tuvo sus héroes, pero ya no están; no es el tiempo de adorar sus
cadáveres, sino de emular sus hechos grandiosos mientras estuvieron entre
nosotros. Veamos:
Se
cuenta que durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña estaba
pasando por los días más oscuros de su larga historia frente a las amenazas de
Hitler, el país tenía serias dificultades en mantener a sus hombres trabajando
en las minas de carbón. Muchos querían abandonar sus sucios e ingratos trabajos
en las peligrosas minas para unirse a las fuerzas armadas donde podrían tener
más reconocimiento público y apoyo. Pero el trabajo de las minas era
determinante para el éxito de la guerra. Sin carbón, los soldados y la gente en
sus casas tendrían serias dificultades. Los mineros se declararon en huelga.
Por eso
un día el ministro Winston Churchill -con aquella cualidad innata en él de
sacar lo mejor del ser humano a través de sus discursos- se enfrentó a miles de
mineros y les habló de la importancia de defender la patria y ganar la guerra,
y de cómo sus esfuerzos podrían hacer que la meta de mantener a Inglaterra
libre se alcanzara. Churchill les pintó un cuadro completo de lo que ocurriría
cuando la guerra terminara y del gran desfile con el que se honraría a los que
habían hecho la guerra. Primero vendrían los marinos, luego vendrían lo mejor y
más brillante de Gran Bretaña, los pilotos de la Real Fuerza Aérea. Detrás
vendrían los soldados que habían peleado en Dunquerque. Los últimos serían los
hombres cubiertos del polvo de carbón con sus cascos mineros. Churchill dijo
que quizás alguien gritaría en la multitud: "¿Y donde estaban ustedes
durante los días difíciles de la guerra?" Y las voces de diez mil
gargantas responderían: "En las entrañas de la tierra con nuestros rostros
hacía el carbón". Las lágrimas comenzaron a bajar por las mejillas de
aquellos hombres endurecidos por el trabajo. Regresaron al trabajo humilde que
desempeñaban con resolución firme, después de habérseles recordado el papel que
estaban desempeñando en la lucha por alcanzar la gran meta de preservar la
libertad del mundo occidental. ¡Ellos cumplieron!
Pues bien: ¿Qué exige esta hora angustiosa en la cual vivimos de
cada uno de nosotros? ¿Qué le diremos a nuestros hijos y a nuestros nietos en
el futuro, cuando ellos nos pregunten que dónde estábamos aquel día en que se
perdió nuestra libertad y la patria? ¡Hoy no seré indiferente!
Oración:
Amado Padre Celestial:
Hoy mi oración llega ante ti, pidiéndote perdón
por mis pecados y los pecados de mi nación; te confieso el pecado de nuestra
indiferencia ante el clamor de los que sufren las injusticias, y te pido valor
para predicar tu Mensaje de amor y perdón. En el nombre de JESÚS. Amén.
La oración no puede ser una excusa para no ir a la batalla, sino que
me prepara para la batalla y el triunfo.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe agluna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento a obedecer?
¿Existe algún pecado a evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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