Francisco Aular
faular@hotmail.com
Todo lo que hagas, hazlo bien, pues cuando vayas a la tumba, no habrá
trabajo ni proyectos ni conocimiento ni sabiduría. Eclesiastés 9:10 (NTV)
¡Hoy no seré indiferente!, porque tomo conciencia
de mi deber como ser humano en un ciento por ciento. Sé que mis manos han sido
capaces de hacer mucho bien, pero a veces la hija del miedo, que es la
indiferencia, me ha estorbado. Hoy mis manos harán esa carta que lleva tiempo
pensada en la cual expreso gratitud a un amigo que nunca me olvida; es posible
que mañana él no pueda leerla; hoy mis manos acariciarán a mis nietos que están
en mi casa por un poco de tiempo, nada más, mañana se irán como yo también lo
haré; hoy visitaré a un amigo necesitado y mis manos se posarán sobre su cuerpo
para orar por él y con él; mañana tal vez sea tarde para mí también; hoy mis
manos aplaudirán al hombre público de bien, al que ha arriesgado todo por el
bien de la patria, porque el coraje cívico que poseo, me lo exige; es ahora o
nunca, porque como dijera el libertador Simón Bolívar: “la salud de la Patria
consiste en no ahorrar sacrificios”.
¡Hoy no seré indiferente!, porque el incremento
de la injusticia y la opresión de la minoría que gobierna una nación, se basa
en la mayoría silenciosa que lo permite, como decía Martin Luther King -aquel
brillante pastor bautista pacifista, que se levantó desde su púlpito y tomó las
calles, y hoy su pueblo goza de la libertad por la cual aquel hombre luchó- en
medio del fragor de la lucha, dijo: “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de
los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”;
hoy me levanto de mi temor y procuro que mi voz se proyecte a favor de la
justicia, la unidad en la diversidad, y de la esperanza de un mañana mejor para
mi pueblo; un día habré salido para siempre del espacio que Dios me dio, y la indiferencia e insensibilidad
de un cuerpo sin vida indicarán mi final, pero, ¡mi tiempo todavía no ha
llegado y estoy aquí!
¡Hoy
no seré indiferente!, me pondré la armadura espiritual que Dios me dio y
buscaré su rostro en oración, porque reconozco que existen poderes espirituales
de maldad: “Pues no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra
gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra fuerzas
poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos de los lugares
celestiales” (Efesios 6:12; NTV), sin embargo, la oración sin acción es
ilusión. La oración no puede ser una excusa para no ir a la batalla, sino que
me prepara para la batalla y el triunfo.
¡Hoy no seré indiferente!, porque la historia de
los grandes momentos de la democracia y de la libertad, tuvo sus héroes, pero
ya no están; no es el tiempo de adorar sus cadáveres, sino de emular sus hechos
grandiosos mientras estuvieron entre nosotros. Veamos:
Se
cuenta que durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña estaba
pasando por los días más oscuros de su larga historia frente a las amenazas de
Hitler, el país tenía serias dificultades en mantener a sus hombres trabajando
en las minas de carbón. Muchos querían abandonar sus sucios e ingratos trabajos
en las peligrosas minas para unirse a las fuerzas armadas donde podrían tener
más reconocimiento público y apoyo. Pero el trabajo de las minas era
determinante para el éxito de la guerra. Sin carbón, los soldados y la gente en
sus casas tendrían serias dificultades. Los mineros se declararon en huelga.
Por eso
un día el ministro Winston Churchill -con aquella cualidad innata en él de
sacar lo mejor del ser humano a través de sus discursos- se enfrentó a miles de
mineros y les habló de la importancia de defender la patria y ganar la guerra,
y de cómo sus esfuerzos podrían hacer que la meta de mantener a Inglaterra
libre se alcanzara. Churchill les pintó un cuadro completo de lo que ocurriría
cuando la guerra terminara y del gran desfile con el que se honraría a los que
habían hecho la guerra. Primero vendrían los marinos, luego vendrían lo mejor y
más brillante de Gran Bretaña, los pilotos de la Real Fuerza Aérea. Detrás
vendrían los soldados que habían peleado en Dunquerque. Los últimos serían los
hombres cubiertos del polvo de carbón con sus cascos mineros. Churchill dijo
que quizás alguien gritaría en la multitud: "¿Y donde estaban ustedes
durante los días difíciles de la guerra?" Y las voces de diez mil
gargantas responderían: "En las entrañas de la tierra con nuestros rostros
hacía el carbón". Las lágrimas comenzaron a bajar por las mejillas de
aquellos hombres endurecidos por el trabajo. Regresaron al trabajo humilde que
desempeñaban con resolución firme, después de habérseles recordado el papel que
estaban desempeñando en la lucha por alcanzar la gran meta de preservar la
libertad del mundo occidental. ¡Ellos cumplieron!
Pues bien: ¿Qué exige esta hora angustiosa en la cual vivimos de
cada uno de nosotros? ¿Qué le diremos a nuestros hijos y a nuestros nietos en
el futuro, cuando ellos nos pregunten que dónde estábamos aquel día en que se
perdió nuestra libertad y la patria? ¡Hoy no seré indiferente!
Oración:
Amado Padre Celestial:
Hoy mi oración llega ante ti, pidiéndote perdón
por mis pecados y los pecados de mi nación; te confieso el pecado de nuestra
indiferencia ante el clamor de los que sufren las injusticias, y te pido valor
para predicar tu Mensaje de amor y perdón. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
La oración no puede ser una excusa para no ir a
la batalla, sino que me prepara para la batalla y el triunfo.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe agluna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento a obedecer?
¿Existe algún pecado a evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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