Francisco
Aular
¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío. Salmo 42:11 (RV60)
El diccionario define el término entusiasmo como:
“exaltación y emoción del ánimo, producidas por algo que se admira. Adhesión e
interés que llevan a apoyar una causa o a trabajar en un empeño”.
Etimológicamente, viene de una palabra griega compuesta que significa “en
Dios”, es decir, dinamizado por Dios. En efecto, al caminar por los
senderos de la Biblia nos encontramos a menudo con que el punto de partida para
salir airosos en la labor que nos ha tocado hacer, asciende o desciende
según el estado de ánimo que tengamos. Sin embargo, no es pecado estar
desanimados en un momento dado, el pecado está en dejarnos dominar por el
desánimo. El desánimo es asumir la derrota antes de haber luchado. ¡Cuidado
porque el desánimo es contagioso! La Biblia nos dice que, grandes hombres de
Dios pasaron por el desánimo en medio de las afliciones a que fueron sometidos
como seres humanos con las mismas debilidades que nosotros, Job, Nehemías,
Elías, Jeremías y para no ser tan extensos, Juan el Bautista y Pedro, pero
todos ellos se libraron del desánimo. Al descubrir que Dios andaba con ellos y
en ellos, ¡se levantaron y triunfaron! ¡Gracias al Señor el entusiasmo es
contagioso y medicina para nuestro ser completo, espíritu, alma y cuerpo! Nada
ni nadie, ni siquiera la muerte o la vida, puede vencer un carácter
entusiasmado en su empeño de escalar una montaña y clavar su bandera en la
cumbre.
¿Por qué es esto cierto? Porque el entusiasmo es la
fuerza que nos pone en acción, el desánimo nos la quita. El salmista eleva su
alma deprimida por la nostalgia de los éxitos pasados, el acecho de sus
enemigos y los recuerdos de Jerusalén con su templo. Pareciera que el salmista
ha tocado fondo y no le quedan esperanzas para salir adelante; pero nuestro
Dios está allí, en esos momentos, cuando como seres humanos, conocemos y
reconocemos nuestro desvalimiento, cuando no nos quedan asideros de donde
agarrarnos, porque pareciera que todas las vigas de sustentamiento crujen y
ceden ante nuestro peso; entonces ahí, Dios -que hasta ese momento ha estado
acompañándonos sin que lo notemos-, se levanta en el camino como la única
columna de seguridad del creyente, y al igual que ocurrió con el salmista, el
creyente hace esta resolución: “¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero
en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios
fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna” (Salmo 73:25,26; NVI).
La tentación permanente del ser humano es la
idolatría, es decir, poner cualquier cosa, interés o persona entre él y Dios:
éxito, fuerza, poder, juventud, sexo, negocio, dinero, belleza, y el activismo
político, deportivo o religioso; todo esto seduce al ser humano, y lo hace
sucumbir y doblar sus rodillas ante esas cosas que lo mantienen ocupado y sin
tiempo para Dios. Su alma pide eternidad, pero él intenta vanamente llenarla
con lo temporal. Un día se da cuenta de que el gusano roe las entrañas de sus
ídolos, que los sueños huyen, los muros se vienen abajo piedra por piedra, y es
capaz de pensar la brevedad de su paso por este mundo; en esas condiciones el
ser humano queda desnudo y desarmado ante la realidad, este puede ser el
momento del desánimo pero, también, puede ser una manera que Dios encuentra
para entrar en un corazón endurecido, entonces, descubre condiciones de
adorar a Dios de manera consistente y en verdad, como nunca antes lo
hizo. Claro está, si asume la crisis como su única esperanza y pone su mirada
en Dios: “Salvación mía y Dios mío”. De esta manera podemos también exclamar
como David en frente de sus enemigos: “En Dios haremos proezas, Y él hollará a nuestros enemigos”
(Salmo 108:13; RV60). ¡Nada ni nadie es capaz de detener a un ser humano “en
Dios”: entusiasmado!
Cuando nos damos cuenta que Dios es lo único que nos
queda, y que con Él nos basta para el triunfo definitivo en esta vida; entonces
podemos estimular a otros para que crean lo mismo, porque hemos descubierto el
entusiasmo contagioso.
Oración:
Amado Padre y Dios:
¡Te alabo en esta hora por mi entusiasmo en Ti! Todo lo puedo por medio
de tu gracia y misericordia. Hoy me enfrentaré a muchas decisiones pero me
lanzo a conquistar cualquier desafío porque tu compañía es todo lo que
necesito, y sé que vas conmigo. Ayúdame a ser un entusiasta contagioso en todo
lo que soy y hago. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Demos gracias al Señor porque nunca estaremos tan
desanimados como para que no contemos con su presencia a nuestro lado.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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