miércoles, 13 de marzo de 2013

Descubre el entusiasmo contagioso

 
Francisco Aular                                            
¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío. Salmo 42:11 (RV60)
El diccionario define el término entusiasmo como: “exaltación y emoción del ánimo, producidas por algo que se admira. Adhesión e interés que llevan a apoyar una causa o a trabajar en un empeño”. Etimológicamente, viene de una palabra griega compuesta que significa “en Dios”, es decir, dinamizado por Dios. En efecto, al caminar por los senderos de la Biblia nos encontramos a menudo con que el punto de partida para salir airosos en la labor que nos ha tocado hacer,  asciende o desciende según el estado de ánimo que tengamos. Sin embargo, no es pecado estar desanimados en un momento dado, el pecado está en dejarnos dominar por el desánimo. El desánimo es asumir la derrota antes de haber luchado. ¡Cuidado porque el desánimo es contagioso! La Biblia nos dice que, grandes hombres de Dios pasaron por el desánimo en medio de las afliciones a que fueron sometidos como seres humanos con las mismas debilidades que nosotros, Job, Nehemías, Elías, Jeremías y para no ser tan extensos, Juan el Bautista y Pedro, pero todos ellos se libraron del desánimo. Al descubrir que Dios andaba con ellos y en ellos, ¡se levantaron y triunfaron! ¡Gracias al Señor el entusiasmo es contagioso y medicina para nuestro ser completo, espíritu, alma y cuerpo! Nada ni nadie, ni siquiera la muerte o la vida, puede vencer un carácter entusiasmado en su empeño de escalar una montaña y clavar su bandera en la cumbre.
¿Por qué es esto cierto? Porque el entusiasmo es la fuerza que nos pone en acción, el desánimo nos la quita. El salmista eleva su alma deprimida por la nostalgia de los éxitos pasados, el acecho de sus enemigos y los recuerdos de Jerusalén con su templo. Pareciera que el salmista ha tocado fondo y no le quedan esperanzas para salir adelante; pero nuestro Dios está allí, en esos momentos, cuando como seres humanos, conocemos y reconocemos nuestro desvalimiento, cuando no nos quedan asideros de donde agarrarnos, porque pareciera que todas las vigas de sustentamiento crujen y ceden ante nuestro peso; entonces ahí, Dios -que hasta ese momento ha estado acompañándonos sin que lo notemos-, se levanta en el camino como la única columna de seguridad del creyente, y al igual que ocurrió con el salmista, el creyente hace esta resolución: “¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna” (Salmo 73:25,26; NVI).
La tentación permanente del ser humano es la idolatría, es decir, poner cualquier cosa, interés o persona entre él y Dios: éxito, fuerza, poder, juventud, sexo, negocio, dinero, belleza, y el activismo político, deportivo o religioso; todo esto seduce al ser humano, y lo hace sucumbir y doblar sus rodillas ante esas cosas que lo mantienen ocupado y sin tiempo para Dios. Su alma pide eternidad, pero él intenta vanamente llenarla con lo temporal. Un día se da cuenta de que el gusano roe las entrañas de sus ídolos, que los sueños huyen, los muros se vienen abajo piedra por piedra, y es capaz de pensar la brevedad de su paso por este mundo; en esas condiciones el ser humano queda desnudo y desarmado ante la realidad, este puede ser el momento del desánimo pero, también, puede ser una manera que Dios encuentra para entrar en un corazón endurecido, entonces, descubre condiciones de adorar  a Dios de manera consistente y en verdad, como nunca antes lo hizo. Claro está, si asume la crisis como su única esperanza y pone su mirada en Dios: “Salvación mía y Dios mío”. De esta manera podemos también exclamar como David en frente de sus enemigos: “En Dios haremos proezas, Y él hollará a nuestros enemigos” (Salmo 108:13; RV60). ¡Nada ni nadie es capaz de detener a un ser humano “en Dios”: entusiasmado!
Cuando nos damos cuenta que Dios es lo único que nos queda, y que con Él nos basta para el triunfo definitivo en esta vida; entonces podemos estimular a otros para que crean lo mismo, porque hemos descubierto el entusiasmo contagioso.
Oración:
Amado Padre y Dios:
¡Te alabo en esta hora por mi entusiasmo en Ti! Todo lo puedo por medio de tu gracia y misericordia. Hoy me enfrentaré a muchas decisiones pero me lanzo a conquistar cualquier desafío porque tu compañía es todo lo que necesito, y sé que vas conmigo. Ayúdame a ser un entusiasta contagioso en todo lo que soy y hago. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Demos gracias al Señor porque nunca estaremos tan desanimados como para que no contemos con su presencia a nuestro lado.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
 

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