Francisco Aular
Dichoso el que pone su confianza en el Señor y no recurre a los idólatras ni a los que adoran dioses falsos. Salmo 40:4 (NVI)
Un
joven poeta llegó a la casa de Stéphan Mallarmé para consultarle su opinión
sobre un poema que se proponía escribir sobre Dios. “¡Hermoso asunto!”, opinó
Mallarmé. “¿Verdad, maestro?, pero usted, ¡casi no me atrevo a preguntárselo!, usted,
¿cómo lo ve?, ¿cómo lo concibe?”. Tomó Mallarmé una hoja de papel en blanco, y
en medio de la hoja, con aquella caligrafía segura y elegante que poseía,
escribió: “Dios”. Después, dejó la pluma y permaneció en silencio. “¿Y qué,
maestro?”, interrogó, al cabo de un instante, el joven poeta. “¿Y qué?, pues
nada más. No cabe agregar nada a esa palabra”. Las consideraciones más variadas
y profundas, las disertaciones más sutiles, y el poema más grandioso que
pudiera concebirse, dirían menos que esas cuatro letras: cuando se escribe Dios
se ha dicho todo y se ha escrito todo. Por esa razón, aunque algunos digan que
se puede triunfar en la vida sin Dios, yo confío en Él.
Aunque
algunos me digan que confiar en Dios y depender de Él es signo de debilidad, yo
confío en Dios.
Aunque
mis amigos me desamparen y me dejen abandonado en el camino a mi propia suerte,
yo confío en Dios.
Aunque
ruja la tempestad y los fuertes oleajes me amenacen y el peligro me rodee en
medio de la oscura noche, yo confío en Dios.
Aunque
mi cama esté llena de dolor, y las lágrimas hayan mojado mi almohada, yo confío
en Dios.
Aunque
la miseria haya tocado la puerta de mi vida y no tenga el pan de hoy, yo confío
en Dios.
Aunque
mi esperanza se esfume y mis ilusiones no sean satisfechas, yo confío en Dios.
Aunque
mis planes fracasen y se trunquen todos mis propósitos, yo confío en Dios.
Aunque
vea el triunfo de los malos y el aparente fracaso de los buenos, yo confío en
Dios.
Aunque
los impíos se enseñoreen y los piadosos sean menospreciados, yo confío en Dios.
Aunque
la enfermedad me abata y el duro proceso de salir de este mundo me sea
doloroso, yo confío en Dios.
Aunque
mi enemigo, la muerte, me cerque y tenga fuerzas solamente para decir una frase,
diré: ¡Yo confío en Dios!
Oración:
Padre y Dios nuestro:
Hoy te siento en mi espíritu de una manera
especial. Mi fe en Ti es inquebrantable. Que yo pueda decir como el poeta: “Con
toda fe muerta, se agigante tu fe”. Siento un deleite especial al saber que vas
conmigo y en mí. Hoy quiero ser un instrumento en tus manos, un vehículo para
hacer en bien que Tú quieres que haga. Que mis manos sean tus manos para dar el
pan al que lo necesite. Que mis labios sean tus labios para decir la palabra
que edifique, que levante y que sane. Que mis ojos sean tus ojos, cuando
explore las peligrosas rutas del camino. Que mi mente sea tu mente para pensar
lo bueno, lo grande y lo noble. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Los
ojos del SEÑOR están sobre los que esperan y confían en Él.
Interacción:
¿Qué me dice Dios
hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa
a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección
por aprender?
¿Existe una
bendición para disfrutar?
¿Existe un
mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a
evitar?
¿Existe un nuevo
pensamiento para llevarlo conmigo?
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