perlasdelalma@gmail.com
Lectura devocional: Juan 17:1-26
Mas no ruego solamente
por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Juan 17:20 (RV60)
¡Hoy estoy
cumpliendo 55 años de mi encuentro con Dios! Nada que escriba podrá hacer
justicia con mi gratitud a Dios porque la iniciativa para salvalvar al ser
humano desde principio hasta el fin, es el plan eterno de Dios. Un testimonio
personal tiene muchos perfiles, creo que nunca los agotaremos. Sin embargo, en
este corto espacio, contaré “Mi encuentro con Dios.”
Me
corresponde hacer un largo viaje, todo un peregrinaje desde la primera vez que
escuché el evangelio en la calle de La Trilla, un pueblito en el estado
Yaracuy, Venezuela, cerca del caserío donde nací. Yo tendría cinco o seis años
de edad. Ocurrió en los primeros
años de la década del cincuenta se abrió una obra nueva en aquel lugar; los
misioneros viajaban desde
Barquisimeto, algunos de ellos eran estudiantes del Instituto Bíblico de las
Asambleas de Dios. Una camioneta con un parlante pasó anunciando que el Señor Jesús venía
otra vez y preguntaba: “¿Estás preparado para recibirlo?” Me encontraba jugando
con otros niños en la calle principal,
y corrí adonde estaba mi madre y le pregunté, ¿Mamá, estamos preparados
para recibir a JESÚS?
Mi mamá me
narraba este acontecimiento, y decía que yo fui corriendo adonde ella estaba, y
le pregunté: “¿Mamá estamos preparados para recibir a JESÚS si Él viene hoy?”.
Como pudo, me contó que ciertamente ella había escuchado de unos misioneros el
relato de que algunas personas estarían del lado derecho, y otras del lado
izquierdo en el Juicio Final. Los que están a la derecha serían salvos y lo que
están a la izquierda se perderían. Entonces, mi mamá me decía, “tú estabas en la
edad de hacer muchas preguntas, así que preguntaste todo angustiado: “¡Mamá!
¿Nosotros de qué lado estamos?”
La oportunidad de tener un
encuentro personal con el Señor se me presentó seis meses después de la muerte
de mi hermano José, porque esa muerte de mi hermano me hizo ver que yo no
estaba preparado para morir. Yo no tenía la salvación. Así en la Semana Santa -me convertí al Señor el 11 abril
de 1963 cuando tenía 17 años-, sucedió así, toda
mi familia se fue a disfrutar a la playa y yo me quedé solo en casa; en la mañana del “Jeves Santo”, busqué
un libro para leer en los estantes de una pequeña biblioteca que teníamos, que
era del esposo de una prima mía que vivía con nosotros, allí encontré la Biblia
que alguien le había regalado a él y me puse a leerla, yo sabía de antemano que
ésta se dividía en dos grandes partes, el Antiguo Testamento y el Nuevo
Testamento. En realidad, en los planes de Dios estaba determinado,
que el mensaje de la Biblia fuera para mí. Volví en la tarde a leer el evangelio de San Juan, la historia se iba
haciendo realidad poco a poco, con la convicción producida por el Espíritu
Santo, todo me parecía tan claro, ¿por qué no lo había entendido antes?, me
preguntaba, con esas interrogantes en mi mente llegué al capítulo 17, el
versículo 20: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por lo que han de
creer en mí por la palabra de ellos.”
Me conmovió de tal manera que no lo puedo
describir en un idioma terrenal, el gran hecho de que JESÚS, el SEÑOR, había
orado por Sus discípulos, ¡y también por mí; yo estuve en la mente del Señor
JESÚS todo el tiempo! ¡Él, aquel hombre extraordinario y santo había orado por
mí! Sí, todavía hoy no lo puedo comprender, a más de cinco décadas de
conocerlo, menos aún en esa tarde allí en la azotea frente al majestuoso Ávila,
la montaña que identifica a Caracas. Sin embargo, el Espíritu Santo estaba
haciendo su trabajo en mí: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de
pecado, de justicia y de juicio.” (Juan 17:8,RV60).
No pude más, me arrodillé y oré pidiéndole
perdón al SEÑOR JESUCRISTO; luego de hecha la oración me levanté con la certeza
de que mi amado SEÑOR me había escuchado; excepto por mis lágrimas, que fueron
la única muestra externa de aquel inolvidable momento, tuve la seguridad de que
a partir de ese momento, el Jesucristo religioso que yo había conocido, “…se me
había vuelto carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Efesios 5:30). En ese día, me di cuenta que yo no merecía la salvación, sino que era un
regalo de Dios: “Pues la paga que deja el pecado es la
muerte, pero el regalo que Dios da es la vida eterna por medio de Cristo Jesús
nuestro Señor.” (Romanos 6:23,NTV). ¡Sí, el cielo es un regalo!
La salvación es por gracia y usted puede estar seguro de que Dios tomará
la iniciativa para llevarlo al punto del arrepentimiento, a la confesión de sus
pecados y a la fe salvadora para confiar absolutamente en Él para su salvación
eterna; puede confiar que Dios ha hecho provisión para que su transitar por
este mundo tenga el significado más grande de todo: ser un hijo de Dios. Con
todo gozo, hoy celebro mi encuentro con Dios que me dio un propósito para
vivir.
Soli Deo gloria
Oración:
Padre eterno:
No puedo narrar ese primer
encuentro contigo sin que mi corazón salte de gozo y mi espíritu y mi alma se
eleven en gratitud hacia ti, mi amado Dios. Ayúdame para seguir proclamando tu
salvación. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de
hoy:
El amor de Dios y la intercesión del SEÑOR JESÚS hacen posible la salvación
del ser humano.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su
Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda
aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento por obedecer?
¿Existe algún pecado por evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo
conmigo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tus comentarios