Francisco Aular
faular @hotmail.com
Lectura devocional:
Romanos 1:1-17
Porque en el
evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito:
Mas el justo por la fe vivirá. Romanos 1:17 (RV60)
¿Qué
lleva a un ser humano que ha sido levantado por su familia en un sistema
religioso prolijo, complejo y compacto a abandonar todo ese bagaje
familiar-religioso y a aventurarse en una nueva fe? ¿Qué fuerza poderosa es
capaz de hacer que un solo hombre se levante contra un imperio religioso y lo
haga tambalear por sus cuatro costados? ¿Qué movió a ese individuo a levantar
un movimiento capaz de una revolución espiritual que cambió la historia?
Las
vidas del apóstol Pablo y de Martín Lutero nos van a enseñar una gran verdad.
La religión, por muy perfecto que sea su engranaje, no es suficiente para tener
la seguridad de agradar a Dios y aceptar su Salvación. Tanto Pablo como Lutero
eran hombres profundamente religiosos desde la cuna, Pablo nació en medio de la
religión que Dios entregó a Moisés en el Sinaí, Martín Lutero fue producto del
catolicismo romano de la Edad Media. El primero de los dos tuvo su encuentro
personal con Dios camino a Damasco, el segundo, tuvo su encuentro con Dios al
estudiar la Escritura y descubrir la salvación como regalo de Dios a través de
la fe en Jesucristo. Pablo fue perseguido por los judíos, sus correligionarios,
Lutero fue perseguido por los católicos romanos, sus correligionarios.
Tanto a
Pablo como a Martín Lutero los siglos los han revindicado. Pablo es reconocido
como el teólogo y misionero más grande de la historia del Cristianismo. Martín
Lutero es considerado como el líder principal de un movimiento cristiano
llamado el Protestantismo, y aunque Martín Lutero no quería dejar la Iglesia
Católica Romana, encabezó un esfuerzo para que ésta regresara a sus raíces
bíblicas, pero hasta hoy no ha sido logrado. No obstante, el impulso abrió las
puertas al avivamiento de otras congregaciones que ya existían, como los
valdenses y anabautistas que conquistaron a Europa en aquellos años del siglo
XVI. Nuevos y talentosos hombres de Dios surgieron: Juan Calvino, Ulrico
Zwinglio, Phillip Melanchthon, Tomás Mutzer, Juan Knox y centenares más. No fueron
hombres perfectos, tuvieron sus errores; eran seres humanos, pero estuvieron
por encima del descrédito en que el clero romano había caído en aquellos días.
En efecto, el 31 de octubre del año 1517 el monje agustino Martín
Lutero, caminó resuelto al templo del Castillo de Wittember, Alemania, con
determinación y sin que le temblaran las manos, el sacerdote de 34 años levantó
el martillo y clavó uno de los escritos más estridentes de la historia
religiosa -en esa época las puertas de los templos servían a las comunidades
como medios de comunicación-, no hizo falta ni un mes para que los gritos del
documento se oyeran por toda Europa, y muy especialmente, en el Vaticano. El
documento -que no pretendía ser otra cosa que la voz solitaria en la inmensa noche de la Edad Media-, no
era otro que las llamadas Noventa y Cinco Tesis. Si Roma, hubiera oído aquella
voz, hoy contáramos esta historia de otra manera.
Debo aclarar que, todas las religiones o sistemas religiosos están
basados en una u otra fuente de autoridad, éstas cobran toda su importancia
porque son el basamento de nuestras creencias, propósitos, costumbres, hábitos
y valores. Básicamente son cuatro fuentes de autoridad: El intelecto y las
experiencias que están dentro de la persona, y las tradiciones y las Escrituras
que son externas, pero, Dios nos dejó una sola que es verdadera, las
Escrituras. Si Dios es verdaderamente Dios, tenía que dejarnos una Escritura
inspirada por Él para poder conocerlo, amarlo, obedecerlo y alcanzar su
Salvación, por eso, el Señor JESÚS le dijo a los judíos: “Ustedes estudian con diligencia las Escrituras porque piensan que en
ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio en mi favor!” Juan 5:39 (NVI). Pablo
aconsejó a uno de sus discípulos: “Las
Sagradas Escrituras (…) te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que
es en Cristo Jesús” 2 Timoteo 3:15 (RV60).
Una de las razones por las que Martin Lutero se había hecho monje,
como muchos otros que han vestido los hábitos, fue el interés en su propia
salvación. Comenzó a trabajar en su salvación personal, pero mientras más
esfuerzos hacía para alcanzarla a través de sus buenas obras, más perdido se
sentía -no dudo que entre todos los documentos, teología, filosofía y los ritos
que tuvo que aprender, había estudiado también la Biblia en latín-, así terminó
sus estudios doctorales en teología en 1512, Lutero había usado su intelecto,
sus experiencias espirituales y las tradiciones en su larga búsqueda de una
verdadera fuente de autoridad espiritual, pero no la halló, fue entonces cuando
la encontró en las Escrituras. Por eso, en medio de los debates que lo acusaban
de hereje, y que sin duda, lo harían caer en manos de la temible Santa
Inquisición, se aferró a su Biblia. ¡Las Escrituras pasaron a ser su única
fuente de creencia y por ella estaba dispuesto a morir! Por eso dijo, que tanto
el Papa como los Concilios Generales podían errar, que solo las Escrituras eran
la verdadera autoridad, y que él reconocería que estaba en un error sólo cuando
se le convenciera de que lo que él creía era contrario a la Biblia y a la sana
razón.
Lutero nunca vaciló en cuanto a la importancia de la Palabra de
Dios, tampoco vaciló en su empeño de hacer que se tradujera al alemán, su
lengua materna. El latín era el idioma oficial de la religión, todo se hacía en
un idioma casi desconocido para el pueblo, pero, sin duda, una de las grandes
facetas de Lutero era la de escritor, así que, escondido en el Castillo de Wartburg, el reformador pasó por momentos de muchas aflicciones y pruebas,
sin embargo, no estuvo ocioso, escribió, casi, una docena de libros y tradujo
todo el Nuevo Testamento del griego al alemán, en solo nueve meses, años más
tarde hizo también la traducción completa de la Biblia de los idiomas
originales al alemán.
A la impresión y distribución de las Sagradas Escrituras, también
contribuyó otro alemán, Johannes Gutemberg quien inventó la imprenta, y así, el
primer libro que se imprime es precisamente, la Biblia. Desde aquel lejano día,
e impulsados años más tarde por las Sociedades Bíblicas, ¡el Sagrado Libro no
se ha dejado de imprimir y distribuir! Debo también dar crédito a las muchas y
excelentes versiones católicas, que, ¡por fin!, se distribuyen en gran manera,
cumpliéndose el sueño de Lutero y de los otros grandes reformadores
protestantes: ¡Por lo menos una Biblia debe estar en cada hogar! En mi caso, y
me emociono mucho al contarlo, un día, por cierto, Jueves Santo, tomé un
ejemplar de la Biblia que había sido dedicada a un primo mío, pero en la
misericordia de Dios conmigo, no era para él, sino para mí, así que la tomé en
mis manos y leyendo San Juan 17:20, ¡esa bendita Palabra habló a mi corazón,
tuve un encuentro con el Señor Jesucristo y nací de nuevo!, nadie me la
explicó, yo era solamente un joven de 18 años, pero el Espíritu Santo me guió y
me ha guiado no solo a oírla, leerla, estudiarla, memorizarla y meditarla, sino
también, a practicarla. Soy producto de lo que Dios ha hecho en la humilde vida
de un hombre de pueblo por el poder de la Escritura. Para mí, la Biblia es
mucho más que una guía doctrinal, toda ella es vida, produce la fe; produce
cambios en mí, con ella asusto al mismo diablo, aliento al enfermo, sana mis
heridas ya sean físicas, emocionales o espirituales, pero, por sobre todo,
mediante la Palabra y el Espíritu Santo, nací de nuevo. ¡Con esta Palabra vivo,
con esta Palabra muero!
Lutero hizo mucho uso de la música como parte de la liturgia
evangélica, y como lo dice el especialista y músico Cecilio McConnel en su
libro “Comentario sobre los himnos que cantamos”: “Martín Lutero fue una de las
figuras más sobresalientes en la historia de la iglesia cristiana. Su
influencia en el himno también era descollante. Cuando el apareció, el canto
cristiano estaba en el nivel más bajo. Los pocos himnos eran cantados por
personas eclesiásticas especializadas en un idioma que la mayoría de la gente
no entendía (…) Lutero insistió en que tenía que ser en el idioma del pueblo y
que toda la congregación cantase su regocijo en el Señor…”. Martín Lutero fue
también un poeta y escritor de muchos himnos, uno de ellos es considerado el
himno nacional del pueblo evangélico, me refiero a “Castillo fuerte es nuestro
Dios”, porque entre otras cosas, gracias a su amigo el elector Federico el
Sabio de Sajonia, señor de Wittemberg dentro de cuya jurisdicción vivía Lutero,
lo salvó de las garras de sus enemigos que querían matarlo, como lo habían
hecho cien años antes con Juan Huss. También Lutero sabía que su verdadero
enemigo era el mismo Satanás. Por eso, la primera estrofa del himno, dice:
Castillo fuerte es nuestro Dios,
Defensa y buen escudo;
Con su poder nos librará en todo trance agudo.
Con furia y con afán acósanos Satán;
Por armas deja ver astucia y gran poder;
Cual él no hay en la tierra.
Pero la segunda estrofa, nos presenta a Jesús el verdadero
triunfador:
Nuestro valor es nada aquí,
Con él todo es perdido;
Mas con nosotros luchará de Dios el Escogido.
Es nuestro Rey Jesús, el que venció en la
cruz,
Señor y Salvador. Y siendo solo Dios,
Él triunfa en la batalla.
Apasionado como era Martín Lutero toma su laúd, instrumento
musical que dominaba a la perfección, y con aquella voz que tanto le había dado
de comer en su días de estudiante, y que sus contrarios la habían oído en la
Dieta de Worms, cuando alzó su voz y dijo: “No puedo, ni quiero retractarme de
cosa alguna, pues ir contra la conciencia no es justo ni seguro. Dios me ayude.
Amén”. Hoy en día algunos teológos
ya no creen en la realidad de la existencia de Satanás y sus demonios,
el enemigo los ha vencido convenciéndolos que él no existe, ciertamente, el
maligno no está contento cuando estamos firmes en la Palabra de Dios, porque ha
sido juzgado precisamente por el triunfo definitivo de la Biblia:
Y si demonios mil están pronto a devorarnos,
No temeremos porque Dios sabrá como
ampararnos.
¡Que muestre su vigor Satán y su furor!
Dañarnos no podrá, pues condenado es ya
Por la Palabra Santa.
Termino con esta reflexión, Martín Lutero, al igual que otros
héroes de la fe, nos dejó un gran legado que los evangélicos modernos no
debemos echar al olvido. El mismísimo Papa Juan Pablo II pidió perdón ante las
injusticias que se hicieron con aquel monje que leyendo la Escritura descubrió
lo que Pablo ya había escrito 1500 años antes, que nuestra justificación
delante de Dios es solamente por fe, Martín Lutero lo subrayó en su Biblia
cuando escribió: “Sola fide”, solamente por fe. No convirtamos el glorioso
evangelio que costó sudor, lágrimas, sangre y muerte a muchos amados para que
nos llegara a nosotros, en una fórmula mágica para triunfar en este mundo
material y por lo tanto, temporal. No me canso de decirlo, Jesucristo no dejó
su Gloria para que yo viva un evangelio de pura oferta y fácil, Martín Lutero
pagó un precio en sus días: Se alejó de Roma que representaba para él todo en
esta vida y se acercó a Dios, aceptó la salvación como un regalo, mantuvo la fe
y triunfó. Tú y yo tenemos que dejarle a la futura generación, al salir de este
mundo, lo único que también nos podremos llevar al salir de él, la “herencia
incorruptible” de la salvación por fe. No puedo imaginarme siquiera lo que
diría Lutero al ver cómo algunos líderes ecuménicos del mundo protestante de
hoy, quizás vayan a celebrar los 500 años de su Reforma Protestante, en
compañía del Papa…, por ello, creo que el versículo que le habló a
Martín Lutero, también nos habla hoy: “Porque en el evangelio la justicia de
Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe
vivirá” (Romanos 1:17, RV60).
Oración:
Amantísimo Padre Celestial:
Gracias
por darnos tu Palabra que es fiel y verdadera. Ayúdame a vivirla por el poder
de tu Santo Espíritu. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Los tesoros de la Biblia están a la disposición de
los que escarben buscándolos.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
alguna lección por aprender?
¿Existe
alguna bendición para disfrutar?
¿Existe
algún mandamiento por obedecer?
¿Existe
algún pecado por evitar?
¿Existe
algún nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?