Francisco Aular
faular @hotmail.com
Lectura devocional: Mateo 25:14-30
El amo lo llenó de
elogios. “Bien hecho, mi buen siervo fiel. Has sido fiel en administrar esta
pequeña cantidad, así que ahora te daré muchas más responsabilidades. ¡Ven a
celebrar conmigo!” Mateo
25:21 (NTV)
La obra del Espíritu
Santo en el creyente cristiano, nacido de nuevo, toma dos rutas principales que
van a forjar el carácter del nuevo discípulo de JESÚS, esto es: los dones
espirituales y el fruto. Los primeros tienen que ver con las herramientas
espirituales que harán hábil al nuevo hijo de Dios, en otras palabras tiene que
ver con el “hacer”. El fruto del Espíritu son las cualidades que Dios nos
implanta en nuestra vida y tienen que ver con el “ser”. Los dones tienen que
ver con la cantidad de cosas buenas que podemos producir en la iglesia o en el
reino de Dios en general, en cambio, el fruto tiene que ver con la calidad de
lo que hacemos. Todos sabemos que al apóstol Pablo le debemos la primera
sistematización de la teología cristiana. Su aporte es extraordinario, y por
eso, entendemos también que escribió bajo la dirección del Espíritu Santo. Por
consiguiente su escrito sobre el amor divino de 1 Corintios 13 es de una
belleza sin paralelo, y al mismo tiempo una verdad singular: “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más
que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de
profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo
una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada” (1
Corintios 13:1-2 NVI). Sin amor “no soy nada” ¡No importa los dones que
posea, el amor es el camino más excelente
en la obra de Dios! Pensar que una gran mayoría del pueblo del Señor se pasa
esta única vida humana buscando los dones en vez de mostrar el amor de Dios en
sus vidas.
El otro gran pasaje paulino es
señalar que el amor no es un don, sino el fruto del Espíritu Santo, y ese amor
“ágape” en griego, el es mismo amor de Dios obrando en el poder del Espíritu
Santo en nuestras vidas, que se expresa en nueve virtudes. Veamos: “En cambio, el
fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad,
humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas” (Gálatas 5:22-23 NVI). Claramente vemos que en la obra de
Dios, es más importante, “ser” que el “hacer”.
Fidelidad es la cualidad que
estudiamos hoy. Aunque algunas versiones de la Biblia han traducido “fe”, en
realidad “fidelidad” es mejor
traducción. Esto lo comprendemos mejor cuando entendemos que la “fe” es un don,
y no una cualidad del fruto del Espíritu: “Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don
de Dios” (Efesios 2:8 RV60). La fe y el amor son como dos puertas que
debemos dejar abiertas permanentemente en nuestras vidas. En efecto, mediante
la fe Dios mismo nos alimenta, y mediante el amor nos extendemos con fidelidad hacia Dios y hacia nuestros
semejantes.
La fidelidad es la confianza del amor, esta cualidad se expresa, en
lealtad a nuestro Dios, a nuestro cónyuge y amistades, constancia en las ideas,
en los afectos, en las obligaciones. Tiene que ver con la exactitud con la
cual, nos parecemos a Dios. La fidelidad
es una bienaventuranza, como lo dijo JESÚS: “Bienaventurado aquel siervo al cual cuando su señor venga, le halle
haciendo así” (Mateo 24:46 RV60). Para estar a tono con una palabra actual,
fidelidad es el amor en alta definición.
Un punto adicional es éste: La historia del cristianismo está fundada sobre la fidelidad de los hombres y mujeres que
han dados sus vidas por JESÚS. He enriquecido mi vida como creyente al repasar
una y otra vez sus historias porque me son ejemplos de fidelidad hasta la muerte. La historia de Policarpo, el discípulo
de Juan, es una de mis favoritas.
Relata un historiador de las
iglesias de los primeros siglos que Policarpo, obispo de Esmirna, fue llevado
ante la presencia del procónsul. Allí se entabló el siguiente diálogo: _Júrame
–le dijo el procónsul-, que renuncias a Cristo. El venerable anciano contestó:
_Ochenta y seis años le he servido y nunca me ha hecho cosa perjudicial, y ¿cómo podré negar a
mi Rey y a mi Dios? _Tengo fieras y te expondré a ellas si no te arrepientes –dijo
el procónsul. _Traedlas –dijo el mártir. _Domaré tu espíritu con fuego-dijo el
romano-. Me amenazas -respondió Policarpo- con el fuego que quema sólo por un
momento, pero ignoras el fuego del castigo eterno. Entonces, Policarpo, fue
condenado a morir en la hoguera. Aún así, en la hora de su martirio pidió
fuerzas a Dios, y le daba gracias por contarse entre sus fieles seguidores.
Murió con la certidumbre de que había obtenido la corona de la vida:… “Sé fiel hasta
la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10 RV60). Porque la fidelidad es la
confianza del amor.
Oración:
“Señor JESÚS, gracias por amarme, vengo ahora delante de Ti sabiendo que
soy un(a) pecador(a) y que Tu moriste por mí. Ahora mismo me arrepiento de
todos mis pecados y recibo con todo gozo el regalo de Tu salvación, y te
confieso como mi Señor y Salvador. ¡Gracias JESÚS por esta salvación y ayúdame
a serte fiel! Amén.
Perla de hoy:
Nada habla tan alto del
verdadero carácter de un hijo de Dios como su fidelidad hasta el final.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
alguna lección por aprender?
¿Existe
alguna bendición para disfrutar?
¿Existe
algún mandamiento por obedecer?
¿Existe
algún pecado por evitar?
¿Existe
algún nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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